La libertad se gana al precio del abandono del hogar. (Buda).
El Romanticismo como gran aventura que es del descubrimiento de resortes y dimensiones internas del hombre dota a los artistas de un papel preponderante, ya que estos son expertos en ese acceso a interioridades, que muchas veces sólo encuentra expresión acertada en el lenguaje fantástico, mítico, no siempre racionalmente descodificable, del arte.
Hemos hecho mención a diferentes mecanismos de nomadéo y búsqueda y sus orígenes endopáticos. En la empatía hacia otras épocas, se producía una huida a un territorio metafísico fértil para la actividad artística. Existe también la posibilidad de una nueva traslación real a territorios físicos dónde el romántico pueda desarrollar sus sagradas voluntades. En esta ocasión se trata de dirigirse a otros contextos culturales dónde sus hombres y tradiciones puedan aportarle esperanza. Se trata del viaje como mecanismo procesual de esta traslación terapéutica. Pero claro está, el viaje en la ilustración ya era una constante en aquel énfasis de aproximación fría a la antigüedad, ahora, en contrapartida, el viaje se torna cálido, pasional, profundamente emocional y vivencial. Subjetivo incluso, pues en ocasiones se transforman y manipulan la objetividad en función del Yo, para hacer en la obra una presentación imaginativa de los hechos, lo que genera una riquísima variedad de fabulaciones que llenen el vacío de la memoria racional occidental y compensen la hastiada personalidad del que huye.
El héroe romántico es, en el sueño o en la realidad, un obsesionado nómada. Necesita recorrer amplios espacios, lo más amplios a ser posible, para liberar a su espíritu del asfixiante aire de la limitación. Necesita templar en el riego el hierro de su voluntad. Necesita calmar en geografías inhóspitas la herida que le produce el talante cobarde y acomodaticio de un tiempo y una sociedad marcados por la antiépica burguesa. El romántico viaja hacia fuera para viajar hacia dentro y, al final de la larga travesía, encontrarse a sí mismo.
A veces desde límites extremos, siendo el viaje una auténtica terapia para la cansada y nerviosa mente como señala el profesor Cardín cuando hablaba de ciertos motivos del viaje como motivos Histéricos , al referirse a aquellos fruto de un malestar o inquietud inasibles, que llevaron a tantos viajeros a recorrer los lugares más insólitos del mundo huyendo de sus propios fracasos o la búsqueda de una identidad.
El mundo del viaje romántico quedará bien plasmado en cuanto a sus objetivos y estrategias en el género del libro de viajes. Libro de viajes ya existente previamente al romanticismo. En el contexto ilustrado, pretendían ser estos una transposición directa, sólo estilísticamente reelaborada, de una aventura real, que tuvo que ocurrir en el orden y con los avatares mismos que el relato desgrana. En el contexto romántico, deviene un mero recordatorio, que recaptura subjetivamente la profundidad de los instantes vividos, mediante la recreación viva de la anécdota, que resurge en una especie de anamnesia plástica. Algo que ya era habitual en antiguos relatos de peregrinos y libros de exploraciones de otras épocas los cuales rodeaban de un halo fantasioso la descripción de lugares visitados por aquellos privilegiados que resaltaban, las dificultades para acceder a esos territorios para, una vez superadas las vicisitudes exaltar las maravillas vistas a través de la descripción por la escritura y visualmente la estampa, el grabado confeccionado ex auditu y por tanto recreador de la fantasía e imaginación del artista .
El viaje es movimiento humano, como la primera migración del hombre es en sí misma viaje. Es a través de sus pies como el hombre empieza a moverse, pero sus pies son regidos por su mente y corazón. Este movimiento dinámico de resistencia anímica y solitaria, llamado viaje, parte del pesimismo y la nostalgia para dirigirse en una dirección y objetivos determinados en búsqueda de la utopía a través de grandes esfuerzos. El viajero romántico se encamina a la adaptación hacia lo ajeno y hacia el otro , con un profundo interés en la búsqueda de actitudes nobles naturales y primigenias en el hombre .
