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martes, 23 de noviembre de 2010

La empatia romántica hacia otras épocas

El romanticismo se manifiesta con respecto a su interés hacia otras épocas como un examen de la experiencia posrenacentista, la experiencia racionalista la cual denominándose Neoclasicismo, había asimilado la estética de la cultura antigua. En ese sentido, el romántico, culturalmente pertenecía a este contexto y había bebido de estas fuentes, aunque filtrando sus aguas con un tamiz idealista cuyo eje procedimental no era ya la razón, sino la intuición. Por tanto participa en la recuperación de la estética griega y latina de una manera totalmente subjetiva.

La grecomanía del romántico, no es tanto una peregrinación ilustrada al mundo clásico como en el Grand Tour y mucho menos aún una imitación fría de ese mundo como hace el Neoclasicismo. El romántico viaja a Grecia admirándola profundamente desde lo emotivo y desde lo que Grecia simboliza como fuente de riqueza en el logos pero también en el mito , aún más en su proceso de independencia, auténtica lucha por la libertad , para estimular su propia imaginación creadora observando mundos pasados de grandeza y leyenda. Leyenda porque uno de los valores más importantes de estas culturas son sus mitologías. Precisamente, la reflexión sobre los mitos y la mitología se utiliza para descubrir el nacimiento de las religiones, puesto que el mito constituye una primera forma de explicación de las cosas y el universo, en el orden del sentimiento y no en el de la razón. Esta reflexión sobre los mitos como método de conocimiento profundo del hombre y las religiones fue propuesta y practicada por numerosos intuicioncitas en ámbitos literarios como Schelling, Bachofen, Cassirer, K.Jaspers, Ricoeur... y en el ámbito de las Bellas Artes y concretamente en pintura donde la temática va incluso más allá de lo grecolatino para extenderse en general hacia la antigüedad desde el emocionalismo y la sensibilidad románticas.

Tal es el caso del Safo en Leucades (Ilustración nº 39) de Antoine-Jean Gros datado del 1801. En esta obra prerromántica, Gros se recrea mostrándonos trágicamente el momento del suicidio en los rocosos y oscuros acantilados de Leucades de Safo, la mítica poetisa griega que muere por Phaón. En un ejemplo de idealísmo, Safo, se lanzará al vacío abrazando con fuerza su lira, símbolo de su ímpetu y magnificencia creativa.

Heroicidad y tragedia, convulsión de sentimientos como los que nos enseña también Füssli en Edipo rey maldiciendo a su hijo Polynice, que es defendido por su hermana Antífona (Ilustración nº 40), obra en la cual la escena muestra a Edipo lleno de ira pronunciando la terrible maldición sobre su hijo.

Mitología desde la introafección, como una revisión necesaria del más profundo sentir trasladándose en el tiempo hacia gestas y fracasos de seres del pasado, un pasado en el que los valores humanos parecían ser mucho más estables y dignos. Como en el caso de Joseph Mallord William Turner, en su característica estética de atmósferas cromáticas desestructuradas nos presentará en 1829 su óleo sobre lienzo titulado Ulises se burla de Polifemo (Ilustración nº 41), escena en la cual narra el momento en el que Ulises se aleja victorioso con su barco de las proximidades de la caverna de Polifemo, mientras este yace ciego en la desesperación del dolor y la derrota. Una metáfora evidente del talante heroico, enfrentamiento del bien frente al mar.

Escenas de antigüedad griega, pero también latina como en el caso de Karl Pavlovic Brjullov con su obra El último día de Pompeya (Ilustración nº 42) de 1833, en la cual, impresionado ante las ruinas de Pompeya, quiso en una monumental composición recrear el cataclismo en una monumental tela de 456x657 cm. Terror, miedo y expresividad con factura clásica de los ciudadanos sorprendidos por la erupción del Vesúbio el 24 de agosto del 79 d.C.

