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martes, 23 de noviembre de 2010

Orientalismo

Tradicionalmente el destino comercial europeo por excelencia había sido siempre Oriente, destino ansiado y competitivo en la consecución de sus mercados, lo cual empujó a portugueses, españoles, británicos y holandeses en la búsqueda de rutas que fueran alternativas a las monopolizadas por el Islam y explotadas por venecianos y genoveses en acuerdos comerciales con éstos. Nos estamos refiriendo a La Ruta de la Seda y La Ruta de las Especias que son cátedras de conocimiento de oriente por parte de los occidentales. El conocimiento de esa importantísima parte del mundo quedaría plasmada en numerosas crónicas y anecdotarios que cayeron en manos de la intelectualidad romántica, a lo cual se sumaba el hito histórico del redescubrimiento de Egipto por parte de Napoleón, empresa que aporta aún


más vocación viajera intuicionista por haber corrido el velo que ocultaba partes misteriosas y profundas de la historia.

El romántico, ante dichas circunstancias y hastiado por las características ya conocidas de su sociedad contextual, se sumergió en oriente en busca de su verdad hasta tal punto que generó un estilo, género, tipo de vida conocido como orientalismo , algo que prevalecerá influyendo en la praxis artística hasta nuestros días.

Merece la pena conocer los prolegómenos históricos que condicionan una revisión de oriente en el periplo intuicionista. Entendiendo estos prolegómenos, se entiende mejor el nomadeo artístico que practica nuestro protagonista en estas tierras que alimentarán sustancialmente sus sentidos, encontrando en Oriente una necesidad creadora existencial, además de un constante estímulo regeneracionista para poder encontrar sus sueños perdidos y sus fuentes espirituales. En Oriente se buscarán las antípodas en todos los sentidos posibles como lugar de abundancia, riqueza, lujo y pecado; como un lugar de alteridad donde encontrar concepciones que ya no existían en su ser pero también incluso que nunca existieron en su mentalidad.

Existe hoy la preocupación del Oriente, mucho más de lo que había existido hasta ahora. Los estudios orientales jamás tuvieron tanto empuje. El Oriente, sea como imagen, sea como pensamiento, ha venido a ser, lo mismo para las inteligencias que para las imaginaciones, una especie de preocupación general a la que el autor de este libro ha obedecido tal vez sin darse cuenta de ello.

La Ruta de la Seda y la Ruta de las Especias, fueron durante siglos y en gran medida aún siguen siendo, caminos de intercambios comerciales. Pero también de intercambio de conocimiento, ya que a través de ellas se produjo un intensísimo fluir osmótico de nuevas tecnologías, técnicas científicas, lenguas, arte y religión entre Oriente y Occidente.

El nombre Ruta de la Seda suscita ya en la imaginación del hombre la capacidad gozosa de viajar hacia horizontes infinitos y misteriosos, así como de reunir, en una sola y sencilla expresión, siglos de historia y de sucesos que han marcado el destino de numerosos pueblos y culturas del planeta. Así se designa bajo este nombre a un conjunto de rutas comerciales que unieron el Asia Oriental, en particular China, con el Oriente Medio y a la vez con la cuenca mediterránea, por las que transitaron durante siglos caravanas de mercaderes cargados de preciosas mercancías de entre las cuales destacó la que daría nombre a la ruta, la seda. Producto de gran valor sobre el que China, al conservar por mucho tiempo el secreto de la elaboración, mantuvo un férreo monopolio.

La historia, más próxima a la leyenda que a la realidad, cuenta como la esposa del mítico emperador Huangdi, la emperatriz Xiling Shi, mientras paseaba un día por el jardín del palacio imperial, recogió casualmente un capullo de crisálida que había caído al suelo desde lo alto de una morera bajo la cual pasaba. Éste, accidentalmente, cayó en el cuenco de té humeante que se disponía a tomar la emperatriz placenteramente en su viaje. Cuando rápidamente se dispuso a sacarlo de la taza, con la intención de salvar al ser que se hallaba dentro y al intentar sacarlo delicadamente con un palito, se encontró con un largo hilo blanco que parecía no tener fin. Así, según esta leyenda, se descubrió el secreto de la obtención de la seda, el que tras su desarrolladísimo proceso tecnológico y artístico sería uno de los más valiosos y distintivos productos de China incluso hasta la actualidad. Pronto sería este producto, ansiada mercancía para las cortes occidentales, siendo transportado desde China hasta Europa a través de esta ruta por la cual también se transportaron otros muchos productos como entre otros, jades y preciosos bronces, cerámicas y lapislázulis.

Más aún y en términos filantrópicos, la ruta se entendió como una ruta de diálogo y conocimiento que unía y vinculaba a muchos pueblos y culturas cruzando toda Asia a lo largo de 8.000 kilómetros.

La Ruta de la Seda comenzaba en China en la antigua Changan (hoy Xian) siguiendo desde ella y hacia el noroeste a lo largo de la gran muralla china una trayectoria que se dividía en dos llegando al desierto del Taklimakán bordeándolo. En seguida y superado el desierto, la ruta se elevaba utilizando altos pasos para cruzar los picos de nieve eterna de la cordilleras del Pamir (estribación himalaya). Los viajeros, superada la alta montaña, se adentraban en las milenarias tierras de Afganistán e Irán, desde donde continuando por Anatolia, la ruta llegaba hasta el Mar Mediterráneo, en donde las preciadas mercancías dejaban su periplo terrestre para embarcarse en naves que las harían llegar a Europa.

Aunque anterior al primer siglo de la era cristiana, es a partir de esta época cuando la ruta comienza a ser utilizada intensamente por la importancia e intervención de tres grandes imperios de la época. El Imperio Romano en el

Oeste, el Imperio Chino de la dinastía Han en el Este y el Imperio Parto en Persia situado entre los dos. La ruta era muy accidentada geográficamente, pero precisamente esa dureza había forjado un carácter especial a los pueblos por los cuales pasaba, dando grandes mercaderes y porteadores hábiles en el transporte de las mercancías, pesadas cargas movidas por yuntas de bueyes y carromatos tirados por caballos, camellos, mulos o potros de carga.

Entre los siglos II y III en los alrededores de la ciudad de Samarcanda, los sogdianos jugaron un importante papel en la ruta, llegándose a utilizar su lengua en toda la ruta hacia el este. A través de ella, las religiones como el Budismo desde la India y el Maniqueísmo desde el golfo Pérsico, se extendieron por toda la ruta. Los mercaderes de Asia Central vendían sus bienes hacia el oeste a los iraníes o directamente a los europeos por la estepa euroasiática. Los iraníes a su vez, trataban con sirios, judíos y griegos. Estos últimos eran comerciantes expertos con conexiones comerciales más allá de las zonas de su influencia política. Durante muchos años además del sogdiano, el griego y el parsi fueron lenguas habituales de la ruta. Durante los primeros siglos de nuestra era, en la ciudad de Palmira (Siria) se amasaron verdaderas fortunas gracias a la posición estratégica de la ciudad en la ruta de la seda entre el golfo Pérsico y el Mediterráneo. Lo mismo ocurriría con Constantinopla antes de su captura por los otomanos en 1453. Situada al lado del Mar Negro donde Asia se encuentra con Europa. Constantinopla fue uno de los principales centros comerciales del extremo occidental de la ruta de la seda.

Numerosas narraciones de viajeros derivan de la experiencia vivida en la ruta de la seda o el conocimiento de la misma desde la antigüedad. Ya occidente mantenía importantes contactos directos con los numerosos vecinos del Asia occidental. No sólo eso, los imperios occidentales mantenían además considerables territorios en Asia, desde las impresionantes conquistas de Alejandro Magno (el cual llegó hasta la India) hasta las posesiones de Roma y Bizancio.