Desde las ensoñaciones de Rousseau a las suelas de Rimbaud, pasando por Stevenson, Thoreau, La Carrière, Bouvier, Lanzmann y otros tantos; estos con sus obras nos incitan a ponernos en camino hacia nuestro particular e idílico viaje en busca del otro, como lo han hecho ellos convencidos en una necesaria apertura interpretativa del mundo, así como en una también necesaria apertura a un espacio de variaciones en el mundo. El viaje y su praxis como un Pensamiento Nómada como Endopatía evidente.
Charles Baudelaire, es un buen ejemplo de viajero romántico, desde muy joven sintió a menudo la incomodidad del entorno. Realmente no tuvo un verdadero hogar en el sentido de que desde los 5 años, edad en la que fallece su padre, este estudiará durante su ciclo de estudios de internado en internado. Este peso psicológico seguramente marcó profundamente su personalidad, caracterizada por un radical desarraigo y un evidente enfrentamiento hacia la sociedad burguesa, en la cual no hallaría jamás su sitio. Lánguido y espectral, ataviado con exageradas capas negras, deja en su diario algunas notas que definen bien sus introafecciones al respecto:
Siento la gran enfermedad del horror por el domicilio .
En consecuencia, soñaba y ansiaba huir de Francia, a algún lugar en el que todo debía ser:
Ordre et beauté, luxe, calme et volupté.
Así comenzaron sus peregrinaciones fantástica a través del viaje.
¡Llévame, vagón! ,¡ráptame, fragata!,¡ Lejos! ¡Lejos!. Aquí el lodo está formado con nuestros llantos. (Charles Baudelaire), de su Moesta et errabunda.
En 1859, tras el escándalo que supuso su obra Las flores del mal y su ruptura con Jeanne Duval. Baudelaire visitó a su madre en Honfleur pasando largos ratos en los muelles viendo atracar y salir los barcos:
Esos grandes, hermosos navíos que se mecen imperceptiblemente sobre las aguas tranquilas, esos sólidos navíos, de aire ocioso y nostálgico, ¿no están diciéndonos en una lengua muda: cuándo zarpamos rumbo a la dicha?
Las naves, serán para Baudelaire vehículos que le invitan a pensar en sus ambiciones nómadas.
Su Itinéraire de París a Jérusalem será una crónica feliz y optimista del viaje, llena de fantasía e incluso falsedades, ya que muchos de los acontecimientos narrados no responden a la realidad . Al igual que las crónicas de sus nomadéos y erráncias a través del mundo entero; los grandes bosques americanos, los desiertos de Judea, las grandes capitales europeas, las ruinas de Cartago. Experiencias que hicieron que siempre practicara la ensoñación en los cientos de pintorescos recuerdos y grandiosas impresiones sobre culturas exóticas y tierras lejanas.
Otro destacable viajero es Lord Byron, el cual huyendo de sus raíces británicas, viaja por tierras diversas, entre ellas España, la cual le impresiona profundamente visita España . En uno de sus versos, la saluda de esta forma:
Hermosa España, glorioso y romántico reino .
En sus andaduras por el sur de España, Lord Byron recoge en su obra la belleza y a la vez el misterio de las sierras andaluzas, con sus leyendas, bellas mujeres, bandolerismo, reminiscencias árabes, presencia gitana,...Todo queda grabado en su mente:
...Como uno de los ejemplares de belleza eterna que el universo nos ofrece .