O el caso de Félix Joseph Barrias, con su obra Soldado Galo y su hija prisioneros en Roma (1847) (Ilustración nº 43), escena trágica en la que el pintor muestra desde su ensoñada libertad una escena trágica. Las celdas de Roma, aprisionan a dos cautivos, uno el padre, un musculoso soldado galo, con un talante protector hacia su pequeña hija la cual se refugia con miedo pegada a su padre. En el rostro de la pequeña y su sobrecogimiento y en la mirada del padre, se descubre el miedo a la incertidumbre. Un tema histórico no exento de reminiscencias ensalzadoras del espíritu nacional francés. En estos pocos ejemplos, no podemos dejar de referirnos a Gustave Moreau, y ejemplificar su empatía hacia el pasado en la obra titulada Los pretendientes pintada entre 1852-1853, en la que muestra con pasión y grandilocuencia la venganza de Ulises en su propio palacio ante los invasores del mismo. Una obra en la cual como en la mayoría de sus obras aparece el aura del artista, con su particular estética sensual, visionaria y con tendencia al exceso, algo que anticipa su bien conocido estilo simbolista.

Pero la época por excelencia de refugio del romántico con gran diferencia con respecto al clasicismo greco-latino y la antigüedad es la edad media. Época llena de indefinición y referencias remotas y pintorescas. Una etapa de la historia de la humanidad idealizada.

El romántico, admira el desorden caballeresco del medioevo, contexto en el que no tienen valor todavía las leyes racionales ni los paradigmas de la economía capitalista y en el que su profunda ruralización y vivencia profunda de la espiritualidad generan una gran empatía compensatoria hacia la mente romántica.

Son numerosas las empatías manifestadas hacia este período, las que quedan constancia en las obras literarias y poéticas entre otras las de Walter Scott, Mme. De Stäel, los hermanos Schlegel o Grimm y, en general casi todos los románticos alemanes, desde Novalis hasta Wagner, los cuales vieron la Edad Media como una época superior a la propia, revelándoles el factor unificador del mundo y la cultura cristianos.

A partir de la segunda mitad del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII, se genera una nueva visión del arte medieval, entendido como estilo. Esa apreciación desembocará en el Romanticismo en un profundo culto a las ruinas medievales y los temas heroicos y pasionales caballerescos . Literariamente, se desarrollará un novedoso género, sobretodo en el contexto inglés conocido como la Novela gótica o Novela de Terror .

En nuestro contexto, debe hacerse especial mención el fenómeno en Cataluña de la Reinaxença, movimiento que, a partir de la glorificación de la Edad Media catalana, intentaba que Cataluña volviera a alcanzar sus pasadas grandezas. Con la Oda a la Pàtria de Aribau, la juventud romántica catalana había encontrado un manifiesto, un punto de partida y un modelo. En la Renaixença, tuvo una gran importancia para el conocimiento del arte medieval, la obra titulada Recuerdos y bellezas de España de 1839, ilustrada por Francisco Javier Parcerisa y redactada por Pablo Piferrer. Un recorrido por el pasado medieval, muestrario de grabados de ruinas, apariciones fantasmagóricas y paisajes insólitos. Nuevos ideales que abrirían el camino al excursionismo científico y patriótico que culminaría con las restauraciones de los monasterios de Poblet y Ripoll, abandonados hasta entonces a la peor de las suertes.

Con respecto a la ruina, escribirá desgarrado Diderot:

¿Ignoráis por que razón las ruinas agradan tanto? Yo os lo diré; todo se disuelve, todo perece, todo pasa, solo el tiempo sigue adelante. El mundo es viejo y yo me paseo entre dos eternidades. ¿ Qué es mi existencia en comparación con estas piedras desmoronadas?. El recuerdo del pasado, deviene en símbolo de lo transitorio e impermanente, Veo el mármol de las tumbas hacerse polvo. ¡ Y no quiero morir! ¡ Y envidio un ligero tejido de fibras y de carne, una ley general que se ejecuta en el bronce! Un torrente arrastra unas naciones sobre otras al fondo de un abismo común; yo, yo solo, quiero detenerme en la orilla y hender la ola que pasa junto a mí... .

La ruina es para el romántico la metáfora de la levedad del ser. Contraste de vida, muerte y trascendencia. Recuerdo nostálgico del pasado de historias de vidas ya inexistentes, de amores y pasiones extinguidas, de lo vivo y enérgico convertido en muerte y polvo. Un mundo hundido en la lejanía, con bosques y parajes vírgenes, espacios plagados de vida y muerte, sin puntos medios, donde las catástrofes son dignas y heroicas .

