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martes, 23 de noviembre de 2010

Pesimismo romántico

Pesimismo

Ampliando el catálogo de emotividades románticas y tras pasar por la muerte de Keats y Shelley lejos de los lugares que les vieron nace, el ambiente queda impregnado y enrarecido por un sentimiento fundamental de impotencia, la muerte ha restado importancia a la vida, pues la primera deviene verdad absoluta y la segunda experiencia subordinada a ella y por lo tanto al final del camino tan solo hay quien encontrará un abismo.

Aunque en contraposición podemos señalar también algo de esperanza como en otras ocasiones en las cuales subyace un trasfondo desdramatizador de la muerte y esta aparece interpretada como un tránsito, como por ejemplo en el caso de Novalis el cual destaca desde su entrar en combate contra los turcos en el proceso de independencia de ese mítico país. Triunfalismo romántico que preconiza:

La muerte no es más que un pasar a otro estado, al mundo de la noche, muerte es transmutación, suplantación del principio individual que ahora entra en una alianza nueva, más sólida, más apta .

No obstante, la actitud contraria, el pesimismo, el ver siempre el vaso medio vacío, es uno de los sentimientos románticos que más han convulsionado al artista, sumiéndose en sus redes abnegadamente o resistiéndose a su poder con valentía y esperanza. Este llamémoslo sentir humano, adquiere quizás mayor relevancia en esta época que en otras, pues este es un momento histórico de la historia de la humanidad, revolución que observa obsesivamente el interno del hombre como camino hacia la verdad; claro está, es época en la que al no haber barreras, o al menos al poder saltarlas con más facilidad que en otras etapas, afloran en ella con facilidad y en magnitud intervenciones constructivas desde la situación endopática de cada cual particulares de cada cual.

El pesimismo como cualquier otro sentimiento no es un valor único sino que en él se organizan y ordenan muchos otros factores afines como el desengaño, la infelicidad, la injusticia, la desesperación y un amplio catálogo de conflictos interiores que podrían generalizarse en experiencias dolorosas y cargadas de sufrimiento, algo que forma ciertamente parte del mecanismo vital universal del hombre, sólo que en este contexto, como ya hemos señalado, el hombre introafectivo desea acentuarlo y magnificarlo como objeto de conocimiento forzando así un nomadismo compensatorio.

En este gran corpúsculo de sentimientos, eclosionan en el creador numerosísimas manifestaciones de infelicidad y dolor . El pesimismo manifiesta su infelicidad, la levedad de su ser, la imperfección que le acompaña durante su existencia y que se manifiesta con mucha probabilidad en forma de fracaso, irrealización, enfermedad, el tiempo minando su juventud, el desengaño presente en cualquier actividad pasional, desamor, injusticia, dolor en la incomprensible sociedad, inhibición, culpabilidad y como un buen colofón, finalmente, la inevitable muerte.

Conocidas actitudes pesimistas enriquecen el fenómeno intuicionista. Arthur Schopenhauer, por ejemplo, profundamente consternado ante el fracaso de la revolución de 1848 , expondrá en tono pesimista:

Que la raíz de todo es la voluntad ciega y absurda que niega todo proceso, pues la vida es la historia del dolor y conlleva la esclavitud .

Una actitud que se hace generalizada en el seno del romanticismo desde el mal de siglo.

En ocasiones no son tan solo los grandes fracasos humanos históricos y sociales los que empujan al hombre a esta actitud endopática, sino que son íntimas y personales circunstancias, como la muerte de un ser querido, como cuando ante el fallecimiento de su estimado hermano, el poeta John Keats escribe profundamente consternado la Oda a un Ruiseñor. Una bella y metafórica vía de esperanza, quizás de enajenación ante la consternación pesimista en la que se encuentra el poeta. Así, piensa Keats:

Escuchando el simpático e idílico canto del ruiseñor, se puede huir de este mundo pesimista de tristeza y de dolor refugiándose, gracias a la imaginación, en un mundo ideal de belleza; de esta belleza del canto del ruiseñor que ha sido símbolo para tantos poetas .