Algunas constancias tan reales como fantasiosas llegan a nuestro contexto como por ejemplo, las crónicas que nos lega Herodoto, el cual describe de manera colorista la flora, la fauna y las costumbres indias en su Noticia sobre la India, la cual data aproximadamente del 420 a.C. A principios del siglo IV Ctesias de Cnido realiza una descripción igualmente de la India con un talante fantasioso. Por su parte Megasthenes, el cual llega como embajador griego al reino de Maurya en el norte de la India a través de la ruta en el año 303 a.C, aporta en su libro titulado Indica, información sobre los pueblos, historia natural, costumbres y religión, aunque también incluye fábulas fantasiosas como la descripción de los hombres llamados pies-sombrilla, seres humanos de una sola pierna y un único pie, tan grande que lo podían usar para protegerse del sol y la lluvia. Plutarco escribirá en el 291 a.C su Vida de Alejandro Magno, haciendo curiosamente mención de los gimnosofistas, aquellos desnudos filósofos de la India que causaron sensación en la corte de Alejandro Magno.

Menandro, fundó en el año 175 a.C el Reino Indogriego, reinando con sabiduría un vasto territorio que se extendía desde el Punjab hasta la región de Kabul, pasando por Gandhara .

En la expansión romana, Plinio el Viejo en la primera centuria de la era cristiana, en su obra Historia Natural hace una descripción más allá de la profunda India referenciado aspectos de la milenaria China. Igualmente queda constancia escrita sobre la ruta y sus plurales aspectos culturales en la obra El periplo del Mar de Eritrea, un valioso documento sobre el comercio de la ruta escrito por un capitán griego del año 80.

Superada la antigüedad, numerosos misioneros y viajeros comienzan a recorrer Asia trayendo mayor cantidad de informaciones que anteriormente. Isidoro de Sevilla, en el siglo VII y Beato de San Severo en el siglo VIII enriquecen con algunos detalles los datos de los historiadores antiguos, y mapas de la misma época sitúan el paraíso terrenal en esas regiones lejanas.

La primera mención de la India en Europa, aparece con el nombre del Preste Juan de las Indias, conocido en Europa desde el siglo XI donde corrieron numerosas leyendas a cuenta de este mítico personaje, soberano de Oriente, descendiente de los Reyes Magos, cristiano que podía ayudar a los cristianos de occidente a conquistar a los infieles .

En el siglo XIII se multiplican los viajes a la India y a extremo oriente por parte de comerciantes italianos y enviados papales. Así, el Papa Inocencio IV envió diplomáticamente a Asia al franciscano italiano Juan del Pian del Carpine en busca del Khan de los mongoles Güyuk Kan, nieto de Gengis Khan. En 1245, a su regreso, escribió su Historia Monalorum en la que menciona una expedición victoriosa del ejercito del Khan contra los Sarracenos negros que llaman Etíopes, que habitan la India Menor y también su Historia de los mongoles que llamamos tártaros, la cual suscito un vivo interés en los principales centros culturales europeos y en la que describe la gran tolerancia religiosa que reina en la corte del Kan, donde conviven sin roces musulmanes, budistas y cristianos nestorianos (considerados herejes por Roma).

Otro enviado papal fue Odorico de Pordedone, enviado en el año 1247 a la India por el Papa Nicolás IV. Este desembarcó en Bombay haciendo referencias en sus crónicas a la hegemonía islámica que vivía en aquel momento el país. Unos años más tarde, concretamente en 1252, San Luis (Luís IX de Francia) envió al franciscano Guillermo de Rubrouck a los territorios del Khan, llegando hasta el propio Tíbet . En 1289, llegará también al Tíbet enviado por el papa Clemente V, el cronista franciscano Juan de Monte Corvino.

Desde el siglo VII, el poderío de los imperios islámicos creó una barrera efectiva entre Europa y Oriente. Sin embargo, el asentamiento del Imperio mongol en el siglo XIII permitió a través de tratados especiales, que los europeos viajasen hasta China por primera vez . En ese sentido, el famoso Marco Polo viajó hacia el este para comerciar, y el relato de su viaje, desde 1271, hasta 1295 es considerado como una de las fuentes de información más importante y fiable sobre el oriente de aquella época .

En torno a 1340 el mercader florentino Francesco Balducci Pergolotti escribe La Pratica della marcatura, un manual de viajero, obra que informa sobre los usos comerciales en Asia, y sobre el tiempo requerido para ir de un lugar a otro por los caminos que se adentraban en Asia . Este periodo de intensa circulación entre Europa y China durante los siglos XIII y XIV concluyó con el advenimiento en China de la dinastía Ming en 1368. Posteriormente, los viajes se realizaron casi exclusivamente por vía marítima, y la mayor parte del comercio pasó a ser controlado por los árabes. El conocimiento de Oriente iría in crescendo al unir el legado de suma importancia de la experiencia fundamental para la historia de la humanidad conocida como la Ruta de las especias.

El nombre de la Ruta de las Especias hace referencia a todas las vías, en esta ocasión marítimas que unían el este con el oeste. Se extendían desde la costa oeste del Japón, pasando por las islas de Indonesia y rodeando la India hacia las costas de oriente medio, y desde allí cruzando el Mar Mediterráneo hasta Europa. En total, más de 15.000 kilómetros. Se trataba de otra ruta comercial practicada igualmente desde la antigüedad. En el 200.a.C hay ya constancia de que algunas especias como la canela procedente de Sri Lanka o la cassia procedente de China, se encontraban a lo largo de la ruta camino de Oriente Medio. Los comerciantes intercambiaban al igual que en la Ruta de la Seda, conocimientos de sus religiones, lenguas, técnicas artísticas y científicas . Los puertos hacían de crisoles de ideas e información. Cada barco que partía con sus valiosas cargas a bordo transmitiría en el próximo puerto de escala los nuevos conocimientos adquiridos.

Las especias eran transportadas por vía marítima a lo largo de miles de kilómetros para alcanzar los mercados situados a lo largo de Asia y Europa. Estas mercancías, resinas, frutos y semillas eran valiosamente utilizadas como productos medicinales y también como ingredientes para prácticas espirituales . Desde China, Corea, Japón, Malasia e Indonesia, llegaban las especias fundamentalmente a la India, donde se unían a las propias especias. Desde la costa occidental de la India, embarcaban hacia Europa a través del extremo oriente acompañadas de otras mercancías como telas de algodón, perfumes y piedras semipreciosas . En India, las mercancías salían desde la Costa Malabar y desde la ciudad india de Barygaza (Broach), ambas en el litoral del Mar Arábigo, los barcos se dirigían hacia la isla de Socotora, entre Etiopía y Yemen, un gran cruce de rutas comerciales por mar, desde donde se dirigían a Cana y a Salala, en la costa de la península arábiga desde donde continuaban viaje subiendo por el mar rojo, donde la ruta se dividía en dos en Leuce Come en Arábia, una que se dirigía a Petra, a través de Palestina y otra que iba a Egipto y al gran puerto de Alejandría.

A partir del siglo VII, Mahoma predica la nueva religión del Islam a los árabes de las zonas centro y sur de Arabia. En el año 632, en el que muere, dejo organizada la comunidad de musulmanes dispuestos a llevar su mensaje al mundo. En el año 641 tras arrasar Oriente Medio, los musulmanes toman el puerto de Alejandría. En el 710, su imperio abarca desde España hasta Pamir en Asia Central . Los pueblos invadidos se convierten al Islam y en esta unidad religiosa se desarrolló en el imperio gran diversidad y armonía. De esta manera y desde sus desarrolladas técnicas de navegación, llegaron a dominar la ruta de las especias a través de Asia y toda la costa este de África, llevando riqueza y prosperidad, intelectual y ciencia a sus dominios entre los siglos VII y XII.

