No me interesa demasiado la experiencia del viaje dentro de la convención turística ya que ello predispone en general a la desvirtualización de la experiencia en esta sociedad en la que prepondera más la opción del tener por encima de la del ser. En ese sentido, he procurado, en la medida de lo posible, practicar estas aventuras de crecimiento desde parámetros bastante atípicos y no por ello antinaturales, más bien todo lo contrario, he puesto mucha atención en viajar desde esta particular idiosincrasia artística que te hace detenerte por doquier con atención y minuciosidad plástica, “poética”, señalaría nuestra universal pensadora María Zambrano.
Así, puedo recordar muchos episodios, los cuales bien seguro generaron a posteriori conclusiones, para mí existenciales, dispuestas a ser compartidas en forma de dibujos, pinturas u otros soportes creativos.
Claro que la Basílica de Santa Sofía en Istanbul debe ser entendida cómo una inigualable construcción Bizantina, palimpsesto, reconvertida en Mezquita. Pero a mí, tal vez, en esta particular manera de entender lo visible como objeto pensado, y una vez superadas en ocasiones viajeras previas, sus contenidos para turistas de sandalia y calcetín blanco, se me apetecía como una gran pajarera, en las cubiertas de la cual, se posaban los grandes albatros a degustar fresquísimas caballas migratorias, fijate tu, la historia del pez que, después de un tránsito de miles de kilómetros por el mar negro, esquivando las flotillas pesqueras rumanas y ucranianas para encaminarse a través del Bósforo en dirección a las antiguas tierras del logos y la mitología, pasando por la Isla de los Príncipes, el Mar de Marmara y el estrecho de los Dardanelos; caprichoso y cruel el destino, acabó destripado y devorado en el alminar de uno de los más grandes monumentos de la historia de la humanidad .
Claro que los aguadores que venden sus aguas minerales frescas, en Sultanahmet o en el bazar egipcio de Istanbul, ataviados como antiguos jenízaros, podían resultar fácil instantánea para álbum de tertulia de sábado por la tarde, pero precisamente denotaban en mi pensamiento el paralelismo con los aguadores de la corte y villa, antiguo oficio de la España ladina velazqueña.
Claro que aquellos apetecibles y sabrosos platillos de entrantes como el locum ,los döners, las pastirnas, pilav y otras delicadeces, servidos en las concurridas terrazas nocturnas de Taksim podían recordar a muchos turístas de crucero a a la popular comida griega de Tesalónica o Lesbos, craso error, por ser esta, la turca, la cuna sin discusión de todas las cocinas del mediterráneo oriental.
Claro que la torre de Leandro o de la "Doncella", no dejaba de ser, a parte de misterioso lugar que alberga dos "turísticas" leyendas, un observatorio, en el sentido pragmático, estratégico, aduanero y de confronta de la entrada y salida de las naves del Bósforo, pero también podía ser visto, si así apeteciera, como una privilegiada atalaya para vivenciar los amaneceres de esta polis cuyos amaneceres son recordados por Loti, Nerval y tantos otros grandes literatos como estampas dignas de ensoñación y enamoramiento. Allí, bañada por las saladas espumas marinas, la torre no dejó nunca de ser también para mis estrategias vitales un lugar donde ver el transito de las nubes europeas que devienen recordando las plumas de las alas de la victoria de Samotracia, entrando en el distrito de Üskudar, más asiáticas que nunca.
Claro que las declamaciones jaculatorias, expandidas por mágica megafonía,cinco veces al día, desde los centenares de grandes, medianas, pequeñas y minúsculas mezquitas de todo Istanbul, podían resultar simplemente exóticas para quienes proceden de lugares en los que la espiritualidad simplemente y definitivamente desapareció sin más, sin rastro, recuerdo o remordimiento. La llamada a la oración es el más grande de los pilares de fe islámica, aquí no dejó de ser emocionante, desde esta atípica manera de dignificar esta traslación espacial y temporal que supone el viaje, recordar al profeta y sus mensajes revelados. Recordar la sombra reconfortante de la Ka aba en La Meca,los sudarios inmaculados de lino de los primeros sultanes, el dolor de la mortal escisión Suní y Chií entre seguidores de descendientes del profeta y renovadores en la libre designación de la cabeza visible del Islam. Y todo ello entre dulces melodías místicas del ney y las tradiciones poéticas cantadas por los autodenominados “tontos”, “idiotas” e “ignorantes”, los místicos Sufís descendientes de Mevlana Rumi, loado sea, en todas las direcciones del universo..
Pequeños adminículos, sumativos, reflexiones laberínticas, algunas llanas, dimensiones del recuerdo, introafecciones danzantes, fórmulas magistrales, colores inimaginables, todos los poemas, todo es un poema. El artista, no hablaré por mí, sería irrelevante, pero si hablaría pensando en otros, grandes, inconmensurables, dedicaron sus viajes a los demás, sencillamente enseñándonos que vivenciar el viaje no es más que una extraordinaria oportunidad de desatar nuestras más que seguras y reprimidas emociones y sentimientos. Viajar no es más que una interesante manera de desaparecer dentro de uno mismo, de hermanar sin tapujos nuestra razón y nuestra pasión,
Toda esta búsqueda de los aspectos sutiles del viajar, nos recuerdan igualmente, que ante tal cantidad de néctar de embriaguez, cómo el que da lugar al síndrome de Stendhal, tanta desbordante vitalidad, éxtasis y belleza, debieran ser ejercitados en los márgenes de la economía. Ello me lleva para finalizar esta reflexión, a pensar, en que en la mayoría de las últimas ocasiones, las múltiples caras de este enorme poliedro de sensaciones, tienden alquímicamente a reordenarse en una síntesis, entendida esta cómo la natural tendencia que experimentamos todos los creadores plásticos en la madurez, en cuanto a dejar de ser lo que quisimos ser en la pubertad, filósofos para entender el mundo, para transformarnos ahora en poetas, simples practicantes emocionales del mundo o lo que es lo mismo: ...desandadores de múltiples caminos, para andar el único camino, el que nos lleva desde la preeminencia de la inteligencia humana al AMOR y de ahí, llegar cuanto antes a la deseada NADA, vacuidad desprovista de significación.
La última vez que viví mi querido, cíclico y amado Istanbul, lo reconozco, amo esta ciudad, pues es mi ciudad, en el aeropuerto internacional Mustafá Alí Kemal Ataturk, mientras esperaba el embarque, no paraba de interrogarme a mí mismo respecto a cual había sido en síntesis la vivencia dominante en aquella valiosa experiencia. Difícil ejercicio de síntesis, pues este quizás había sido el más maduro de mis viajes a la polis, también aquel en el que más se manifestaba la razón poética. Tras minutos de ordenación anímica, no quedaba la menor duda, a pesar de muchas candidaturas, jamás, en el resto de mis días, podría dejar de pensar en lo mínimo y a la vez emocionante recuerdo que suponía, el alargar mi alma a una montaña de varias decenas de kilos de recién segadas hojas de menta en el mercado marítimo del distrito asiático de Üskudar. Cualquier conjunto de palabras añadidas a la experiencia resultarían un insulto a la misma...
sólo cabía callar y recordar aquel inigualable, profundo y trascendente olor a menta fresca.
Podríamos decir por tanto, que para el poeta, el creador, la vida, el mundo, el universo,...pueden subordinarse sin más a su voluntad, por ejemplo y porqué no, al dulce aroma de la menta fresca recién cortada.
RAFAEL ROMERO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario