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martes, 23 de noviembre de 2010

Melancolía romántica

Otro de los valores implícitos al pesimismo romántico que merece la pena analizar es el sentimiento de la melancolía, otra profunda entelequia difícilmente definible pero muy presente en toda la creatividad intuicionista y romántica.

Melancolía procede del griego mélas: negro y kholé: bílis o hiel. Etimológicamente y en el contexto griego, el término se relaciona con la antigua teoría de los cuatro humores , aunque desde una explicación más propia del logos, Aristóteles se refería a los melancólicos como:

Seres que caminan por una especie de cresta estrecha entre dos abismos y que deben ser controlados por el peligro que esta situación entraña para ellos mismos .

Refiriéndose al poder de la afección padecida por los mismos.

Pero, en el mismo sentido y fuera de consideraciones herméticas, melancolía es sencillamente sinónimo de tristeza. A ella se refiere Virgilio en el contexto latino en sus poemas a la Arcadia, un paraíso ideal, hogar del hombre primitivo, en donde su melancolía está asociada a la tarde, el momento del día en el que el sufrimiento humano y la perfección del ambiente parecieran ponerse de acuerdo sin contradecirse. Algo que ha trascendido en el conocido término melancolía virgiliana.

La melancolía se aferra y enraíza en la castigada mente como una actitud ante la vida, metáfora de la tarde que anticipa el final del día, como el otoño presagia la llegada del frío invierno y la madurez anuncia la vejez. En esta solemne melancolía fruto de un pesimismo ante la vida y el entorno se desarrollaron grandes actitudes creativas, cantándola como una ínsula de sereno sufrimiento, tranquila tristeza.

¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía? ¿Te complaces también en nosotros, noche oscura? ¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?. Un bálsamo precioso destila tu mano, como un haz de adormideras. ¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la luz! ¡Qué alegre y bendita la despedida del día! (Novalis) .

Schubert, cuando estaba lejos de su hogar, separado de sus amigos y de sus seres íntimos, perdía la alegría ante la vida. Era cuando una desgarradora tristeza le poseía y la melancolía se enseñoreaba de su ánimo. En 1824, pasó una temporada en el castillo de Zelesz en tierras magyares; allí dejó constancia de su melancolía en una célebre carta dirigida a su buen amigo Schober, el cual cabe decir que también propenso a la tristeza y a la melancolía. En aquella carta, respuesta de una recibida y remitida por Schober en la cual este comenta su lánguida tristeza, Schubert le contesta:

Querido Schober: me dices que no eres feliz. Si estuviésemos juntos tú, Schwind, Kupel y yo, la desgracia no significaría para mí más que un peso ligero, pero ahora estamos separados, cada uno habla desde un rincón diferente, y eso es, en verdad, una desdicha para mí. Quisiera exclamar con Goethe: “¿Quién me devolvería aunque fuese tan solo una hora de aquel tiempo delicioso?”. Aquel tiempo, cuando estábamos sentados juntos cambiando dulces confidencias, mostrando cada uno a los demás los frutos de su concepción artística y aguardando con el ánimo suspenso el fallo que dictarían la verdad y la ternura. Aquel tiempo, cuando cada uno inspiraba a otro, animándonos de este modo para sentir una excitación común hacia el más alto grado de la belleza. Ahora estoy solo, sepultado en las profundidades de las tierras de Hungría, a las cuales, por desgracia, me dejé llevar por segunda vez sin tener un solo amigo con quien cambiar una palabra inteligente .

La melancolía estará presente no solo en la concepción de la obra creativa romántica, en la praxis quedará inmortalizada como en los numerosos ejemplos pictóricos de entre los cuales señalamos algunos como en el caso del Autorretrato de Tommaso Minardi (1807) (Ilustración nº 25) el cual en la flor de su juventud, con 20 años, se presenta a sí mismo informalmente en el suelo, recostado sobre un viejo colchón en su desordenada buhardilla, absorto en sus pensamiento melancólicos y flanqueado por dos siniestros cráneos, uno de caballo y otro humano, como símbolos sobre la efimeridad de la vida, algo que atormenta al hombre sensible como lo es el artista romántico.

Algo muy similar a lo que ocurre en Artista en su estudio (1818) (Ilustración nº 26) de Théodore Géricault. La puesta en escena de un personaje universal, el artista, cuya profesión queda representada en la paleta colgada en la pared así como se observan los modelos de yeso de una estantería y una escultura en la parte inferior de la obra. Lo que destaca, sobre todo es la afección latente en el artista representado, sentado en una silla con un talante lánguido y con una mirada melancólica, algo propio de la idiosincrasia del artista romántico.

En el mismo sentido, Constance-Marie Charpentier, pintará en 1801 Melancolía (1801) (Ilustración nº 27). Esta destacada alumna de Gérard y de David, nos muestra en esta obra la nueva sensibilidad romántica en forma de una metafórica mujer melancólica, abatida, en profunda meditación al lado de un árbol, como no, un sauce llorón.

Otro referente ejemplificador de la melancolía nos lo muestra Francesco Hayez en su obra Pensamiento melancólico (1842) (Ilustración nº 28), un retrato profundamente psicológico de un personaje femenino, Una joven, tan profundamente melancólica en su aspecto y mirada, que roza la alienación y la locura, algo que aleja al personaje de la vitalidad y lo acerca al desastre y en definitivamente a la muerte . Fragilidad y desesperación en definitiva, algo muy similar a la Albaydé de Alexandre Cabanel (1848) (Ilustración nº 29), personaje femenino procedente de una recopilación de poemas de Victor Hugo, Les Orientales de 1829. Cabanel profundiza psicológicamente en este retrato del misterioso personaje de Hugo, dotándolo de una gran sensualidad, pero igualmente que en la obra de Charpentier con una profunda carga melancólica observable en la ausencia de su razón y su perdida mirada.

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