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lunes, 29 de agosto de 2011

Cuaderno de Viaje: Reflexiones sobre París, ciudad metafísica.





Cuaderno de Viaje: Reflexiones sobre París, ciudad metafísica.



En París, todo hombre digno de ser llamado artista, debe ponerse a prueba”

Giorgio de Chirico.

Yo siempre he sido muy “afrancesado”. En otros tiempos, como por ejemplo los de D. Francisco de Goya y Lucientes, ello, coincidiendo con la popular “Guerra del Francés”, la “Guerra de la Independencia”, la también llamada “Guerra de los Sitios” sufrida entre otras por las poblaciones de Madrid, Zaragoza y Gerona hubiera sido un asunto a tener al muy buen recaudo de la prudencia en círculos populares, ya que fácilmente, estos, hubieran malentendido esta bonanza y hubieran forzado también, cuestión de supervivencia, un exilio hacia Bourdeaux, como en el caso del ilustre pintor sordo, o tal vez hacia Toulouse du Languedoc, Narbonne, Lyon o el propio París, por una caprichosa apetencia personal, territorios alejados de la cerrazón de los tres poderes preponderantes en la eterna España. Muy al contrario la comprensión seguramente se hubiera manifestado en círculos intelectuales los cuales verían la influencia Gala, a pesar de aquella invasión militar, como una bien recibida llegada, agua de mayo, de aquellos valores revolucionarios, respetados por el Imperio, que defendían el Sufragio Universal, la obligatoriedad de la enseñanza, valores humanos consecuencia de una novedosa manera Ilustrada y Enciclopedista de entender la existencia desde la razón, motor primigenio del progreso y este a la vez del estado del bienestar.

El origen de este “afrancesamiento” se encuentra en una accidental, tal vez fortuita, a lo mejor todo lo contrario, causal circunstancia, el caso es que en mi infancia escolar, y según los planes educativos de entonces, en la escuela se debía elegir el estudio de una de dos lenguas extranjeras obligatorias, el inglés o el francés. En el caso de mi escuela, una escuela pequeña y de carácter familiar, solo existía una posibilidad , un imperativo, la oferta se limitaba a la lengua gala y por tanto ello condicionó el estudio de la misma. Después en el bachillerato, tuve la suerte de contar con la excelencia educativa de una magnífica profesora de esta lengua, Dª María Rosa Mestre, catalana formada en “la Sorbonne”, dura como un hueso, supo meter en mí, hábilmente, el “veneno” de la Francia y sus hombres y mujeres ilustres, así, en siempre muy calculados ejercicios gramaticales, fonéticos y sintácticos, aparecían las presencias de Molière, de Descartes, de Montaigne, De Sartre, de Brassens, de Voltaire, de Apollinaire, de Delacroix, de Braque, Ionesco...y tantos y tantos entes que despertaron en mi adolescencia, curiosidad, aproximación y experimento.


Después fueron llegando en la juventud empatías de traslación, es decir nomadéos cognitivos que debieran corroborar “in situ” las bonanzas de aquella cultura, para nada local, más bien universal, puesto que Francia ostentó a partir de su sangrienta revolución la “capitalidad del mundo”, y sigo convencido que aún la sigue manteniendo. Así pues, la experiencia del viaje me llevó a un mayor convencimiento de esta nacionalidad necesaria para un como yo “ trabajador de las emociones”, y es que en Francia, se encuentra, si se insiste en ver más allá de lo superfluo y en mirar tras las piedras, una gran dimensión de conocimiento.