Con respecto al brillante François René de Chateaubriand, su pesimismo procede ya de épocas de juventud, aunque el colofón vendrá dado por la ejecución de su hermano guillotinado por el sistema y la pérdida de su madre y su hermana fallecidas en las cárceles del terror . Un panorama desolador al que debe unirse su precaria salud, afectada por procesos reumáticos y hepáticos graves que le llevaron entre otras obras a escribir su René, una de las primeras novelas románticas donde se explican precisamente las enojosas enfermedades del siglo, el tedio y el pesimismo.

Por su parte, Lord Byron deja también constancia del pesimismo en su época y obra. Nació con una minusvalía en las extremidades inferiores la cual arrastró durante toda su vida evidenciándose en forma de una importante cojera, no obstante este trauma fue motor de constante superación y por tanto ante él estableció mecanismos de compensación nómadas en su vida genial destacando por pasionalidades intensivas en todas sus actividades y relaciones, en el amor, en la política, en la poesía,...

En este sentido, han quedado numerosas constancias al respecto en la realización de proezas, hazañas físicas en contraposición a su defecto, precisamente para relativizarlo y para olvidar que era cojo como por ejemplo, cuando atravesó a nado el Helesponto emulando la hazaña épica de Leandro cuando se dirigió a visitar a Hero o bien cuando en la capital portuguesa en otra ocasión atravesó el caudaloso y ancho río Tajo a nado. Al respecto a estas curiosas gestas, refiriéndose a Byron, la esposa del poeta Shelley, afirmará:

Que todos los actos de su vida estuvieron presididos por la enfermedad .

Una enfermedad que le impulsó a tejer ideas supersticiosas, consultando a las gitanas quiromantes que deambulaban por Londres o generando miedos compulsivos como por ejemplo hacia los murciélagos. Esta inseguridad neurótica, le llevó incluso a dormir toda la vida con una pistola bajo la almohada.

Estos claros ejemplos de cómo el hombre empujado por sus sentimientos establece métodos diversos para ubicarse en sí mismo y ante el mundo, se amplían en numerosas individualidades, como en el caso de Schubert, con un talante de pesimismo capaz de deliciosamente hacernos sentir pasionalmente melómanos ante su obra. Preocupado profundamente por el dolor humano nos explica en gran medida la génesis de su obra como endopática:

Nadie comprende el dolor ajeno; nadie se identifica con las alegrías del prójimo, y el que imagina que se llega a una compenetración, no hace más que andar de un lado para otro. ¡ Qué martirio para quien se dé cuenta...! Mis obras musicales son hijas de mi cerebro y de mis penas, y las engendradas únicamente por el dolor son las que más gustan a la gente... .

Una contundente certeza aunque equivocado ante el atrevimiento pasional de referirse a nadie, pues son muchos los correligionarios que viven y crean como él desde el dolor propio y el ajeno.

Como el mismísimo Beethoven, considerado por algunos autores como el primero de los románticos en el ámbito musical, por su forma de componer y de sentir, por el desmelenamiento y la furia de los sentimientos de su música que lo desborda todo, que es un testimonio de la libertad artística y proclama al mundo la grandeza del hombre, por su anhelo de amistad y de amor, tan pocas veces satisfecho y por su romántica reacción ante su terrible desdicha, su sordera, la que a la vez que le origina un mordaz pesimismo en el sentido de estar unido en la desgracia a un azar de la naturaleza, como es el renunciamiento a aquello que la naturaleza ya no le otorgaba y que necesitaba más que nadie, y que en el afán de superación y compensación, le lleva al extremo opuesto, ley de contrarios forjando con su obra “sonora”. Un hito, proeza de un sordo, un broche de oro al valor de superación romántico.