En 1795 se inaugura el Musée des Monuments Français de Paris en el antiguo convento des Petits Augustins. Dirigido por el anticuario y pintor Alexandre Lenoir. Una filantrópica iniciativa de recuperación de monumentos y objetos de todo tipo salvados de la barbarie revolucionaria la cual arremetió contra el patrimonio histórico y artístico en el proceso revolucionario, considerando el patrimonio como símbolo de valores monárquicos, aristocráticos y eclesiásticos. Con un trasfondo romántico, se intentaba evocar conmoción y nostalgia al visitante.

En el ámbito pictórico habrá que unir la iniciativa de un grupo de jóvenes emocionados por el evocador pasado medieval que se unen en Francia bajo el nombre de les Troubadours entre los que destacan François Fleury Richard y Pierre Henry Révoil. Y en el contexto Alemán, un grupo de pintores nacionalistas, también reivindicadores de la evocación de los episodios históricos medievales, los cuales se ubican en Roma en torno a 1810 bajo el nombre de Los Nazarenos . Destacando entre ellos Friedrich Overbeck y Franz Pforr.

Presentemos algunos ejemplos pictóricos evocadores del pasado medieval con toda su carga afectiva e idealización, como en el caso del ya referenciado François Fleury Richard y una de sus obras medievalizantes, como: Valentina de Milán llora la muerte de su esposo Luís de Orleáns asesinado en 1407 por Juan Sin Miedo, duque de Borgoña pintada en 1802 (Ilustración nº 44). Una melancólica obra que muestra la tristeza de Valentina Visconti, viuda, solitaria y triste tras el asesinato de su esposo. Sobre una mesa se observa la significativa cita “Rien ne m’est plus. Plus ne m’est rien”.

O Karl Friedrich Schinkel que en 1815 pinta Ciudad Medieval junto a un Río (Ilustración nº 45), una exhaustiva representación de una misteriosa y noble ciudad de la Edad Media.

Y sin dejar de mencionar La Tumba de Ulrich Von Hutten de Caspar David Friedrich de 1842 (Ilustración nº 46). En la cual, un anónimo y misterioso viajero, para en su camino ante la tumba de Von Hutten, destacado líder luterano muerto en el exilio. Un héroe enfrentado a la restauración, cuya tumba semiruinosa yace en la penumbra de un paisaje olvidado. Un entorno para la reflexión, como en todas las obras de Friedrich en las cuales el hombre queda minimizado desde su insignificancia y levedad.

O el honor caballeresco, plasmado por el británico afincado en Roma Charles Lock Eastlake en El Campeón de 1824 (Ilustración nº 47), lienzo que muestra un caballero ataviado con su armadura en el momento de la despedida ante su amada dama antes de marchar para la guerra. Esta le entrega una prenda, su chal, como recuerdo de su amor ante la presencia hierática de un monje y un sirviente. Se respira un clima de honor caballeresco, no exento de tensión ante la incertidumbre de lo que puede acontecer.

O la entereza ante la inminente muerte como en: Ana Bolena en la torre de Londres instantes después de su detención de 1835 (Ilustración nº 48) por Edouard Cibot, óleo en el que se muestra el histórico trance en el cual la segunda esposa de Enrique VIII es decapitada en 1536 bajo falsas acusaciones. La escena presenta a una íntegra Ana Bolena conteniendo estoicamente su desesperación ante el fin inmediato que le aguarda.

Y con respecto al novedoso estilo arquitectónico neogótico, La Abadía de Fonthill de 1799 (Ilustración nº 49), acuarela pintada por Charles Wild, en la que nos muestra la excentricidad de William Beckford, capricho millonario proyectado para Beckford por el arquitecto James Wyatt. Con una torre de 90 metros.

Y como no mencionar algunos ejemplos entre los Nazarenos alemanes, como La entrada de Rodolfo de Habsburgo en Basilea en 1273 (1810) de Franz Pforr, una tela premeditadamente arcaica a la manera de las antiguas miniaturas medievales, plana y sin apenas perspectiva que nos quiere remitir al pasado que añora el artista, el de la unidad de Alemania en tiempos del Sacro Imperio Romano de la que Rodolfo fue el primer emperador. Y también una referencia a Friedrich Overbeck (1811-1829). Su Italia y Alemania (Ilustración nº 50), una pequeña pintura en la cual aparecen dos figuras femeninas simbólicas que representan la civilización alemana y la italiana ambas ataviadas con ropajes, como no, medievales y enmarcadas en un paisaje en el cual nuevamente una capilla románica representa a Italia y unos edificios góticos a Alemania.

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