El único camino que libera es la sabiduría de la compasión, pero esta, exenta de un método que la convierta en camino, no es más que ignorancia.
XIV Dalai Lama.
Que gusto da después de tantos entresijos académicos en los cuales uno debe, desde la vocación docente, motivar a tantos, cada vez más, alumnos, sutil y elegantemente, en cuanto a una urgente reordenación de sus ideas categóricas, para que las conviertan en hechos realmente inteligentes, es decir, realmente humanos. Pues bien, resulta reconfortante el encontrarse como el sediento que encuentra un manantial, con la figura y obra de María Zambrano, la cual, libera de tanta maleza y obstáculos en su camino. Así, en una retórica evidente, esta, llena los cada vez más resecos caminos del alma (Santa teresa), de estos ya cada vez más envejecidos y asediados profesores, que lo somos porque así lo decidimos, aún sabiendo del peligro de la tediosa postura humana, la doblemente peligrosa en sus extremos, la que se manifiesta en la prepotencia racional y en su extremo en la ignorancia del “Pan y Circo”.
Esta, y otras muchas, medicinas nectáreas, redimensionan el cansado ser, recordándole, que lejos de romanticismos estériles, aún quedan dimensiones válidas y frescas para devenir activistas combativos. Valientemente en definitiva, estos encuentros, son el fluir evidenciado de un asentamiento sereno, hermandad cofrade, corporativismo poético.
La generosidad vocacional, que nuestra querida María, maestra, que no profesora, ha legado en el ente sensible desde mucho esfuerzo, tan ignorado por otra parte, son, la hoja de ruta, las instrucciones para minimizar desde la esperanza, la traumática lejanía del ser. Ante el ser incompleto, María me recuerda en su proceder, no hay que olvidar su vínculo con el Budismo Zen, a algunos maestros dhármicos que te ayudan no a levantarte sino a saber caer, considerando la fenomenología del sufrimiento, inherente al ser. Y en ello, con un altruismo fundamentado en la compasión, reconforta con su pedagogía, inconcreta, metafísica, enseñanzas en sí mismas desde la vivencia secuencial de la pensadora, que trasciende incluso a la categoría de Madre por su proximidad y entrega. He aquí que María sabe bien que la esperanza, como nombra Benedetti, “dispone de tantos terrenos baldíos”, pero también sabe que existen otros territorios en la esperanza, reconstructivos, en los cuales, el ser tiene la extraordinaria posibilidad de rehacerse, volviendo a lo primigenio, a una condición atávica de plenitud. Y he aquí, el bello rol metafórico zambraniano del camino y el caminante, el caminar en el método natural de la libre transformación. Pero esta María, madre, reveladora, también deviene gurú, pues en ella prevalece con fuerza vocacional pedagógica, el valor de lo enigmático, aquel que yo personalmente también he encontrado en Borges... un premeditado rol del magisterio sabio sin excesivas concesiones, indicaciones para los elegidos, aquellos cuya sensibilidad extrema les capacita para la clarividencia zambraniana, algo que por otra parte denota la poca popularidad de la más grande, estoy convencido, filósofa (ella preferiría este término por encima del de pensadora), de la historia.
Sacerdotisa guardadora de secretos, pero no de las llaves que los guardan, entrega las mismas generosamente para que cada cual desde el esfuerzo en lo difícil, como así lo hacen todos los grandes, transforme todo en simple si quiere trascender. Además, pone al alcance de todos, la extraordinaria posibilidad de humanizar, no porque el ser haya llegado a deshumanizarse, hay que ser humildes, más bien, porque ¿acaso alguna vez, exceptuando la génesis y lo primigenio, ha estado humanizado? María contestaría que sí, con boca pequeña, pero para no causarnos dolor desde la evidencia, como siempre hacen las madres.
Belleza, verdad, razón y bien,... me recuerda mi responsabilidad como mediador ético. En tiempos de valores endémicos, estoy de acuerdo, hemos de esforzarnos en potenciar el hábito del preguntarse y reconvertir la tendencia mimética en autosuficiencia. Además del viajar que no es más que encontrarse en definitiva con uno mismo.
Yo agradezco siempre mayúsculamente el regalo de María, desde la emoción de sentirme entendido, como un fenómeno paliativo y terapéutico, para mi cada vez más particular exilio misantrópico.
Queda a la fuerza el compromiso en la causa zambraniana. Altruistamente, desde la responsabilidad ética, nos toca engrosar con muchas pinceladas, el proceso creciente de dignificación del legado de nuestra María Zambrano. Por favor, difundid su legado a las ocho direcciones y a los tres tiempos.
Rafael Romero.