Mi habilidad, siempre mejorable, con esta lengua, resultó de una gran comodidad para una formación extra a mis ya habituales lenguas contextuales. Quedó pendiente no obstante la asignatura del inglés, el cual desarrollé por necesidad de una manera auto-didáctica muy precaria, pero suficiente como para encontrar en caso de neesidad una farmacia o una calle en London, Berlín, Izmir,New york, New Delhi, Karachi o Doha. Debo reconocer que hubiera podido en algún momento de mi vida profundizar mi estudio de esta lengua de la globalización, pero discúlpenme, me dediqué a cosas más interesantes y existenciales como pintar, leer o pensar. Es más, reconozco cierta antipatía no hacia esa lengua sino a esa absurda y vertiginosa imposición para convertirla en una lengua mundial, hegemónica en detrimento de otras tantas incluso poniendo a estas en peligro de desaparición. Claro, los intrusismos forzados nunca me gustaron.

El francés formó parte de mi formación y educación y en consecuencia es hoy valor “sinequanon” a mi idiosincrasia.

En realidad, claro que soy un “afrancesado”, pero también y por encima de ello un ciudadano despierto del mundo, abierto y atento a todo aquello que pueda ser potencial para el crecimiento personal y humano, y me emociono como español escuchando al maestro Rodrigo a Andrés Segóvia o a Narciso Yepes como me emociono como catalán leyendo a Espriu. Como también se me retuercen las interioridades viendo desde un jumbo la cordillera del Himalaya, o meditando en una gompa en Sikkim, o escuchando la dulce voz del muezim en Istanbul. Que más da, si al final resulta ser cierto aquel fragmento de canción que con el sereno aliento de Manolo García, nos recuerda que nuestra tierra es nuestros zapatos.

Hago estas reflexiones para invitar a los demás, como hago siempre, hacia todo lo que a mí me parece bueno. Y no puedo dejar de hacerlo, ya lo he comentado anteriormente como “trabajador de las emociones”, eso es en definitiva el arte, un compartir las dimensiones íntimas. Y como artista, y nuevamente volviendo a Francia, he aquí que encuentro un territorio óptimo para depositar en ella mi alma con sensibilidad artística, en mi caso creando, desde mis intuiciones y sospechas en sus museos, boulevares y callejas. Tal vez otros, los que lo practican desde el elixir turístico, ojalá también encuentren como espectadores el disfrute de estos lares en los que  se desarrollo sin la menor duda parte de la historia sensible de la humanidad.


Me encuentro en un viaje de peregrinación a París (hay quien peregrina a Roma, a la Meca, a Lourdes o Fatima)...siempre son destinos espirituales y afines a creencias,...los que peregrinamos a París, también lo hacemos desde esta connotación sin la menor duda, nuestra creencia se centra en el potencial humano, incluso en la hipotética posibilidad del don creativo con el que Dios pudiera haber dotado al hombre, para quienes lo quieran creer así. París, es el lugar en el que se concentró, y tal vez sigue concentrándose hoy el mayor numero del mundo de talentos, y por lo tanto lugar donde clamó y clama el triunfo del hombre en su progreso y galopa pues en consecuencia simbólicamente el corcel de la libertad, alejándose poderosamente de todo aquello que representa al antiguo régimen y el límite impuesto del hombre sobre el hombre.

Y pletórico, me veo ya lleno, como siempre que viajo, de intuiciones, sabores, tareas por realizar e ideas por compartir que se articulan en vorágine de líneas y dibujos de cuaderno de viaje. Los cuadernos de viaje, son sinceramientos, encuentros fructíferos con los territorios íntimos y a la vez ínfimos de cada uno.

A los lugares, como preconizaba Baudelaire, se debe llegar en desnudez de cuerpo y espíritu, y vestirse del amplio simbólico y retórico vestuario que cada cual vaya descubriendo y decidiendo. En ese sentido, creo que es muy constructivo y satisfactorio también ejercer la extraordinaria posibilidad de establecerse en códigos que resultan ciertamente herméticos para el turista de a pié, pero que para el viajero ilustrado, vocacional, aparecerán enigmáticamente en cada piedra y en cada esquina. El requisito previo es haberse precisamente ilustrado a través de tanta y tanta literatura al respecto de cada destino, aquello que los viajeros previos nos han legado en sus legajos, aquello que también nos ofrecen altruistamente los gentiles locales, aquello que reverbera en los libros de historia, aquello que hábilmente desde la contemplación y a la vez la atención, descubrimos nosotros mismos en los códices que crean nuestras conexiones neuronales, nuestros recuerdos, experiencias previas, memorias colectivas, diálogos, iconicidades, sonidos, músicas, pinturas y en ocasiones en planos más esotéricos si se tienen capacidades, experiencias pre-vitales.