En su destino definitivo, Grecia, Lord Byron escribe su Oda sobre las islas griegas en la cual para evocar el valor de la libertad en nombre de Safo; se representa a sí mismo como un nuevo Prometeo encadenado a la roca y acosado por los buitres. Los ideales griegos según su defensa seguían vivos y merecían incluso el morir por ellos. Y así lo cumplió muriendo por ellos a los treinta y seis años en Missolungi, en la Guerra de la Independencia Griega. Precisamente un episodio idealizado por Eugène Delacroix en 1826 con su obra Grecia sobre las ruinas de Missolungi, (Ilustración nº 51) que mostrará una personificación alegórica femenina de Grecia al día siguiente de la rendición de esta heroica ciudad ante los turcos en la que lucharon la mayoría de los voluntarios extranjeros como Byron (aunque este, es bien sabido, no llegó a entrar en combate, pues murió de unas fiebres). Tras un asedio dramático, el personaje en cuestión, ataviado con el traje nacional heleno, se apoya desesperada en una losa de la demolida ciudad de la cual, entre sangre sobresale la mano de una víctima. Mientras, en un oscurecido fondo, se alza victoriosa la figura de un combatiente turco que sostiene con su mano izquierda un estandarte otomano. En el mismo sentido, Delacroix pintará previamente La matanza de Chíos (1821-1824): escena de la independencia griega, en la que presenta a un grupo de personajes en primer plano, marcando el contraste entre muertos, heridos y vivos, al fondo la batalla continúa dentro de un paisaje profundo y lejano.
Avancemos algo más en nuestra presentación del viaje como voluntad endopática del romántico haciendo referencia a algunos devotos peregrinos de la traslación como Heinrich Heine, un referente indiscutible de la poesía romántica, el cual huye de su Alemania natal sumido en una profunda decepción , por ello se dirige en busca de fórmulas de consuelo viajando por diferentes países como Inglaterra, Francia e Italia y escribiendo sus impresiones en una colección de volúmenes titulados Reisebilder los llamados Cuadros de viaje, los cuales se convertirían en una indiscutible obra referencial del género de los libros de viaje románticos.
Nuestro contexto, España, resulta un buen ejemplo del destino de numerosos viajeros románticos, los cuales se acercan a este plural territorio para sentirlo y practicarlo, pues la tendencia era considerarlo como un país típicamente romántico, bien porque en ella persistía el heroico espíritu caballeresco además de un profundo aferramiento a las tradiciones y un gran sentimiento patriótico. Algo que ya hemos referenciado en Byron, pero que concierne a muchos otros.
En España se encontraban míticas actitudes de aventura ante la vida, como en las bien conocidas obras entre la intelectualidad extranjera de carácter popular, como los romances, o las heroicidades medievales del Cid o en el contexto del revolucionario Siglo de Oro el Quijote y el Don Juan , a lo que debiera unirse la convincente espiritualidad en Lope de Vega y Calderón.
Estas fuentes de inspiración empujaron a muchos nómadas extranjeros prestos a experimentar bebiendo directamente de estas frescas fuentes. También había referentes de atracción menos idílicos como el Tribunal de la Santa Inquisición como un modelo de fanatismo condenable y heroicidades combativas y generalmente malogradas contra la invasión napoleónica, la riqueza de la historia española en ruinas por la guerra y la poca sensibilidad hacia el patrimonio y los vestigios del pasado. Pero sobretodo el primitivismo de un pueblo único, supersticioso y fantasioso, religioso y herético a la vez, un pueblo atrasado en relación a los pueblos de los países avanzados inmersos en otros sistemas que en la España popular son puramente ficción .
España se convierte rápidamente en un campo permanente de experimentación, un novedoso museo abierto al pasado medieval y árabe y a las leyendas, fantasías y mitologías autóctonas . Así se dirigen a ella numerosos viajeros llamados por su misteriosa entidad, mezcla de culturas y misterios, como Flaubert, Victor Hugo, George Sand, Chateaubriand, Viardot, Dumas, Merimée, William Jacob, Richard Ford, George Borrow, Alejandro Dúmas, William George Clark, Pierre Louys, Theofile Gautier, Evelyn Waugh, y Paul Theroux entre muchos otros.
Curiosamente, podríamos nombrar a uno de los padres de la literatura infantil universal como es Hans Christian Andersen, el cual confiesa su llegada a España con el romántico fin de sentir la pasión española. O el caso del gran literato ruso Maslov, el cual escribirá en España sus experienciales obras tituladas En el país de la mantilla y las castañuelas y El seductor de Sevilla.