El crecimiento del Islam, supuso para Europa una grave crisis económica y desorden en gran medida porque los artículos de oriente llegaban con escasez. Las cruzadas entre 1095 y 1291, permitieron comprobar a los reinos cristianos las grandes riquezas del mundo musulmán, sobretodo por su control de la Ruta de las Especias. La gran barrera islámica comercial hacia el este, resultaba sólo franqueable, para los genoveses y venecianos , ya que estos disponían del beneplácito islámico a través de tratados para suministrar al mundo cristiano los productos procedentes de Oriente. Los venecianos y genoveses llegaban a los puertos mediterráneos musulmanes para cargar allí los productos llegados de Oriente para revender las mercancías a Europa a precios desorbitados , en consecuencia las dos ciudades italianas crecieron muchísimo después de establecer uniones comerciales con los musulmanes. Aunque tras la guerra entre Génova y Venecia (Guerra de la Chioggia) entre 1378 y 1381, con la victoria ante Génova, Venecia reinó sin rivales.

La demanda europea de productos exóticos orientales era cada vez era mayor y el suministro dependía exclusivamente de los mercaderes musulmanes, Venecia y Génova.

Europa necesitaba una ruta alternativa al este para evitar intermediarios. Los portugueses fueron los primeros en aceptar el reto que esto representaba, ya que eran marinos expertos en su extenso litoral atlántico y a principios del siglo XV ya habían desarrollado un navío ligero capaz de llevar gran cantidad de aprovisionamiento. Las exploraciones marítimas fueron fomentadas por el cuarto hijo del rey Juan I de Portugal, el Infante Enrique conocido como el Navegante . Desde 1418 comienzan las exploraciones por la costa oeste de África. En 1434, el capitán portugués Gil Eannes decide adentrarse más allá del Cabo Bojador. En 1488, reinando el rey Juan II de Portugal, el capitán Bartolomé Díaz, rodea finalmente el punto más al sur de África. Finalmente el 21 de mayo de 1498, reinando el rey Manuel I de Portugal, el capitán Vasco de Gama, alcanzó las costas Indias. De esta manera los portugueses habían descubierto una ruta directa por mar hacia el este sin restricciones. Y se establecían en la India convirtiendo esta en objeto de observación y estudio además del interés comercial.

Unos años antes, en 1492, Cristobal Colón, al servicio de la corona española había descubierto ya una ruta hacia las Indias dirigiéndose hacia el oeste. Solo que aquel territorio resultó ser un continente hasta entonces desconocido al que se llamaría América (también conocido como las Indias Occidentales). El viaje de Cristobal Colón fue motivado por el deseo de descubrir una ruta rápida por mar que permitiese descubrir las Indias y sus riquezas. Fray Bartolomé de las Casas lo dice muy claramente en su Historia general de las Indias:

Pues como por razón del domicilio y vecindad que en el reino de Portugal había contraído (ya fuese súbdito del rey de allí, lo uno; lo otro, porque el rey D. Juan de Portugal vacaba y actualmente del todo se ocupaba en los descubrimientos de las costas de Guinea y tenía ansia de descubrir la India ; lo tercero , por hallar remedio de su aviamiento cerca), propuso su negocio ante el rey de Portugal, y lo que se ofrecía a hacer es lo siguiente: que por vía de poniente, hacia el Austro o Mediodía, descubriría grandes tierras, islas y tierra firme, felicísimas, riquísimas de oro y plata y piedras preciosas y gentes infinitas; y que por aquel camino entendía topar con tierra de la India y con la Isla de Cipango y los reinos del Gran Khan, que quiere decir en nuestro romance, Rey de los Reyes grandes .

Los portugueses prosiguieron su expansión marítima y comercial hacia el este, llegando en 1505 hasta Sri Lanka, llegando a las Molucas en 1513 y a China en 1515.

A finales del siglo XVI, el imperio comercial portugués estaba constituido por una cadena de diferentes puertos que unían grandes distancias dentro de las rutas comerciales. Pero resultaba muy vulnerable con respecto a otras poderosas naciones europeas. Los holandeses e ingleses estaban decididos a participar en el comercio directo con la India y el sureste asiático.

En 1595 un grupo de mercaderes holandeses lograron el suficiente dinero para enviar la primera expedición a Las Indias Orientales. Éxito que dio lugar a nuevas expediciones institucionalizadas bajo el patrocinio de una recién creada compañía en 1602, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y consiguiendo establecerse en la costa india. En 1619, hacen que la hegemonía comercial portuguesa pase a sus manos, expulsando a estos de las islas Molucas y estableciendo su cuartel general en Java. En 1656 definitivamente los portugueses son expulsados de Sri Lanka y en consecuencia de ello, los holandeses se convirtieron en los comerciantes de especias más influyentes de Europa enriqueciéndose sustancialmente con las ganancias de este comercio (a menudo de un 1000 por 100).

Pero Holanda tenía también un poderoso rival en Europa comercialmente y con respecto a la ruta de las especias. Los barcos ingleses ya navegaban por los mares del este desde 1579, año en el que Francis Drake ya había atracado en las Molucas con su barco Golden Hinde, en su famoso viaje alrededor del mundo. En 1600, se funda en Londres La Compañía de las Indias Orientales, la cual contaba con una cédula real por parte de Isabel I, que autorizaba a los mercaderes de la compañía a comerciar con el Lejano Oriente. Hasta 1680, enfrentamientos constantes entre holandeses y británicos hace que los holandeses consigan menguar progresivamente la presencia de los británicos de sureste asiático, limitándose a la India, la cual acabaría siendo colonizada por estos.

La riqueza de holandeses e ingleses en su explotación de la Ruta de las Especias, inspiró rápidamente a otros países europeos para crear sus propias compañías comerciales. Así, Bélgica, Suecia, Dinamarca y Francia (que se convertiría en la principal rival de Inglaterra) empiezan lo que sería el prolegómeno del proceso colonial.

El comercio alrededor de África fluía ahora tan libremente que las rutas del mar Rojo y del golfo Pérsico, así como las de la Ruta de la Seda, quedaron limitadas a uso casi doméstico por parte de los países contextuales.

Ante tal riqueza experiencial del conocimiento del mundo, sus grandes rutas comerciales practicadas desde la antigüedad se convierten en fuentes de conocimiento desde sus profundas realidades culturales y espirituales. Numerosas miradas occidentales se contienen atentas ante tan atractiva información, crónicas antiguas y medievales, esperanzas para su hastiada realidad y prolegómeno de una concreción anímica fundamental llamada viaje. De hecho un nomadismo al encontrar en aquellas tierras esperanza y plenitud, la tan ansiada libertad idealista. Oasis en la metáfora de su condición sedienta cual caminante por las resecas sendas de un occidente deshumanizado. Nuevos temas, impresiones, vivencias, alimentos, colores, consonancia cuerpo y mente que le ayudará a entender un poca más el mundo y su especie, apolínea y dionisiaca, que es el hombre.

Pero en esta búsqueda llamada orientalismo, la cual procederemos a explicar más profundamente a través de ejemplificaciones basadas en las vivencias de los viajeros, cabe aún un hecho importante, prolegómeno a unir a los anteriormente presentados como la Ruta de la Seda y la Ruta de las Especias. Se trata de un hecho histórico que impulsará en el siglo XVIII tanto a ilustrados como a románticos en la búsqueda de Oriente como necesidad existencial. Nos estamos refiriendo a la Invasión Napoleónica de Egipto, proceso llamado también y de una manera más prosaica Redescubrimiento de Egipto. Procedamos a establecer un ligero análisis que nos permita conceptualmente reforzar más la idea del orientalismo como un nomadismo introafectivo.

