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jueves, 13 de enero de 2011

El arte en su génesis y desarrollo como un problema de “moral abierta” y “moral cerrada”.



El concepto de Moral Abierta,  término empleado por Bergson en Las dos fuentes de la moral y la religión, es un término que hace referencia a una determinada manera de actuar en ciertos individuos, los cuales, estando alejados de una moral cerrada, egoísta, direccionista, impuesta e inmovilista, se encaminan a una experiencia vital próxima a la creatividad, la mística, la santidad, el amor y otros valores tan necesarios en la humanidad. El Sócrates de la libertad de espíritu, el Jesús de la caridad, el Rousseau del sentimiento de la naturaleza, el Picasso de la ilimitada espontaneidad creativa, pudieran resultar un muy buen ejemplo al respecto. El arte actual, y sus artífices y dinamizadores, se ha posicionado mayoritariamente, hoy en día, en una postura de moral cerrada, dirigida por un deshumanizador, interesado y agresivo neoliberalismo en el cual, el hombre-artista, como un mero eslabón en la cadena de producción, deviene ya no solo un servil peón de intereses del mercado de la cultura, sino incluso un abúlico ser, ausente de cualquier razón válida para vivir fuera del refugio de lo económico, la credibilidad social, la fama y el reconocimiento. Sartre, se refiere a este tipo de existencias cómo absurdas, pues sus protagonistas no han reflexionado apenas sobre el sentido de las mismas. Escaseando en ellos, motivaciones y razones válidas para vivir, el pensador existencialista, invita a estos a la acción cómo único refugio contra este absurdo. Será esta necesaria acción la que delimite en la praxis quién de entre tanto artista decida quedar en esa moral cerrada o salir de ella. Claro, este artista de “moral cerrada”, en definitiva no es más que víctima de sí mismo. La sociedad en la que se acomoda, parece ofrecerle aquello que le libera de su ausencia de personalidad, de sus complejos individuales, fracasos sociales, profesionales o sentimentales. Pero todo ello es una ficción, confundido por un muy actual y necesario Eudemonismo Epicúreo, aquel que preconiza que el fin último del hombre es la felicidad, cómo el Fausto de Goethe, se vende a lo fácil desconociendo que en el esfuerzo de la acción, se encuentra la medicina nectárea a todos sus males, sobretodo porque en gran medida se libera del espectral ego y sus más que seguros y a la larga fracasos.

Ya lo señala Kant, en cuanto a que la esencia del hombre es actuar y por tanto poner en marcha la acción, y no hay una acción más libre y satisfactoria que el arte (el artista de moral cerrada confunde la acción libre de crear con la acción con restricciones de trabajar, producir y contentar. En esta diferencia se encuentra el idealismo del arte).

Existe por otra parte otro palo en la rueda para este artista de moral cerrada, consistente en una falta de adaptación en sus relaciones humanas, es decir una cada vez más notable incapacidad de dialogar con los otros y comprenderlos en lugar de enfrentarse a ellos,…otra evidencia bien contemporánea de la moral cerrada, que antaño era paliada por las sanas tertulias artísticas, debates, agrupaciones en pro de la consecución de logros comunes y benéficos y tantos otros encuentros cofrades en los que se apreciaba afectividad  y muchos otros valores del orden del corazón. Algo hoy difícilmente observable pues en esa moral cerrada se manifiestan como consecuencia de la cerrazón, la ignorancia y la falta de acción libre, competencia, enfrentamiento, reserva de conocimiento, prepotencia y demás adminículos cual salidos de la caja de Pandora. Y como no, una falta de alegría que no es más que un efecto de los buenos resultados del sano trabajo personal (en el artista bien motivado, aparece habitualmente como la posesión de un bien imaginario, por encima de la alegría del artista de moral cerrada el cual es feliz por la posesión tan solo de bienes); aquí se puede reflexionar sobre la generosidad o en su contrario la economía afectiva de los artistas.