Aunque no todas las reflexiones son idílicas en base a esta abundante fantasía hispánica. Afortunadamente también hay actitudes críticas como la de D’Amicis el cual critica una España cruel en sus fiestas y atrasada en el mundo rural. En el mismo sentido, Giacomo Casanova relata una España marginada como un país inferior. O algunos románticos Latinoamericanos que manifestarán contra España un resentimiento visceral hacia la misma, fruto de su autoafirmación nacional como en el caso del argentino Domingo Faustino Sarmiento (1864), el colombiano José María Samper (1860), el peruano Pedro Paz Roldán (1860), enfrentados contrariamente a románticos latinoamericanos que manifiestan un gran respeto a la madre patria desde un sentimiento filial como por ejemplo entre otros el caso del chileno Rafael Sanhueza Lizardi.
Pero por excelencia, la zona predilecta del viajero en España será la Andalucía romántica, la del bandolerismo y el quebrado cante jondo, con su profunda carga mitológica, entorno a mitad bandidos, mitad héroes. Aquellos que se ocultan en recónditas serranías y encienden sus candelas nocturnas en misteriosas ruinas árabes y medievales, las mismas que contrastan con los idílicos y no menos románticos patios floreados de antiguas y enrejadas casas señoriales, como los Cármenes de Granada o los patios de las casas sevillanas del barrio de la Santa Cruz. Evidentemente el errante buscador romántico que huye de la racionalidad y la modernidad, practicará con devoción la profunda Andalucía en busca de contrastes y exotismos. También de la sensualidad de la mujer andaluza, idealizada por Merimèe en su mítico Carmen.
El mundo, en el siglo XVIII y aún más en el siglo XIX se hallaba ya prácticamente descubierto por el talante expansionista y posesivo occidental, algo relatibizable en cuanto a que quizás el término descubrir resulta prepotente y claríficante a la vez de actitudes grandilocuentes y deshumanizadoras. En todo caso, el conocimiento del mundo y sus realidades se hallaba muchísimo más definido que en los siglos precedentes desde el comercio mundial y lamentablemente desde los procesos expansionistas coloniales .
Como consecuencia de ello, el viaje romántico tenía pues un amplio catálogo de destinos a nivel mundial al alcance de cualquier voluntad nómada y desde diferentes posibilidades como entre otras, el redescubrir naciones con pasados aún sumidos en la fabulación y la fantasía como España, Grecia o Italia, adentrarse en la profunda y peligrosa tierra africana, lanzarse en búsqueda de los placeres exóticos de las tierras orientales o el apasionarse por la virginidad de la naturaleza en las jóvenes tierras de Norteamérica.
En este sentido, el contexto de las tierras del norte de América es novedoso por la frescura misterio y desconocimiento de aquellos lares que pronto serian destino migratorio de Europa para mal de sus indígenas habitantes. Precisamente sus habitantes son objeto de conocimiento siguiendo las pautas rousseaunianas y por lo tanto a ellos se dirigen para observar formas de vida donde la armonía con la naturaleza y su espiritualidad pueden ser un aliciente para las hastiadas personalidades intelectuales románticas occidentales.
En ese sentido, algunos artistas dejarán referencias, como Joseph Wright of Derby, el cual pinta Viuda de jefe indio (1785) (Ilustración nº 52), documentado gracias a la obra Historia de los indios americanos (1775) de William Hauley. Tela en la que se describe un ritual de luto al que se somete una viuda de un jefe indio, a resistir un mes a la intemperie sin ninguna protección, sentada al pie de un árbol de cuyas ramas colgaban las armas y ornamentos del difunto. Un buen documento antropológico. En el mismo sentido, pero con una mayor carga nostálgica, Eugène Delacroix pinta la obra titulada Los natchez (Ilustración nº 53) de (1835) en la que el artista intenta denunciar desde su compromiso humanista político y social la tragedia de un genocidio, el del pueblo indígena acosado y desposeído de su dignidad por el pueblo blanco.
Pero el fenómeno de dirigir el cuerpo y el alma a territorios lejanos tuvo por excelencia como privilegiado destino las tierras de oriente, fue quizás esta la más célebre de las erráncias nómadas del viajero romántico. Pero, ¿Por qué, estos lares por encima de otros? Una multitud de causas se articulan para dar respuesta al fenómeno llamado Orientalismo.
El Romanticismo como gran aventura que es del descubrimiento de resortes y dimensiones internas del hombre dota a los artistas de un papel preponderante, ya que estos son expertos en ese acceso a interioridades, que muchas veces sólo encuentra expresión acertada en el lenguaje fantástico, mítico, no siempre racionalmente descodificable, del arte.
Hemos hecho mención a diferentes mecanismos de nomadéo y búsqueda y sus orígenes endopáticos. En la empatía hacia otras épocas, se producía una huida a un territorio metafísico fértil para la actividad artística. Existe también la posibilidad de una nueva traslación real a territorios físicos dónde el romántico pueda desarrollar sus sagradas voluntades. En esta ocasión se trata de dirigirse a otros contextos culturales dónde sus hombres y tradiciones puedan aportarle esperanza. Se trata del viaje como mecanismo procesual de esta traslación terapéutica. Pero claro está, el viaje en la ilustración ya era una constante en aquel énfasis de aproximación fría a la antigüedad, ahora, en contrapartida, el viaje se torna cálido, pasional, profundamente emocional y vivencial. Subjetivo incluso, pues en ocasiones se transforman y manipulan la objetividad en función del Yo, para hacer en la obra una presentación imaginativa de los hechos, lo que genera una riquísima variedad de fabulaciones que llenen el vacío de la memoria racional occidental y compensen la hastiada personalidad del que huye.
El héroe romántico es, en el sueño o en la realidad, un obsesionado nómada. Necesita recorrer amplios espacios, lo más amplios a ser posible, para liberar a su espíritu del asfixiante aire de la limitación. Necesita templar en el riego el hierro de su voluntad. Necesita calmar en geografías inhóspitas la herida que le produce el talante cobarde y acomodaticio de un tiempo y una sociedad marcados por la antiépica burguesa. El romántico viaja hacia fuera para viajar hacia dentro y, al final de la larga travesía, encontrarse a sí mismo.
A veces desde límites extremos, siendo el viaje una auténtica terapia para la cansada y nerviosa mente como señala el profesor Cardín cuando hablaba de ciertos motivos del viaje como motivos Histéricos , al referirse a aquellos fruto de un malestar o inquietud inasibles, que llevaron a tantos viajeros a recorrer los lugares más insólitos del mundo huyendo de sus propios fracasos o la búsqueda de una identidad.
El mundo del viaje romántico quedará bien plasmado en cuanto a sus objetivos y estrategias en el género del libro de viajes. Libro de viajes ya existente previamente al romanticismo. En el contexto ilustrado, pretendían ser estos una transposición directa, sólo estilísticamente reelaborada, de una aventura real, que tuvo que ocurrir en el orden y con los avatares mismos que el relato desgrana. En el contexto romántico, deviene un mero recordatorio, que recaptura subjetivamente la profundidad de los instantes vividos, mediante la recreación viva de la anécdota, que resurge en una especie de anamnesia plástica. Algo que ya era habitual en antiguos relatos de peregrinos y libros de exploraciones de otras épocas los cuales rodeaban de un halo fantasioso la descripción de lugares visitados por aquellos privilegiados que resaltaban, las dificultades para acceder a esos territorios para, una vez superadas las vicisitudes exaltar las maravillas vistas a través de la descripción por la escritura y visualmente la estampa, el grabado confeccionado ex auditu y por tanto recreador de la fantasía e imaginación del artista .
El viaje es movimiento humano, como la primera migración del hombre es en sí misma viaje. Es a través de sus pies como el hombre empieza a moverse, pero sus pies son regidos por su mente y corazón. Este movimiento dinámico de resistencia anímica y solitaria, llamado viaje, parte del pesimismo y la nostalgia para dirigirse en una dirección y objetivos determinados en búsqueda de la utopía a través de grandes esfuerzos. El viajero romántico se encamina a la adaptación hacia lo ajeno y hacia el otro , con un profundo interés en la búsqueda de actitudes nobles naturales y primigenias en el hombre .