Corría el año 1798 cuando Francia se encontraba en un periodo bélico expansionista siguiendo los planes estratégicos del joven Bonaparte. Su principal enemigo era Gran Bretaña, la cual con una extraordinaria Armada real, frenaba el ímpetu napoleónico en el Canal de la Mancha y en gran medida en el Mediterráneo. Pero los intereses de Napoleón se estaban empezando a dirigir hacia territorios sorpresivamente nuevos, como lo era Oriente y concretamente Egipto. En realidad, en su actividad filantrópica, este había estudiado ya con detalle la realidad oriental en gran medida por la cantidad de información obtenida por el expolio de los fondos de la biblioteca de Milán, que habían llegado a París tras la campaña italiana de 1797. Napoleón, pensaba que el imperio otomano se encontraba muy debilitado para defender su lejana provincia egipcia y que en el propio Egipto los mamelucos formaban una camarilla militar inútil con reminiscencias medievales. Además su puerto principal, el de Alejandría, era un puerto militarmente vulnerable. Al dominar Egipto, los franceses, además podrían desde esa base amenazar a los británicos en sus intereses en la India, al dominar el Mar Rojo e incluso poder llegar a la misma e invadirla. Desde Egipto, además, los franceses podían avanzar hacia el norte contra el imperio otomano. Egipto, se convertía en sus intereses militares en un territorio estratégicamente perfecto para el control de Oriente y Occidente, así como para el debilitamiento británico .

Bonaparte gozaba de la confianza de los franceses en todas las escalas sociales. Especialmente entre la intelectualidad del momento la cual se proclamaba profundamente bonapartista. En el Institut de France, la más prestigiosa institución francesa de las artes y las ciencias, Bonaparte contaba con el incondicional apoyo de un grupo de hombres, ingenieros, geólogos, matemáticos, químicos, zoólogos, astrónomos, geógrafos, mineralogistas, arqueólogos, arabistas, poetas y pintores, que le acompañarán a Egipto como un cuerpo de observación, pues la misión en gran medida tenía además gran interés por el conocimiento y el saber que podía aportar Egipto a la humanidad.

El presupuesto de la campaña, nueve millones de francos y el contingente, 34.000 hombres, todo preparado con gran secretismo. Los británicos, no obstante, sabían de sobra que se preparaba una expedición, sospechando equivocadamente que se trataba de una incursión sobre Nápoles o que Bonaparte doblaría al oeste por el estrecho de Gibraltar y pondría rumbo a Inglaterra o Irlanda.

El 18 de mayo de 1798, sin contratiempos, la escuadra sale hacia la costa egipcia, tomando fácilmente Alejandría y entrando personalmente Bonaparte a caballo entre fanfarrias en El Cairo el 23 de julio. Rápidamente, se organizará el territorio nombrando a egipcios como gobernadores de las provincias, cada cual con un comisario francés para asesorarle. Se impusieron tributos sobre lo que se creía era una base equitativa y razonable. Se reformó el corrupto sistema judicial mameluco y se desarrollo un ambicioso proyecto de obras públicas . Aquí, es donde los intelectuales jugaban un enorme papel, tomar nota de Egipto como fuente de conocimiento, fundamentalmente en cuanto a su pasado histórico y a la vez aportar su conocimiento para la reforma del país, ahora una provincia más de Francia.

Un órgano importante al respecto será el Institut d’Egypte, presidido por Monge, el cual se haría cargo del departamento de Matemáticas, Berthollet del de física, Caffarelli del de economía y Parseval-Grandmaison del de Literatura y Bellas Artes. El programa tenia como finalidades más importantes el estudio de los monumentos y las antigüedades así como el escribir una historia del antiguo Egipto y elaborar un diccionario franco-egipcio. En cuanto a aspectos técnicos, el plan para abrir el canal de Suez y la conservación de agua dulce a través del levantamiento de presas en el Nílo. Así como el estudio de las crecidas del río y la experimentación de nuevos cultivos. En el área científica, reorganizar los servicios sanitarios del país.

El acoso británico provocó progresivamente un debilitamiento de la presencia francesa en Egipto a partir del 31 de mayo con el enfrentamiento de Nelson y su escuadra a la flota francesa en las proximidades de la desembocadura del Nílo. Algo que provocó grandes daños a los franceses y un bloqueo por parte de los británicos, turcos y rusos frente a las costas egipcias que imposibilitaba la llegada de la ayuda francesa. Es más, los turcos enviaron a Egipto un contingente de 20.000 soldados, que desembarcaron en la bahía de Abukir, que daría nombre a la batalla. La cual, a pesar de la victoria francesa, debilitó a estos aún más. A ello cabe unir la retirada del ejercito francés de Italia, la invasión de las islas jónicas por los turcos, el bloqueo británico de Malta y en general una situación política caótica en París.

Napoleón, burlando el bloqueo y dejando al mariscal Kléber al frente de Egipto, regresará a Francia urgentemente. Todo ello provocará un progresivo desencanto y pesimismo hacia la aventura egipcia napoleónica. Finalmente, el desembarco en la zona del Mar Rojo egipcio de un cuerpo de ejército británico procedente de la India provocará definitivamente que el 15 de julio de 1801 los franceses abandonen Egipto. El sueño bonapartista de conquistar la India y el imperio otomano desapareció, aunque sus planes para la occidentalización de Egipto se llevaron en último término a la práctica como la construcción del Canal de Suez cincuenta años más tarde.

El trabajo igualmente de los intelectuales franceses, llenó un vacío existente en el saber humano, sobretodo recogido en Description de l’Egypte, veinte volúmenes del exhaustivo trabajo del Institut d’Egypte en aquellas tierras , un auténtico inventario de Egipto y su antigüedad. Algo que se concretó con Champollion, décadas después inaugurando la ciencia de la egiptología al descifrar los jeroglíficos de la piedra Rosetta y el nacimiento de la arqueología moderna, concretándose como derivación de lo acontecido en Egipto. Aparecen, pues, toda una raza de arqueólogos, que se esforzarán en encontrar los mundos del pasado con una innegable inclinación por las evocadoras ruinas monumentales. Existiendo además en todos ellos un doble vector; por un lado un esfuerzo en el rigor científico con intención esclarecedora y afán por el conocimiento. Por otra parte, un fuerte componente romántico, que les impulsará al fetichismo por el objeto y el rescate de la historia perdida y el deseo de fama.

Así ya desde el siglo XVIII se aprecia en toda Europa el impacto de lo oriental desde tan importantes precedentes y cómo no, a través de su descubrimiento por parte de la intelectualidad, la cual se lanza en diferentes ámbitos a la conquista de lo oriental.

Además, en 1771 Anquetil-Duperron, publicará el Zend-Avesta (libro sagrado del Mazdeísmo) y durante los decenios siguientes, los europeos consiguen desentrañar todas las lenguas hasta entonces incomprensibles del próximo Oriente (como hemos señalado, los jeroglíficos egipcios por Champollión, el arameo, el asirio, el sánscrito, el pali, el chino antiguo...).

Un gran optimismo impulsará aún más el proyecto romántico Oriente-Occidente cuando en 1796 William Jones defiende un parentesco entre el sánscrito y las lenguas europeas antiguas.

En 1808, Friedrich Schlehgel escribe como un deseo ante su gran vocación orientalista:

¡Ojalá los estudios indios puedan encontrar algunos discípulos y protectores como los que, en Alemania e Italia, surgieron tan súbitamente y en tan elevado número en los siglos XV y XVI para los estudios griegos, y que hagan tan grandes cosas en tan poco tiempo! .

En 1818 Schopenhauer, contando con treinta años, publica en Leipzig, El mundo como voluntad y representación obra clave que marcará a generaciones enteras y en el que hay numerosas referencias al pensamiento oriental. En este sentido, Schopenhauer comparte con los románticos un vivo interés por los grandes textos orientales. En 1811, concretamente, quedó cautivado por la lectura del Oupnek’hat (colección de Upanishads hindúes), traducidos al latín por Anquetil Duperron.

Schopenhauer se inscribe en la tradición filosófica del idealismo, según la cual el mundo, tal como lo conocemos, sólo existe precisamente por nuestro conocimiento, solo en nuestra representación y no fuera de ella. Teoría que le vincula a Platón a Kant y que convierte en objeto de conocimiento las teorías del Dharma Budista en el convencimiento y defensa de que la vida es esencialmente desdichada.