Rousseau en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres demuestra que la vida social, al crear las desigualdades entre los hombres, especialmente a causa de las necesidades de la agricultura y la metalurgia, corrompió la naturaleza, originariamente buena, del hombre. Hoy en el contexto del mundo del arte podemos categorizar que esas necesidades productivas y de mercado pueden llegar a ser alienantes y conducir al artista, cómo es cada vez más constatable, sin la menor duda a una corrupción de la génesis, proyección y conclusión de su obra. En conclusión, si el arte carece de una base moral altruista abierta, ¿qué ha de ser de su potencialidad exógena cómo motor impulsor del mundo? ¿acaso así, no ha de convertirse en un sistema más de mera sustentación económica? y ¿dónde queda en este arte-mercado, el egotismo en el que el creador analiza sobre si mismo sus más sutiles sentimientos para ser compartidos? ¿dónde se encuentra, si es que no ha desaparecido ya, aquel conócete a ti mismo, socrático?

El artista de conciencia, aquel que se siente identificado en el amplio mosaico de las emotividades de la moral abierta, recibe con dolor las posturas contrarias, las de moral cerrada, las del arte simplemente como sistema de producción y mercado. Pero este dolorismo tendrá una gran trascendencia estoica, en el sentido que servirá como factor de endurecimiento físico o moral, enriquecimiento en definitiva de un hombre que detiene los impulsos de la vida animal y adquiere hegemonía particularmente eficaz para la creatividad. 

Así pues, como efecto de toda esta causa, el dogmatismo que impone la férrea y absurda industria del arte, condiciona en la mayoría de los casos a un creador de la intolerancia, el fanatismo y el servilismo hacia este sistema que le convierte en mero eslabón de cadena productiva. El rico eclecticismo de antaño, consistente en extraer diferentes principios de varias doctrinas distintas fusionadas en un sistema único,  viene a ser substituido por la tendencia comisariada, unidireccional y dirigida, convertida en el centro del universo. El artista en ello, es despojado, si quiere triunfar en estos lares del bien material, de su innato principio de moral abierta, la cerrazón del sistema, le lleva a una moral cerrada, de élites que en la mayoría de los casos convierten el arte en algo infértil y sobretodo artificial y fictício desde su endogénesis.

El altruismo cómo principio de la conducta moral abierta, el que designa la preocupación desinteresada por el bien común, el de los demás, implica en su desaparición en estos contextos y en otros muchos pertenecientes a otros ámbitos contemporáneos, una preocupante deshumanización. Lejos de la angustia que ello puede provocar al artista de moral abierta, un extraño miedo indeterminado se apodera de él, un profundo y complejo conjunto de pensamientos existenciales que le marcan un claro camino que se cierra al servilismo hacia el corrupto sistema del marketing y la gratuidad. Este creador, es capaz de inmolarse para a continuación manifestarse resucitado, reconvertido, saneado, salvado cual ave fénix. Para ello debe condicionarse por un gran ascetismo creativo, además de ejercer un gran combate interno que justifique sus reivindicaciones  en la reflexión y en el ejemplo a través de una idealista mortificación basada en el hecho sobretodo de no ceder un ápice a las voluntades ajenas, más, cuando estas le relegan, insistimos, en ser un obrero productor de ganancias sobretodo para manos ajenas. Esta elevación moral, debe ser más que nunca auto sugestiva, sugestión que nosotros mismos, los artistas, debemos provocarnos, condicionando nuestra propia disposición a evocar continuamente la idea de dignificar la creatividad y el arte desde la defensa a ultranza de su pilar, el artista, nosotros mismos.

Al  artista, bien motivado y arraigado en los valores de moral abierta y de cum scientia, acompañado por el saber, y su consecuencia, la obra de arte de calidad, deberán subordinarse si optan por un “savoir faire”, inteligente y productivo, otros elementos del arte-sistema, como galerías, ferias, museos, colecciones, etc. Aquí sin la menor duda ganamos todos, pero sobretodo el ciudadano de a pie, aquel que cada vez, lamentablemente, entiende menos lo que es el arte contemporáneo, no tanto por carecer de bases pedagógicas, estas son fáciles de dinamizar, sino porque sigue asomándose a algo que carece de sentido para él, algo distante, frío, gratuito e insubstancial en la mayoría de los casos, algo que le relega a una distancia e incluso a un justificado mecanismo de rencor y resistencia por sentirse marginado y estafado ante esa también consecuencia de insistir por parte del sistema en un arte elitista basado tan solo en la podredumbre del poder adquisitivo.



Rafael Rom