Desde las ensoñaciones de Rousseau a las suelas de Rimbaud, pasando por Stevenson, Thoreau, La Carrière, Bouvier, Lanzmann y otros tantos; estos con sus obras nos incitan a ponernos en camino hacia nuestro particular e idílico viaje en busca del otro, como lo han hecho ellos convencidos en una necesaria apertura interpretativa del mundo, así como en una también necesaria apertura a un espacio de variaciones en el mundo. El viaje y su praxis como un Pensamiento Nómada como Endopatía evidente.
Charles Baudelaire, es un buen ejemplo de viajero romántico, desde muy joven sintió a menudo la incomodidad del entorno. Realmente no tuvo un verdadero hogar en el sentido de que desde los 5 años, edad en la que fallece su padre, este estudiará durante su ciclo de estudios de internado en internado. Este peso psicológico seguramente marcó profundamente su personalidad, caracterizada por un radical desarraigo y un evidente enfrentamiento hacia la sociedad burguesa, en la cual no hallaría jamás su sitio. Lánguido y espectral, ataviado con exageradas capas negras, deja en su diario algunas notas que definen bien sus introafecciones al respecto:
Siento la gran enfermedad del horror por el domicilio .
En consecuencia, soñaba y ansiaba huir de Francia, a algún lugar en el que todo debía ser:
Ordre et beauté, luxe, calme et volupté.
Así comenzaron sus peregrinaciones fantástica a través del viaje.
¡Llévame, vagón! ,¡ráptame, fragata!,¡ Lejos! ¡Lejos!. Aquí el lodo está formado con nuestros llantos. (Charles Baudelaire), de su Moesta et errabunda.
En 1859, tras el escándalo que supuso su obra Las flores del mal y su ruptura con Jeanne Duval. Baudelaire visitó a su madre en Honfleur pasando largos ratos en los muelles viendo atracar y salir los barcos:
Esos grandes, hermosos navíos que se mecen imperceptiblemente sobre las aguas tranquilas, esos sólidos navíos, de aire ocioso y nostálgico, ¿no están diciéndonos en una lengua muda: cuándo zarpamos rumbo a la dicha?
Las naves, serán para Baudelaire vehículos que le invitan a pensar en sus ambiciones nómadas.
Su Itinéraire de París a Jérusalem será una crónica feliz y optimista del viaje, llena de fantasía e incluso falsedades, ya que muchos de los acontecimientos narrados no responden a la realidad . Al igual que las crónicas de sus nomadéos y erráncias a través del mundo entero; los grandes bosques americanos, los desiertos de Judea, las grandes capitales europeas, las ruinas de Cartago. Experiencias que hicieron que siempre practicara la ensoñación en los cientos de pintorescos recuerdos y grandiosas impresiones sobre culturas exóticas y tierras lejanas.
Otro destacable viajero es Lord Byron, el cual huyendo de sus raíces británicas, viaja por tierras diversas, entre ellas España, la cual le impresiona profundamente visita España . En uno de sus versos, la saluda de esta forma:
Hermosa España, glorioso y romántico reino .
En sus andaduras por el sur de España, Lord Byron recoge en su obra la belleza y a la vez el misterio de las sierras andaluzas, con sus leyendas, bellas mujeres, bandolerismo, reminiscencias árabes, presencia gitana,...Todo queda grabado en su mente:
...Como uno de los ejemplares de belleza eterna que el universo nos ofrece .
En su destino definitivo, Grecia, Lord Byron escribe su Oda sobre las islas griegas en la cual para evocar el valor de la libertad en nombre de Safo; se representa a sí mismo como un nuevo Prometeo encadenado a la roca y acosado por los buitres. Los ideales griegos según su defensa seguían vivos y merecían incluso el morir por ellos. Y así lo cumplió muriendo por ellos a los treinta y seis años en Missolungi, en la Guerra de la Independencia Griega. Precisamente un episodio idealizado por Eugène Delacroix en 1826 con su obra Grecia sobre las ruinas de Missolungi, (Ilustración nº 51) que mostrará una personificación alegórica femenina de Grecia al día siguiente de la rendición de esta heroica ciudad ante los turcos en la que lucharon la mayoría de los voluntarios extranjeros como Byron (aunque este, es bien sabido, no llegó a entrar en combate, pues murió de unas fiebres). Tras un asedio dramático, el personaje en cuestión, ataviado con el traje nacional heleno, se apoya desesperada en una losa de la demolida ciudad de la cual, entre sangre sobresale la mano de una víctima. Mientras, en un oscurecido fondo, se alza victoriosa la figura de un combatiente turco que sostiene con su mano izquierda un estandarte otomano. En el mismo sentido, Delacroix pintará previamente La matanza de Chíos (1821-1824): escena de la independencia griega, en la que presenta a un grupo de personajes en primer plano, marcando el contraste entre muertos, heridos y vivos, al fondo la batalla continúa dentro de un paisaje profundo y lejano.
Avancemos algo más en nuestra presentación del viaje como voluntad endopática del romántico haciendo referencia a algunos devotos peregrinos de la traslación como Heinrich Heine, un referente indiscutible de la poesía romántica, el cual huye de su Alemania natal sumido en una profunda decepción , por ello se dirige en busca de fórmulas de consuelo viajando por diferentes países como Inglaterra, Francia e Italia y escribiendo sus impresiones en una colección de volúmenes titulados Reisebilder los llamados Cuadros de viaje, los cuales se convertirían en una indiscutible obra referencial del género de los libros de viaje románticos.
Nuestro contexto, España, resulta un buen ejemplo del destino de numerosos viajeros románticos, los cuales se acercan a este plural territorio para sentirlo y practicarlo, pues la tendencia era considerarlo como un país típicamente romántico, bien porque en ella persistía el heroico espíritu caballeresco además de un profundo aferramiento a las tradiciones y un gran sentimiento patriótico. Algo que ya hemos referenciado en Byron, pero que concierne a muchos otros.
En España se encontraban míticas actitudes de aventura ante la vida, como en las bien conocidas obras entre la intelectualidad extranjera de carácter popular, como los romances, o las heroicidades medievales del Cid o en el contexto del revolucionario Siglo de Oro el Quijote y el Don Juan , a lo que debiera unirse la convincente espiritualidad en Lope de Vega y Calderón.
Estas fuentes de inspiración empujaron a muchos nómadas extranjeros prestos a experimentar bebiendo directamente de estas frescas fuentes. También había referentes de atracción menos idílicos como el Tribunal de la Santa Inquisición como un modelo de fanatismo condenable y heroicidades combativas y generalmente malogradas contra la invasión napoleónica, la riqueza de la historia española en ruinas por la guerra y la poca sensibilidad hacia el patrimonio y los vestigios del pasado. Pero sobretodo el primitivismo de un pueblo único, supersticioso y fantasioso, religioso y herético a la vez, un pueblo atrasado en relación a los pueblos de los países avanzados inmersos en otros sistemas que en la España popular son puramente ficción .
España se convierte rápidamente en un campo permanente de experimentación, un novedoso museo abierto al pasado medieval y árabe y a las leyendas, fantasías y mitologías autóctonas . Así se dirigen a ella numerosos viajeros llamados por su misteriosa entidad, mezcla de culturas y misterios, como Flaubert, Victor Hugo, George Sand, Chateaubriand, Viardot, Dumas, Merimée, William Jacob, Richard Ford, George Borrow, Alejandro Dúmas, William George Clark, Pierre Louys, Theofile Gautier, Evelyn Waugh, y Paul Theroux entre muchos otros.
Curiosamente, podríamos nombrar a uno de los padres de la literatura infantil universal como es Hans Christian Andersen, el cual confiesa su llegada a España con el romántico fin de sentir la pasión española. O el caso del gran literato ruso Maslov, el cual escribirá en España sus experienciales obras tituladas En el país de la mantilla y las castañuelas y El seductor de Sevilla.