En esta exposición de talantes movidos por el sufrimiento y el dolor, no podemos saltarnos precisamente a uno de los más valiosos ejemplos al respecto en la época y el contexto. Nos referimos al Conde Giacomo Leopardi de la antigua y noble familia italiana de los Antici. Nuevamente un ejemplo de partida de sufrimiento físico ya que nació con una grave malformación en la columna vertebral la cual influyó en su crecimiento y en consecuencia en su aspecto. No era esa su única cruz, puesto que por causa de su enfermedad, sufrió lo que ningún niño jamás debiera sufrir, el rechazo de su propia madre, Adelaida, la cual le dio una infancia desoladora desde la frialdad aristocrática. Insensible, fría y ostentosa, escondía a su propio hijo de la visión social a pesar de una exacerbada pero falsa devoción cristiana.

Esta mezcla explosiva repercutió en la formación melancólica de su frágil hijo, al cual habría que añadir su débil salud y el trauma congénito de sus malformaciones óseas, y otras patologías como afecciones visuales y respiratorias. Leopardi creció en esta cátedra del dolor entre el abandono materno y los dolorosos cuidados médicos. El refugio de tanta desgracia física y anímica, tanta soledad y además tanta desdicha en amores, fue el conocimiento, el refugio en su potencial intelectualidad. Su mecanismo compensatorio, para paliar tanto sufrimiento, le llevó a un nomadismo de urgencia refugiándose en el estudio. En consecuencia, se puede hablar de él como uno de los más consumados helenistas de su época con tan solo 20 años de edad, así como autor de una prolifera obra literaria, uno de cuyos ejes conceptuales es la noia, expresión italiana que significa tedio. Al respecto, en su obra titulada Zibaldone, opina con una categorización trágicamente pesimista:

Que el ideal del progreso es un engaño a los ojos y que el amor en sí mismo es una experiencia tan abrumadora que no puede ir acompañada de otra cosa que de la idea de la muerte .

Y en uno de sus poemas, añadirá:

Cuando de nuevo nace en el corazón profundo un amoroso afecto,
lánguido y cansado, con él, justamente en el pecho un deseo de morir se siente.

Sentimentalidades llevadas al extremo, pues el sentimiento es el único axioma a tener presente por el romántico. El sentimiento que defendido a ultranza le llevará a consecuencias trágicas, como la juventud brillante de Alexander Puchkin y sus ensoñaciones románticas truncadas por su prematura muerte a los 37 años en el campo del honor, un duelo por defender el sentimiento del deshonor sufrido por el adulterio de su esposa y muriendo por el tiro del adultero amante de esta. Trágica historia que demuestra nuevamente la debilidad y condena al fracaso del débil idealista. Pero aún más, la muerte absurda y sin sentido de Puchkin no quedó ahí. La misma, desoló a su buen amigo Mikail Lurevich , sumiéndolo en un profundo pesimismo, ante el cual ya no levantó cabeza muriendo a los 27 años en un duelo buscado sin sentido y como buen romántico, como señala Cabot en su estudio sobre Puchkin:

Dejándose matar tontamente sin acertar premeditadamente en el blanco .

Un pesimismo en definitiva hacia la cruel sociedad, evidenciada en las palabras de la criatura monstruosa surgida de la pluma de Mary W. Shelley, el monstruo de Frankestein, el cual en el último capítulo y presenciando la muerte trágica de su creador categoriza sensiblemente:

Mi corazón estaba concebido para el amor y la simpatía, y cuando la desdicha lo transformó hacia la maldad y el odio, sufrí un tormento que no puedes siquiera imaginar...el mal se convirtió desde entonces en bien para mí.

El mismo pesimismo necrológico y a manera de colofón de este punto, que envuelve la obra de Espronceda:

Y encontré mi ilusión desvanecida
y eterno e insaciable mi deseo:
palpé la realidad y odié la vida.
Sólo en la paz de los sepulcros creo.

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