viernes, 10 de diciembre de 2010

A los niños kurdos de Istanbul






Eras un jabato de Göreme en fría mañana de invierno, vendías pañuelitos a los turistas matinales que dirigían sus pasos hacia San António, subiendo por la calle,como suben los tranvías.


Istiklal tu madre, las jaculatorias de Ëyup Camii, tu padre. Eras, he dicho, un auténtico jabato de dos velas cayendo por tu rostro. Un mono de 6 años, moviéndote entre los taxis y las basuras de los consulados.


Pedías pan ácimo en la puerta de “les quatre saisons”.A veces, te escondías entre las faldas de las gordas ucranianas que bajan a Gálata para embarcarse hacia el Bósforo.


Declamabas de carrerilla los versículos que se expanden difuminadamente entre los corroídos alminares de las mezquitas.

Ni 300, ni 3000 hammans habrían desecho el encurtido de tus viejas costras: montañeras y marineras.


Tu camisa grande y negra, la bordó con amor tu hermana en los campos estivales de mijo y pistacho de la vieja Konya. Tu alma era grande, anatolio ferviente, como las botas de un marino rumano en los Dardanelos.


Ocasionalmente, picaresca otomana, ayudabas a un ciego. Vendíais ojos de medusa, de los de cristal azulado, de los que decíais traen buena suerte...!irónica paradoja, para dos pobres¡.


Tu desvalida sombra, de tierra y cieno kurdo, madrigales comidos por los cuervos.Cantabas en un primitivo dialecto incomprensible, tal vez creyéndote héroe de antiguo cromo británico,...de cuando Galipoli.


Amanecías como niño travieso, apedreando los estorninos que campan por los cielos de Istanbul. Jamás tuviste una caja de lápices.
Un día tendrás una de limpiabotas.

A los niños indigentes de Istanbul (Turquía).