Por ejemplo, aún existiendo en París una única “Tour Eiffel”, en realidad existen miles de millones de “Tours Eiffel”, claro, la experiencia vivida en ella es única, personal e intransferible. Responde a la personalidad, cultura y bagaje de cada cual. En este sentido, me refiero a experienciar desde la riqueza de la impregnación vital de cada cual estos momentos excepcionales y únicos dotándolos en lo posible de una calidad extra-turística, es decir, vivenciándolo desde las emotividades y todos aquellos valores que dotan la experiencia de excepcional,que no significa más que algo que va más allá de lo normal. Claro, la normalidad te llevaría a utilizar este tipo de monumento como lo que en apariencia es, un mirador, y por tanto utilizarlo como una atalaya desde donde fotografiar las vistas de París y poder decir en un sentido “nippon”, “¡yo estuve ahí!”. Pero existen experiencias mucho más satisfactorias y que quedarán en el recuerdo en una dimensión extraordinaria. En mi ascensión y vivencia de la “tour Eiffel”, por ejemplo, simplemente he estado atento a dichas conexiones neuronales en actividad, claro, se ha evidenciado en gran medida la información previa adquirida en tantas variadas posibilidades para configurarse un sentimiento y una idea: la de Libertad. Esta torre, para mí, es más que un observatorio fotográfico, más bien, es un icono gigante que representa el triunfo de la razón, y he recordado la historia de superación del pueblo francés de su pasado absolutista, y he recordado la letra de la marsellesa y la proclama de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad y también a la Libertad guiando al pueblo de Delacroix. La torre es el triunfo de la razón, es el progreso, la superación de un hombre que desea dejar sus límites, ser ilimitado, sabio, solidario. La torre representa el potencial humano sobretodo por encaminarse insultante en aquellos primitivos tiempos hacia el cielo en más de trescientos metros de miles de toneladas de hierro ascendente desde el conocimiento de las leyes físicas. Después vendría el desarrollo de la aviación, la automoción, la electricidad...los Curie, no muy lejos de aquí entraban por primera vez en la estructura física y química de la materia.. Emoción en definitiva, en esta mi personal experiencia, no más válida que la de aquellos que deciden que la misma sea la del simple observatorio fotográfico, a los cuales humildemente tan solo les digo, que prueben, pues pueden, llevar más allá de los límites a los cuales ellos mismos limitan sus vivencias, pues encontrarán grandes satisfacciones. Huida nuevamente de la convención y de la ortodoxia, algo que defendemos todos los trabajadores de las emociones, que en definitiva lo somos todos.