En 1830 Argelia es invadida por Francia, lo cual reavivará aún más el gusto por lo oriental acrecentando el interés cultural por viajar hacia ese destino, al cual hubo que añadir lógicamente el interés político y el económico.

El 14 de septiembre de 1833 cerca de Rouen en la ribera del sena, la muchedumbre vitorea mientras el buque de la armada Luxor navega río arriba con rumbo a París. Procede de Alejandría y transporta el gigantesco obelisco de Tebas, el cual será colocado en la isleta de la plaza de la Concordia. Entre la muchedumbre, un niño de 12 años Gustave Flaubert, un niño que odiaba profundamente Francia, una nación banal, estéril y penosa. Contemplaba oriente como una fuente de liberación de la mezquindad cívica de Occidente .

En Rabia e impotencia, escrito a los 15 años, el principal personaje, Monsieur Ohmlin, anhelaba profundamente el oriente de sol ardiente, cielo azul, alminares dorados, caravanas en las arenas, y sus extraordinarias mujeres de piel morena. A los 18 años, escribe Memorias de un loco, cuyo héroe autobiográfico soñaba despierto con lejanos viajes a las regiones del sur.

A los 25 años, tras la muerte de su padre y la correspondiente heredad, invierte en un soñado viaje a Egipto, en compañía de su amigo Maxime du Camp. Parten en Octubre de 1849:

Cuando estuvimos a dos horas de la costa de Egipto, subí a proa con el timonero jefe y divisé el palacio de Abbas Pachá, como una cúpula negra sobre el azul del mar- contaría a su madre- El sol picaba fuerte. Percibí el Oriente a través de, o más bien en, una gran luz de plata derretida sobre el mar. Muy pronto se dibujó la costa, y la primera cosa que vimos en tierra fueron dos camellos conducidos por un camellero, y luego, a todo lo largo del muelle, a vigorosos árabes pescando con caña con el aire más pacifico del mundo. Al desembarcar se armó el estruendo más atronador, negros, negras, camellos, turbantes, bastonazos propinados a izquierda y derecha con entonaciones guturales que desgarraban los oídos. Me pegué un atracón de colores, como un asno que se atiborra de avena .

También el orientalismo se verá enriquecido por el redescubrimiento de España tras la campaña Napoleónica en el sentido de encontrar en ella los viajeros románticos reminiscencias orientalistas en nuestras tierras. Orientalismo de proximidad, mucho más cómodo que el que se adentra en el norte de África y Asia. Un orientalismo que además de los románticos europeos cobra en España un matiz patriótico pues el mundo árabe era parte de nuestra historia, así por ejemplo cabe mencionar entre otros, el resultado literario observable en las intrigas decadentes del reino de Valencia en Los amantes de Teruel de Hartzenbusch o en El manuscrito encontrado en Zaragoza del Conde Potocki o los Cuentos de la Alhambra de Irving. Una evidencia en cuanto a constatar a través de la literatura, como Oriente fue como una de las partes oculta del ser de la época, el cual plasmará sus impresiones, destacando siempre en ellas con respecto al orientalismo, las cualidades de evasión y nostalgia.

Chateaubriand, Thomas Moore, Victor Hugo, Goethe, Herder, los hermanos Schlegel, Brentano, Creuzer, Tieck, Novalis, Lamartine, sobretodo románticos franceses y alemanes , son algunos nombres vinculados en su obra al orientalismo desde sus experiencias en el viaje a aquellos territorios. Es más, la literatura actuó como un medio de información y ensoñación a la vez, ya que permitió a los que no podían viajar, recrearse en la fantasía de enajenarse a través de la literatura y los diaphanoramas .

Herder afirma al respecto que:

El romanticismo supremo debemos buscarlo en Oriente .

Novalis añadirá en su obra La Chrétienté et l’Europe:

Oriente es la verdadera patria de la humanidad, de la lengua y de la poesía. Y en consecuencia del entusiasmo; a partir de donde todas las cosas se han trasplantado a otros países y a otras regiones como a partir de un tronco original.

Un nuevo y aclamado éxito entre la intelectualidad europea con respecto al orientalismo será la publicación en 1852 de la obra de Burnouf le Lotus de la bonne loi, traduit du sanscrit, accompagné d’un commentaire et de vingt et un mémoires relatifs au Budhisme.

En 1854, el joven Nietzsche, estudiante de filología de la Universidad de Leipzig, lee El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer, obra imprescindible en su evolución, ya que a través de ella penetra con mayúscula en el pensamiento pesimista además de recibir las primeras pautas conceptuales sobre filosofía oriental y concretamente el budismo, el cual servirá de pauta comparativa en su crítica al cristianismo, como quedará bien reflejado en su obra el Anticristo.

En 1875 se funda la Sociedad Teosófica por parte del Coronel Scott y Helena Blavatsky, con la idea de unificar y estudiar desde el esoterismo las espiritualidades del mundo y entre ellas, sobretodo las orientales.

En 1879 Sir Edward Arnold escribe Luz de Asia, un largo poema de ocho libros, obra de cabecera sobre el orientalismo en relación al pensamiento budista al igual que lo será el libro de Raymond Schwab titulado El Renacimiento Oriental.

Así, ante tal riqueza y aliciente, la obra artística comienza a concretar oriente en su cabecera. Chateaubriand encontró en Oriente el escenario ideal para situar sus mitos y obsesiones personales. Para él, oriente era:

Un lienzo roto que estaba esperando a que él lo restaurara.

Por su parte, Gerard de Nerval y Flaubert también desembarcan en oriente armados de las lecturas previas de los textos del orientalismo académico. Flaubert iba en busca de una patria ancestral, origen de las culturas y de las religiones. Nerval iba tras el rastro de sus sentimientos y sueños personales.

En el ámbito pictórico, el orientalismo moverá a centenares de artistas en la errancia nómada en busca de la plasmación de sus introafecciones en estos contextos novedosos aunque referenciados ricamente por la literatura y la historia. La vida de estos artistas es fundamentalmente urbana y por tanto por ello se sienten tan atraídos por la vida nómada.

Deseosos de una vida donde el tiempo es relativizado, peregrinan hacia un destino ahora concretado, físico y real donde el artísta materializará sus sueños los cuales compartirá con una Europa tan receptiva como ansiosa por recibir las visiones de ricas y fantásticas tierras . Paisajes que en la fría y gris Europa no existen, y los cuales evocan sobretodo la ansiada evasión. Paisajes en los cuales la pintura romántica encuentra el color, ese gran desconocido, al igual que descubre la luz, otro tipo de luminosidad. Categorizando que los colores varían y la luz varía, porque el mundo varía. Como en el caso de Victor Eugène Delacroix el cual descubre los colores de Marruecos y su atractiva antigüedad viva. Este, en enero de 1832, llegaría al norte de África para capturar con sus pinturas el exotismo oriental. A los tres meses de su llegada a Tánger, vestía ya la indumentaria local y se despedía de su hermano refiriéndose a sí mismo como tu africano. En sus pinturas marroquíes, Delacroix parece sugerir cómo el deseo de un lugar puede alimentar el deseo de la gente que lo habita. De cada una de las Mujeres de Argel en su habitación (1834), el observador puede arder en deseos de saber, al igual que Flaubert ardía en deseos de saber de cada mujer que encontraba, su nombre, lo que le preocupa, lo que lamenta y lo que espera.

Colores vivos y sobretodo luz, ropajes, gentes, costumbres. Impresión emocional constante. Escena de mujeres de serena sensualidad. Un Oriente mágico como también se aprecia en su Mujer argelina (1834); Marroquíes corriendo la pólvora, Fiesta nupcial en Marruecos, Fantasía árabe y Boda judía.

Artur Melville, igualmente pintará la experiencia oriental con sus evocadores efectos de contrastes forzados de sol y sombra como en su Interior Árabe de1881, obra en la que muestra a nuestros sentidos la luz filtrándose a través de celosías en juegos sensoriales.

