jueves, 16 de junio de 2011

RAMÓN GAYA. PINTOR POETA, POETA PINTOR.



"En efecto, venimos tan sólo a cumplir con nuestro deber. Y esto es verdad, más que para nadie, para el artista, ya que nació cargado de compromisos. Lo más terrible entonces no es, como pudimos pensar un día, perder esa felicidad a la que por lo visto nadie tiene derecho, sino perder nuestro deber, es decir, perder nuestra vida y, sin embargo, seguir viviendo..."
Ramón Gaya. De: "El extremoso deber del artista". 1940. Obra Completa 2010. Pretextos.

Siempre me ha apasionado la excelencia constatable, visible y sensible que generosamente se encuentra en el trabajo, obra, de Ramón Gaya. Este pintor que pinta y retrata como nadie sus introafecciones, sin dotarlas de escesivas retóricas y conceptualizaciones, algo realmente difícil para el indomable ego humano, es en una doble potencialidad pintor y poeta o poeta y pintor. Lo cierto es que la palabra debe ser pintada y la pintura debe ser hablada para que se establezca esa plenitud creativa ante la cual quedan admirados desde su necesaria defensa en el crecimiento vital desde María Zambrano hasta Borges, sin dejar de nombras a Benedetti incluso a Mallarmé, como no Hugo y tantos otros. Ramón Gaya, desde bien joven, brillante pintor sureño, de Murcia, del Huerto del Conde, recibe en aquellos primeros tiempos del siglo XX gran influencia de Cézanne y también del Cubismo y su interesante camino de simplificación de la forma y multiplicidad de puntos de vista de una cada vez más distorsionada realidad. No obstante, a pesar de la novedad cae fascinado cuando disfrutando de una beca de estudios por parte del excelentísimo ayuntamiento de Murcia, conoce Madrid y el Museo del Prado, “la Roca Española” que acompañará en su emotivo recuerdo y vivencia el resto de su dilatada, no fácil precisamente, trayectoria.

Sin entrar en las vicisitudes vitales de su exilio tras su comprometido ideario en el lado constitucional y próximo a la generación del 27, me fascina el alto grado de autenticidad en su personalidad artística, creativa, pictórica. Precisamente Ramón visita junto a los pintores Pedro Flores y Luis Garay, aquel París de las vanguardias, conociendo a Picasso, Bores y otros tantos. Exponiendo también brillantemente en la galería “Aux Quatre Chemins”. A pesar de ser esta una exitosa experiencia, Ramón, renuncia a las Vanguardias, al París de Kikí y los Delaunay, del éxito asegurado, por su excepcionalidad pictórica, y regresa a su amada Murcia para a pesar de las vicisitudes del fratricidio venidero de la guerra civil española y su deambular en el corcel del exilio por México, Italia, Francia hasta la década de los sesenta, pintar en cuerpo y alma en esa tierra , franja entre Murcia y Altea. Ramón se refugia en lo conocido y esto es, en lo extremadamente simple. Gaya se envuelve y enajena en la inconmensurable belleza, cambiante y efímera de la huerta murciana, sus azahares, limoneros y hortalizas, sus olores a tierra mojada, el brillo de las culebrillas de acequia, el olor intenso de los tallos de las tomateras, las sombras de la santa higuera. Sensaciones plenamente ricas como para insistir en buscar en el infinito mundo del concepto y el desorbitado, a veces gratuito, pensamiento. Reconozco mi admiración hacia ese generoso sacrificio, el que le relega a ser un pintor “no tan conocido” como otros que viven las mieles de la cosmopolitismo en París, tal vez en Nueva York. Ramón el Hortelano me recuerda con su trabajo, mucho más dilatado en su trayectoria entre el paisaje, la naturaleza muerta, las interioridades,...lo necesario que ha de ser para el pintor alejarse de las trampas, los espejismos del éxito, del mercado, del gusto burgués. Ramón me ha recordado siempre, que pintar es una cualidad del espíritu y como tal perteneciente a las dimensiones más recónditas, tiernas, íntimas del ser. Debieran los afeites de la contemporaneidad tener a Ramón y a muchos otros, como elementos cultores, en estos tiempos de proliferación de la “mamarrachada”, la “jerigonza” del mundo del arte y la creatividad. Ramón me recuerda con su trabajo, que para obtener una plenitud, y esto no es otra cosa que conciliarse y vivir en paz con uno mismo, se debe ejercer en muchos momentos de la vida ese sabio “paso atrás”, no insistir en ser falsos dioses pero si en ser buenos hombres y buenas mujeres.


Rafa Romero.


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Ramón Gaya: disertación sobre Van Gogh y Cèzanne.






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Ramón Gaya, La Soledad del creador.


Ramón Gaya, Sobre las condiciones de la creación.