Es cierto que yo llego a París con este “afrancesamiento” previo y con un montón de lecciones leídas y aprendidas al respecto y por tanto dispuesto, como siempre lo intento hacer a liberarme de la convención turística. También llego como en otras ocasiones como observador lógicamente hacia mi empatía, tal vez obsesión artística, pues aquí se desarrolló una intensa aventura combativa y radical desde comienzos del siglo XX, tal vez en su momento Áureo coincidiendo con las vanguardias. Lamentablemente, se que se ha insistido desde intereses bien conocidos en que todo ello se haya dirigido a simple referencia nostálgica sobre la que construir enciclopedias o museos, y me refiero a los agresivos mecanismos de mercado y fungibilidad de consumo, aquellos que han convertido definitivamente en las últimas décadas al arte como un objeto y no como un crisol de sentires universales. Tal vez muchos artistas, galeristas, comisarios, curadores y críticos debieran dejarse caer por aquí para percibir las improntas que quedaron grabadas en estas calles y que se refieren a una praxis artística paliativa del caos fundamentadas en un cíclico retorno a las poéticas individuales. Aquí en París, cuestión de genética, se respira en tantas y tantas historias pasadas, el mensaje de un retorno a la pintura como pintura, al oficio, al placer del trabajo artesano, a la obra bien hecha y gratificante, al abandono de dogmas excesivos e insustanciales, algo que aquí enraizó profundamente y que quedó incompleto por el desastre de dos guerras que se llevó tanta sabiduría para echarse a perder a un nuevo contexto, EE.UU, sin tradición ni bagaje, como “falsa” tabla salvadora, que precisamente acabaría de convertir el arte en un simple objeto mercantil, relegando al trabajador de las emociones al estatus de mero productor al servicio de un sistema deshumanizador en el que ahora, el galerista, el coleccionista y la institución museística son el absolutismo que aquí se venció desde un tal vez “utópico” sentido de “bienfaissance”...A veces, estos progresares neo-liberales no son más que retrocesos enmascarados.

Algo quedó incompleto aquí, estoy cada día más convencido, y lo he contrastado con compañeros que también así lo creen y que para mí sus opiniones son categorías como mi querido profesor y compañero José Luis Arce Carrascoso de la Universidad de Barcelona y mi no menos querido galerísta barcelonés Jordi Barnadas, dos de las personas que conozco que más saben de arte. Aquí quedaron muchos deberes por hacer y aquí quedó un auténtico tesoro por desenterrar..Aquí quedaron pistas, hojas de ruta, miles de pautas empezadas y a medias, aquí muchos artistas cayeron en la desolación de la primera guerra mundial que irrumpió en las primeras vanguardias y volvieron a levantarse con nuevos discursos que quedarían definitivamente inconclusos por el monstruo del nazismo.

Yo siempre fui un artista de difícil digestión, no había acabado una “manera de hacer”, para estar ya buscando nuevas gestualidades y recursos pictóricos, uno tras otro, velocidad e insustancialidad propia, creo yo, de la etapa jovial. Ahora insisto mucho a mis alumnos en que deshagan el mito de la innovación, y no sigan la idea de crear siempre en base a lo “no hecho”...¿Acaso queda hoy algo nuevo por expresar o decir?. 
Pongo siempre el ejemplo de la Fórmula 1 automovilística. Cada año seguro que hay pequeñas mejoras en esos potentes motores de inyección, pero pocas variaciones hay respecto a lo que ya se puede hacer por mejorarlos. En todo caso, lo que merece la pena en definitiva es de disfrutar de la conducción. Hay que disfrutar del hecho artístico. La mayoría de artistas que conozco que están obsesionados en esta vorágine de velocidad , innovación, progreso y hacer cosas nuevas, son unos desgraciados, es decir, fuera de gracia, fuera de felicidad, y lo digo así de crudamente porque no les veo contentos, casi siempre sufriendo, irascibles, celosos de sus “relativos” avances, devienen intolerantes y recelosos, ellos que están en la punta de la saeta y teóricamente representan la vanguardia más puntera y por lo tanto deberían ser los más libres, son censores de discursos no por pasados menos contemporáneos y por lo tanto devienen desde estas actitudes prisioneros de sus propias animadversiones. Hoy, serenamente me siento un pintor libre puesto que hago absolutamente lo que me da la gana fuera de modas, tendéncias y obsesiones cerradas y no le debo explicaciones y justificaciones a nadie por encima de a mi mismo. 