En nuestro contexto, Marià Fortuny i Carbó también se apasiona por el viaje oriental (Marruecos, Roma, París, Granada, etc), destinos donde pintó la mayoría de sus obras, sobretodo en ambientes marroquíes como “La batalla de Tetuán”, “Niños en un salón japonés”, “Odalisca” y “Fantasía árabe” entre otros.

Otros verán en Oriente un regreso a la génesis histórica de su espiritualidad, refugiándose en la tierra santa y en las fuentes bíblicas, como en el caso de David Roberts, pintor británico el cual plasmó sus impresiones y experiencias del oriente durante su viaje a tierra santa hacia 1840, aunque también muy influenciado por las numerosas láminas publicadas sobre la zona en la época. En ese sentido era un Oriente un tanto engañoso y alimentado de fantasía. Primero como fotógrafo, 134 placas, para plasmar luego sus conclusiones pictóricas sobre lienzo. Al final del XIX James Tissot, en el mismo sentido, dedicó gran parte de su vida a pintar escenas del antiguo testamento, para ello viajó a Tierra Santa con la finalidad de encontrar lugares exactos para los detalles (un regreso a las raíces religiosas).

Otros sin más, se refugian en unas estética orientalizante fantástica e imaginativa como en el caso de Gustave Moureau (1826-1898) con sus numerosos temas orientales.

Otros, se centrarán en el protagonista autóctono de aquellas tierras, en un sensible costumbrismo evocador y rousseauniano como en el caso de Gustave Guillaumet el cual queda fascinado por la dureza de la vida en Argelia o Jean-François Millet, el cual pinta la dureza laboral en Argelia Las tejedoras de Bou-Saâda. Incluso contextualizándolo en la inmensidad y sublimidad del paisaje como en “Caravana en las dunas de Bou-Saâda”.

Eugène Girardet recurrirá por su parte a la dureza del paisaje para reforzar las condiciones de la vida nómada, personajes minúsculos en la naturaleza hostil, la cual aceptan sin intentar dominarla (no como los racionalistas). Igualmente, en su intento de conocer al hombre de aquellas tierras, cabe citar entre otros, al pintor Frederick Lewis, el cual compartió vida con la población musulmana egipcia y el pintor Eugène Fromentin por su parte con la argelina.

El sentido de admiración hacia el hombre de aquellas tierras, queda también en evidencia en la obra de Horace Vernet, titulada Jefes árabes contando historias (1834) (Ilustración nº 54). En ella se nota el contacto con las poblaciones árabes por parte del artísta, y su reivindicación de su vida sencilla y emotiva. En esta obra, se observa a un grupo de beduinos bajo un árbol, centrados en la conversación, la amistad y el relato que fundamenta su entidad como pueblo. Mientras, en contraste, a lo lejos, un grupo de soldados franceses prepotentes y distantes. Admiración por el hombre, también observable en la obra de Theodore Chassériau (1819-56), el seguidor por excelencia en temas orientales de Delacroix. El cual nos presenta a este individuo liberado de prejuicios tras su marcha a Argelia en 1846. Observable en obras como: Árabes abrevando sus caballos a las afueras de Constantinopla, La toilette de Esther (1842), La casta Susana (1839). Estas dos últimas liberadas del prejuicio de una moral occidental cerrada y férrea, reforzando los ya existentes esfuerzos ingréscos por mostrar la sensualidad libre de Oriente en forma de mujer. Erotismo, sensualidad oriental, como una manera de paliar la cohibida y reprimida libertad Occidental. Deviniendo incluso género que más tarde muchos como Cezanne, Matisse y otros, homenajearan con sus propias telas como objeto de culto. El mundo del Harem ante el cual el artísta alimenta sus reprimidos fantasmas sexuales con la desnudez del cuerpo y el vouyerismo de mundos femeninos, deseos ardientes, rituales de baño, de disfrute, como por ejemplo en Jean-Jules Antoine Lecomte de Nouÿ y La esclava blanca, de1888.

El orientalismo incluso empujará al artísta romántico a la alteridad. La traslación abarca incluso su propio aspecto y hábitos, como se observa en Giacomo Trécourt y su Autorretrato vestido de oriental (1842) (Ilustración nº 55), insólito autorretrato con un vistoso turbante y una mirada ajena al espectador (una mirada errante y nómada). Una reelaboración de la propia imagen de una manera exótica, al igual que cuando Thomas Phillips realiza su Retrato de George Byron, (Ilustración nº 56) en el que el universal poeta, posa ataviado con el traje típico albanés que este había comprado durante un viaje al Epiro en 1809, evocando su gran pasión por Oriente que le llevó finalmente a la muerte en Grecia.

El orientalismo se verá convertido en capricho en cuanto a lo objetual, tomando forma en arquitectura, sobre todo en Inglaterra y en la arquitectura de jardines, la cual pone de moda el jardín anglo-chinois propagado por los viajeros británicos. Se trataba de crear una sucesión de paisajes distintos en los que se implantaban cuidadosamente árboles, lagos y colinas artificiales, creándose escenas diferentes para la contemplación y goce del espectador. Igualmente, en toda Europa, se pondrá de moda en las artes decorativas las chinoiseries, productos fabricados por los artesanos occidentales, los cuales, reflejaban una imagen idealizada de Oriente, en la que se combinaban una multitud de estilos orientales junto con los propios. Diseños y motivos indios, islámicos, chinos y japoneses se adaptaron a los occidentales, resultando un estilo esencialmente europeo. El espíritu de la chinoiserie abarcó a los diseños de muebles, plata, cerámica y tejidos.


En arquitectura, cabe mencionar desde este espíritu, los exóticos quioscos de Luis XIV de Francia y El pabellón Brighton de Jorge IV (1762-1830) en Inglaterra. Numerosos caprichos a los que podríamos unir a manera de ejemplo el que plasma Karl Blechen en su pintura interior de Palm House (1832) (Ilustración nº 57). Al respecto, Alexander von Humboldt, el ilustrado viajero científico, convenció en 1830 al rey Federico II de Prusia sobre la compra de una serie de valiosas e impresionantes palmeras que se subastaban en París procedentes de Oriente y pertenecientes a la colección Foulchirón. El monarca, las compró y las plantó en un pabellón expresamente construido para tal fin al sur de Berlín, proyectado por Karl Friedrich Schinkel. Asimismo, el rey, encargó al pintor Karl Blechen esta vista del invernadero (Palm House) para regalársela a su hija Carlota, Zarina de Rusia. Todo en la obra es oriental, pues el pabellón se construyó como un recreamiento sobre la arquitectura y ornamentación árabe. Prevalecen pues un exotismo y ensoñación espacio-temporal en un contexto en el cual incluso aparecen unas odaliscas como una fantasía particular del artísta que refuerza aún más el clima oriental.

Hemos visto una práctica nómada constantemente practicada en el contexto romántico y que aún hoy sigue vigente tras la pasional aventura artística desde entonces hasta nuestros días. En el próximo capítulo precisamente nos volveremos a encontrar con nomadismos orientales en numerosos creadores a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI. En los tiempos de empeño en la homogeneización, el orientalismo deviene una ínsula esperanzadora pues aunque la máquina globalizadora se esmera en hacer indiferenciables a los pueblos y culturas del planeta, aún hay afortunadamente una latente heterogeneidad entre Oriente y Occidente, algo que se reforzará desde diferentes ismos, igualmente obsesionados en la reivindicación del otro como objeto de conocimiento artístico, como el Japonesismo, el Africanismo, el Primitivismo, etc.