Aunque no todas las reflexiones son idílicas en base a esta abundante fantasía hispánica. Afortunadamente también hay actitudes críticas como la de D’Amicis el cual critica una España cruel en sus fiestas y atrasada en el mundo rural. En el mismo sentido, Giacomo Casanova relata una España marginada como un país inferior. O algunos románticos Latinoamericanos que manifestarán contra España un resentimiento visceral hacia la misma, fruto de su autoafirmación nacional como en el caso del argentino Domingo Faustino Sarmiento (1864), el colombiano José María Samper (1860), el peruano Pedro Paz Roldán (1860), enfrentados contrariamente a románticos latinoamericanos que manifiestan un gran respeto a la madre patria desde un sentimiento filial como por ejemplo entre otros el caso del chileno Rafael Sanhueza Lizardi.
Pero por excelencia, la zona predilecta del viajero en España será la Andalucía romántica, la del bandolerismo y el quebrado cante jondo, con su profunda carga mitológica, entorno a mitad bandidos, mitad héroes. Aquellos que se ocultan en recónditas serranías y encienden sus candelas nocturnas en misteriosas ruinas árabes y medievales, las mismas que contrastan con los idílicos y no menos románticos patios floreados de antiguas y enrejadas casas señoriales, como los Cármenes de Granada o los patios de las casas sevillanas del barrio de la Santa Cruz. Evidentemente el errante buscador romántico que huye de la racionalidad y la modernidad, practicará con devoción la profunda Andalucía en busca de contrastes y exotismos. También de la sensualidad de la mujer andaluza, idealizada por Merimèe en su mítico Carmen.
El mundo, en el siglo XVIII y aún más en el siglo XIX se hallaba ya prácticamente descubierto por el talante expansionista y posesivo occidental, algo relatibizable en cuanto a que quizás el término descubrir resulta prepotente y claríficante a la vez de actitudes grandilocuentes y deshumanizadoras. En todo caso, el conocimiento del mundo y sus realidades se hallaba muchísimo más definido que en los siglos precedentes desde el comercio mundial y lamentablemente desde los procesos expansionistas coloniales .
Como consecuencia de ello, el viaje romántico tenía pues un amplio catálogo de destinos a nivel mundial al alcance de cualquier voluntad nómada y desde diferentes posibilidades como entre otras, el redescubrir naciones con pasados aún sumidos en la fabulación y la fantasía como España, Grecia o Italia, adentrarse en la profunda y peligrosa tierra africana, lanzarse en búsqueda de los placeres exóticos de las tierras orientales o el apasionarse por la virginidad de la naturaleza en las jóvenes tierras de Norteamérica.
En este sentido, el contexto de las tierras del norte de América es novedoso por la frescura misterio y desconocimiento de aquellos lares que pronto serian destino migratorio de Europa para mal de sus indígenas habitantes. Precisamente sus habitantes son objeto de conocimiento siguiendo las pautas rousseaunianas y por lo tanto a ellos se dirigen para observar formas de vida donde la armonía con la naturaleza y su espiritualidad pueden ser un aliciente para las hastiadas personalidades intelectuales románticas occidentales.
En ese sentido, algunos artistas dejarán referencias, como Joseph Wright of Derby, el cual pinta Viuda de jefe indio (1785) (Ilustración nº 52), documentado gracias a la obra Historia de los indios americanos (1775) de William Hauley. Tela en la que se describe un ritual de luto al que se somete una viuda de un jefe indio, a resistir un mes a la intemperie sin ninguna protección, sentada al pie de un árbol de cuyas ramas colgaban las armas y ornamentos del difunto. Un buen documento antropológico. En el mismo sentido, pero con una mayor carga nostálgica, Eugène Delacroix pinta la obra titulada Los natchez (Ilustración nº 53) de (1835) en la que el artista intenta denunciar desde su compromiso humanista político y social la tragedia de un genocidio, el del pueblo indígena acosado y desposeído de su dignidad por el pueblo blanco.
Pero el fenómeno de dirigir el cuerpo y el alma a territorios lejanos tuvo por excelencia como privilegiado destino las tierras de oriente, fue quizás esta la más célebre de las erráncias nómadas del viajero romántico. Pero, ¿Por qué, estos lares por encima de otros? Una multitud de causas se articulan para dar respuesta al fenómeno llamado Orientalismo.
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