Respetando, pero no compartiendo, todas las opciones artísticas de lo único que me atrevo a opinar es respecto a la recomendación de intentar ser libres y felices con la praxis de esta noble actividad emocional, no ocultar disfrazar, alterar, transfigurar los principios primigenios sensibles del individuo. Esto, creo, es fundamental para diferenciar, ante la dificultad semántica y de definición, quien hace o no hace arte. Es vital, no venderse a causas impropias ni someterse a los fluctuantes caprichos del mercado. Es importante alejarse de toda esa legión de "titirambos" que no saben nada de arte pero teorizan sobre él únicamente desde el espectral interés económico y de mercado. Aquí, en esta polis, París, insisto, quedó un inconcluso legado inmenso, y tal vez, debiéramos mirar hacia atrás y recoger las espigas doradas que quedaron diseminadas por el camino. Tal vez, en ese sentido, supieron hacerlo productivamente bien, excepción histórica, los hombres renacentistas, que giraron radicalmente el timón de sus naves para dirigirse al pasado esplendoroso greco-latino,...de allí, del pasado, supieron recoger aquellas espigas diseminadas que decorarían pronto sus altares en forma de cánones fundamentados en la inconmensurable razón humana y la belleza en Floréncia, Roma, Milán o Venecia, para beneficio, claro, como no y como debería ser siempre de toda la humanidad . Precisamente, aquí, en estas calles de Montmatre y Montparnasse, muchas de las conversaciones relativas a los derroteros por donde debiera ir aquel arte de grupos, manifiestos e investigaciones, no se alejaban un ápice de aquel valor altruista renacentista, pensando en la tan arraigada, en aquella ciudad, idea de concordia y bienestar, la necesaria“fraternidad”... Al respecto, pocos valores de beneficio que vayan más allá de la fama y el enriquecimiento megalómano veo actualmente a mi alrededor en la contemporaneidad artística. Si a ello sumamos una creciente tendencia deshumanizadora de abandono de las ricas componentes mágicas, religiosas, míticas o simbólicas (que aún prevalecían en este París de comienzos del siglo pasado) ¿qué queda del arte?.

A este París de la “Belle Époque” llegaron a partir de 1900 multitudes de artistas tocados con sus sombreros “canotiers” seducidos por un hedonismo eufórico y un humanismo prometéico transfigurado en una proclama con forma de Exposición Universal, por un Freud descubridor de los sueños como una rebelión del instinto sexual reprimido y por la muerte de Nietzsche, persuasor de la decadencia espiritual occidental, el que recuerda la grandeza del hombre desde su imparable “capacidad de invención” y “voluntad de dominio”. ¿Se puede pedir más?...esta empresa estaba predestinada al éxito.

Si un sacerdote católico se emociona seguramente al llegar a Roma o un Lama budista hace lo mismo al llegar a Lumbini, lugar de nacimiento de Shidarta Gautama, Buda, un pintor se emociona sin duda en París, claro, también es un tema de espiritualidad pues aquí quedan las historias ejemplificadoras de sus iconos y seguramente un buen punto de partida para sus revisiones plásticas..

Vorágine pues de emociones constantes , pateando desde las estrechas y bulliciosas calles del “quartier Latin”, o les “quai de la Seine”, tal vez los grandes boulevares Hausmanianos, los cementerios parisinos o el “bois de Boulogne”·, que más da, si tras cada piedra, arcada o sombra de ciprés hay un anecdotario. Pero atención al vaivén de las emociones, puesto que si nuestra percepción inicial debe ser seguramente la de experimentar felicidad y plenitud, cabe una contención calculada puesto que la melancolía y de ahí la consecuente pesadumbre emocional pueden llegar en cualquier momento, ya que no olvidemos que París, como cualquier otro sitio, está lleno de fantasmas, de espectros, que fácilmente se manifiestan en nuestras mentes dejando verse con el paso del tiempo en sus carnes y tal vez la famosa modelo de Man Ray o de Fujita y otros grandes artistas, la voluptuosa “kikí” de Montparnasse se manifieste a la par en nuestras impregnaciones como una deliciosa joven o como la mendiga alcohólica que acabó siendo. Atención pues, puesto que los extremos de los caprichos endopáticos se unen fácilmente.