Me gustaría acabar este punto dedicado a la voluntad nómada endopática hacia esas dimensiones reseñadas, refiriéndome a mi particular experiencia. Y quisiera hacerlo sin la mayor pretensión que la de quizás ayudar a entender al lector de dónde procede mi interés hacia este estudio. Nos estamos refiriendo constantemente a los sentimientos internos como motores que han condicionado al nómada a practicar la erráncia, la traslación o transposición. Sentimientos a flor de piel articulados en un empuje experiencial huyendo quizás de lo conocido para refugiarse en la utopía. Algunos pasionalmente racionales, otros pasionalmente intuitivos, pero todos al fin practicantes de estos difícilmente explicables territorios.






Pues bien, en mi caso, se trata como en todos los casos de una particular empatía hacia la traslación, incluso diría hacia la alteridad. Todo se remonta en la memoria a la remota infancia y sus bellas aunque borrosas ensoñaciones alimentadas por numerosos factores sumativos entre los que destacan recuerdos de literatura oriental infantil a través de Las mil y una noches y algún que otro libro de Salgari y Potocki. También ciertas series italianas televisivas, bastante mejorables, aunque de excepcionales bandas sonoras, que mostraban a piratas malayos e indonesios enfrentados bajo el liderazgo de Sandokan, el Tigre de Malasia, al poder colonial británico. O la saga de los Polo inmersos en la Ruta de la Seda. A ello cabe sumar las epístolas de un abuelo paterno, militar en la campaña Norteafricana y el recuerdo de las visitas al puerto de Barcelona y concretamente a un tío Confronta que trabajaba en el mismo y que de tanto en tanto nos ofrecía gentilmente la oportunidad de entrar en las tripas de alguno de aquellos barcos carboneros, cafeteros, madereros, procedentes de tierras lejanas, bajo diversos pabellones y tatuados en sus oxidadas planchas con inscripciones en lenguas diversas, cantonesas, cirílicas, árabes... Recuerdos que se enriquecen con noches mágicas a la escucha de un precario receptor de radio en el que el dial deambulaba por las zonas musicales magrebíes. A ello, sumarle un magnífico viaje a los trece años a Marruecos, el cual, definitivamente supuso para mí el descubrimiento del mundo y como no, todo ello en el contexto de una familia sencilla, pero con grandes bases intelectuales en la que mis padres, con una extraordinaria capacidad cultora repasaban el mundo con sus hijos pasando y pasando las hojas de libros, revistas y enciclopedias.

A partir de ahí, años de lecturas al respecto, entre otros, los románticos franceses sobretodo, pero también Borges, un peregrino iniciático y Cortazar, un canalla, por habernos dejado tan huérfanos con su marcha. Y todo ello con idas y venidas de aeropuertos y escalas de tarifas baratas, en ocasiones mal acompañado, pero generalmente sólo, que es como se dimensiona mejor todo, en la quietud del contemplador y el sereno paisaje. Eso sí, ilustrado en obsesión por las más escandalosas fanfarrias, turcas y rumanas, música punjabi, rai, y todo lo que se cruzara en mi camino, pues en gran medida, la música ha sido y es alimento existencial en el viaje. El viaje, ha sido para mí la mejor de las cátedras, la más enriquecedora de las experiencias que fraguan el conocimiento. Conocimiento que se plasma pictóricamente en ocasiones in situ, a veces a plein air, en la habitación de algún hotel o finalmente en el estudio al regreso.

Telas, papeles, acuarelas con la obsesión nómada, como tantos otros practicantes también lo hicieron. Artistas del nomadéo y la introafección, mucho más importantes que yo, nombres de la historia del arte que insistieron incluso hasta la muerte en esta idílica aventura. Para mí, en definitiva, el Pensamiento Nómada como Endopatía: Introafección y Creatividad, es una declaración de principios, en la cual sobretodo y humildemente deseo invitar a hacer la reflexión sobre la importancia del cuestionamiento del hábitat y la comunión sincera con su interno, que practica el creador en su heroica y arriesgada voluntad de servir al hombre.

Quisiera acabar este punto relativo al orientalismo, igualmente, y a manera ejemplificadora, aportando una selección de textos, se trata de algunas reflexiones escritas a lo largo del viaje. Escritos en pequeñas notas, que generalmente son ordenados en vuelo de regreso, para estar prestos y al servicio del hecho pictórico.

...Mi primer recuerdo de Asia es algo abstracto no porque quede difuminado por el paso del tiempo, más bien porque aquellos lares novedosos para mí, aún guardaban en su apariencia externa connotaciones europeas, algo lógico tratándose del punto más occidental de Asia, justo donde el Bósforo separa las dos turquías. Üskudar, uno de los distritos asiáticos de Estambul olía fuertemente a pescado mientras caía agua-nieve de diciembre sobre las manos curtidas de los limpiabotas kurdos, no obstante, de los transbordadores procedentes de Eminönu , desembarcaban universitarios y ejecutivos muy parecidos y en un futuro ya no muy lejano indiferenciables de los que llegan al down de la gran manzana neoyorquina procedentes de New Jersey. Neones luminosos intermitentes incitaban al consumo de novedosos comestibles, en nada comparables con los exquisitos mezze turcos que revolucionaron en la expansión otomana la gastronomía de Oriente Medio. La Turquía moderna de Mustafá Alí Kemal, Ataturk , preponderaba sobre la Turquía clásica, la otomana, claro está, la bizantina nunca me interesó. Pronto aquella sensación iría desapareciendo en la medida que el destino, como si de una extraña patología se tratara, me empujaba hacia la gran Anatolia en búsqueda de lo primigenio, nostalgia ontológica, sueños de viajero ya en la profunda Asia.

Rafael Romero. Estambul, Julio de 1990.

...El alimento “mentis” fundamental para mí es cualquier información que traigan otros, cuando no sea yo el que lo traiga. Siempre es el mismo, recuerdos e impresiones sobre tantos particulares lares y tantas y diversas gentes queridas. Mis últimas lecturas de cabecera se dirigen intuitivamente hacia una reconfortable espiritualidad magníficamente representada por la sabiduría sufí y su alma-mater Mevlana Rumi, la piadosa vía contemplativa y compasiva del Islam conocida como sufismo. Así me he encaminado en la peregrinación despierta, consciente y aguzada hacia las tierras otomanas de Konya (santuario del sufismo) y he observado las santas cofradías de derviches, los mismos que en otra lengua y con otros afeites me han sorprendido tiempo atrás en el Sur de Marruecos, recitando sus jaculatorias bajo banderas verdes. Multitud ordenadamente desordenada, como la que dedica su vida a la poesía cantada con trascendental rectitud en Damasco.

Andaduras por las tierras del profeta con el compás del ney, la flauta dulce asiática, tan dulce como la imitación cósmica de los astros de los iniciados giróvagos sirios y turcos, tan dulce como la voz curativa y mística de las familias musicales del Indostán y su poeta nacional Nusrat Fateh Alí Khan. Jornadas de Belly Dance egipcio contrastando con las desgarradas invocaciones de los pescadores de perlas del Mar Rojo. Tributo a la tumba de Ëyup donde el Cuerno de Oro se aleja desafiante del Bósforo y donde Pierre Lotti estableció su base de operaciones, un promontorio privilegiado donde escribir sus odas a la moderna Estambul y a la antigua Constantinopla. Comprar incienso en el Golfo pérsico y encenderlo en Barcelona, saboreando un té al cardamomo, leyendo a Nerval y a Flaubert saboreando un té regalado por el mohezín de Souleymaniye Camii, en la soledad de la erráncia. Ese, es el tipo de vida que amo y amaré.

Rafael Romero, entre Ankara y Madrid, en Junio de 1993.


Refugio consciente y premeditado en el otro, nomadismo irrefrenable que me lleva a los reductos del amor, a las tierras que vieron nacer hace 2500 años al príncipe de Magada, Lumbini, hoy Nepal. El compasivo, Shidarta Gautama, el que demostraría el poder inconmensurable de la mente como algo sin principio ni fin capaz de llevar a través de un conjunto de 84.000 enseñanzas al hombre al despertar. Amor y compasión en un fragmento de tierra: Pirineos-Himalaya, Himalaya-Pirineos. Nomadismo recto, respetuoso, silencioso y contemplativo cerca de seres considerados Deidades Vivientes y de profundos misterios y vivencias ante los cuales sobran los conceptos. Estudio de las formas religiosas de aquellos conjuntos monásticos con sus monumentos a la iluminación (Chörtens) y sus minuciosos soportes pictóricos meditativos (Tangkhas). Océanos de recuerdos en Darjeeling y en Varanasi, entre el hedor de la natural y emotiva muerte y los humos que todo lo llenan de Kügul (goma aromática resinosa depurativa). Recuerdos de Dioses-mono en las carreteras malabares y de niñas prisioneras en una torre, veneradas también como diosas-vírgenes . Fuego purificador, mantras tántricos, vida y muerte.

Rafael Romero. Lumbini (Nepal), 2000.

Alguien excesivamente prejuicioso me dijo en cierta ocasión despectivamente que el sonido característico de la India era el escatológico carraspeo laríngeo-nasal acompañado de la expulsión flemática, evidentemente también sobre los diamantes se depositan motas de polvo, lógicamente, aquel que observa lo superfluo y lo convierte en categoría es un tonto. Recordé que ese tipo de comentarios desde otras circunstancias pero en un similar sentido, ya las había leído en las crónicas que en 1298 Marco Polo dictó en la prisión de Génova a Maese Rustichello de Pisa. En las mismas y desde el prepotente crisol de la cristiandad relata sus andanzas por reinos lejanos desde valores preconcebidos no muy diferenciados de los de tropeles de turistas que atropellan actualmente los continentes alíenos cámara en mano extasiados por el regateo a los pobres e indigentes. Afortunadamente hubo y sigue habiendo quien viaja al teatro del mundo con la honesta misión de minimizarse. Idealistas decimonónicos, soñadores germanos, poetisas británicas, flemáticos y hastiados hombres y mujeres soñaban encontrar en tierras de dioses el axis mundi, la fórmula que elimina todos los sufrimientos. Así llegaron a estas y otras tierras por mí tan amadas y así siguen llegando y llegarán. Y se encontrarán desnudos ante el universo, vestidos por el agua monzónica y peinados por la fresca brisa Himalaya. ¡Namasté!, ¡namasté!, ¡namasté!, ¡loanzas a la deidad que llevas dentro!, ese es el sonido de la India, el saludo de sus habitantes a la más preciosa y sutil joya del hombre, su mente y su capacidad potencial de elevarla desde la practica de las virtudes a otra categoría indescriptible e inexplicable. ¡Tashi delek!, ¡tashi delek!, así lo hacen los tibetanos, deseando al Buda que todos llevamos dentro, los mejores deseos.

A Asia se debe ir desnudo y con la voluntad del reencuentro, con lo propio y natural, con lo inexplicable. En estos océanos de sistemas de creencias, las energías celestiales y terrenales se cruzan revigorizándolo todo, haciendo aflorar la regeneración y renovación de nuestra entidad, la misma indiferenciable en todo lo que siente y ama. De Colombo a Lahore, de Kabul a Tashkent, de Üruchi a Calcuta, de Yangon a Surabaya, de Beijing a Kobe, de Kajurano a Madurai, se extiende un verdadero e incontrolable universo de los sentidos, los lugares sagrados, lugares causales, universidades donde se erigen conocimientos inconmensurablemente simples, paz, amor y compasión. El cielo en la tierra, maestros, chamanes, gurús, arahats, ngagpas, pandits, iniciados, recitadores de mantras, shadús, lamas, peregrinos eternos, curanderos tántricos, arquitectos cosmológicos, ascetas que invitan a parar el mundo y cuestionarlo con la dualidad de la vehemencia y el amor materno, pero también la catarsis deviene placentera en las piedras inertes que guardan secretos, en las aguas de los océanos cósmicos que se deslizan suavemente por las colinas himalayas, mientras chinos y tibetanos litigan por la tierra, los protectores siguen haciendo caer sobre nosotros gotas como diamantes, las mismas que se unirán para devenir ríos con nombres sublimes, apellidos diría yo de nuestro linaje de seres sintientes, Indo, Ganges, Tasangpo, Brahmaputra, Irrawaddy, Yangtsé Kiang.

- Las poderosas aguas al liberarse generaron la madre de todo...de ellas surgió el único hálito vital que infundió vida a los dioses. Rig Veda.

Un día de invierno, envuelto en esfumatos védicos, enfermé en Varanasi , aquel día cambió mi vida, aquella tos seca y fiebre de fragua, significaba un desprecio profundo a los valores mundanos. Transmutación, las aguas del Ganges se llevaban lejos tantas inmundicias, los brahmanes recitaban sus poemas celestes, Suria, la deidad solar asomaba tímida, sonaba música punjabi y se respiraba devoción y emoción, palimpsesto, dibujo sobre lo dibujado, lamparillas votivas flotantes, olor a té, a masala y a chapati braseado. Perros y sarna, vacas vagabundas y famélicas, ¡vienen dos muertos!, grita alguien; procesión, comitiva de muerte, dos cuerpos amortajados de blanco camino a los crematorios fluviales. Madera de sándalo para los ricos, arbustos resecos para los pobres. Rupias negras arrugadas en negras manos.

Individuos prisioneros de sus cuerpos y de sus mentes, fotografiando leprosos y comprando llaveros a los niños con agua del río sagrado. El templo es un cajero automático...

La naturaleza se desvanece y muere, se repliega, se esconde, deviene secreta y a la altura de lo iniciático, agua y aire, fuego y tierra, bodas de rocas sagradas en Japón (Meoto-Iwa), vínculos en Tíbet a los esenciales que se esconden en la naturaleza a través de ofrendas dignas de dioses. Construcción de moradas terrenales a los ancestros en Thai. Árboles que son árboles, no madera en potencia. Árbol, principio no menos cósmico de vida que riza sus raíces aéreas cual ofrendas al aire. Aire que lleva por el universo las bendiciones de las estupas budistas. Aire que enfría las tazas de té, que refresca los tazones de vino de arroz en los casamientos rurales, aire que desempolva las tumbas de los sabios antiguos, de los héroes compasivos. Aire que pasa por las celosías de los arcos conmemorativos, el mismo que refresca caldeadas sexualidades sagradas, el mismo que acaricia el asta sagrada, el embrión de oro, el templo del diamante, el árbol bodi, el río perfume, la escalera al cielo, el jardín de la iluminación, los ojos del compasivo, los hábitos azafranados, las sedas damasquinas, los paños remendados de algodón. El aire, que expande los humos purificadores de los incensarios, matando los demonios mundanos y dispersando las neblinas matinales en el techo del mundo.

Esta Asia primordial, la de lo espiritual y lo piadoso, la de los pobres, la que protege con todas sus criaturas Krishna, la que espera la llegada de los iluminados, la que recita mantras, la que lo perfuma todo, la que espera al arrepentido, al que viene a purificarse, esta, es mi tierra causal, por eso no puedo más que practicarla. A punto estuve tiempo atrás de dejar el mundo de los calzados y hacendosos una mañana fría de invierno. En ese lugar, Lumbini (Nepal), en tiempos antiguos, nació Lord Buda. Santa tierra guardada por santos hombres. Allí, se abren muchos caminos, los que se ven y los que no se ven. Pude haber cogido uno de ellos, aquel que serpenteaba entre los fronterizos arrozales de la India; pero decidí luchar en mi contexto, lejos de extremos, en mi casa mediterránea, mi familia y mis silencios artísticos. Honesta senda, motivación, que pueda servir como un granito de arena a esta playa impermanente, para intentar dar satisfacciones y beneficios a los demás.

Rafael Romero. En un Vuelo Sarjath (Emiratos Árabes Unidos) – Ámsterdam. Enero de 2002.

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