Me emociona pasear por el Sacré-coeur de Montmatre y constatar en efecto que sus torres diseñadas por Paul Abadie recuerdan como señalaba el populacho anticlerical de la época, “cinco supositorios romano-bizantinos”, por cierto magníficos en su pesadumbre estética.

Me alegra el pisar aquellas calles extendidas por todos los distritos parisinos en las que no solo proliferaban los salones Oficiales, también los Independientes en los que cómo el de Otoño creado hábil y heróicamente en 1908 por el arquitecto Frantz Jourdain, el pintor Georges d'Espagnat y el crítico del “Mercure de France” Ivanohé Rambosson, daba la oportunidad de mostrar su trabajo a tantos y tantos practicantes de este viacrucis satisfactorio que es el arte, es más, cabe un sentimiento de admiración hacia todos aquellos valientes y apasionados galeristas, marchantes y críticos que distanciándose del “gusto burgués” apostaban claramente por las nuevas maneras arrancadas por los Impresionistas, seguidas por los postimpresionistas y culminadas por los artistas de vanguardia, tal es el caso de los célebres establecimientos como entre otros “Le Barc de Bouteville”, “Ambroise Vollard”,” Berthewein”, “Durand-Ruel” o “Bernheim-Jeune”. Así recuerdo tal vez en la recámara de la memoria al marchante español Pedro Manach que en 1900 dio a conocer a Picasso y a otros compatriotas en esta gran ciudad. Profesionales de la difusión del arte que tenían muy clara de antemano aquella máxima recogida tiempo más tarde por Kandinsky en lo “Espiritual en el Arte” y que preconiza sabiamente en su “primera necesidad mística” o “”Elemento de la personalidad” que “Todo artista, como creador, debe expresar lo que es propio a su persona”.

Precisamente, París fue ciudad de peregrinación de muchísimos artistas españoles ya desde el primer impresionismo. En la obra de los mismos, esta gran ciudad, dejó una gran influencia costatable como en el caso entre otros de Aureliano de Berruete, Darío de Regoyos, Juan de Echevarría, Iturrino, Durrio, Zuloaga, Vázquez Díaz, Arteta, Rusiñol, Casas, Hermen, Anglada Camarasa, Nonell, Pidelaserra, Nogués, Brull, Colon, Pichot, Vayreda, Manuel Feliu i de Lemus, Claudi Castelucho, Laureano Barrau, Clarà, Sabartés, Casagemas, Manolo Hugué , José Victoriano (Juan Gris), Pablo Picasso, Celso Lagar y la pintora santanderina María Blanchard.. Los imagino a todos ellos internándose en la noche en general, buscando la felicidad no en una promesa de un más allá, sino en las tertulias de café o en los escenarios entre los bastidores de las salas de espectáculos de Montmartre, a la luz artificial del gas y la primera electricidad, tal vez coincidiendo con la muerte del “enano” gigante, Toulouse-Lautrec, igual de ensimismado retratando en el “Ambassadeurs” al gran cantante Montmartriano Aristide Bruant o en el “Concert- Parisien” del suburbio de Saint-Denis a la cabaretera de perfil aguileño y desgarbado Yvette Guilbert.  

Imagino a Pablo Picasso alquilando su primer estudio en el Bateau-Lavoir al vasco Paco Durrio y también arrastrando en su mudanza por la calle de Ravignan y la calle Ravalotti con su amigo Manolo Hugué, una carretilla con sus primeros enseres, comprados ni más ni menos que a a Pablo Gargallo ante su inminente regreso a Barcelona: un viejo colchón de lana, una mesa y una silla, un catre carcomido y una jofaina. Colchón precisamente que compartiría celosamente con su obsesión del momento, la atractiva y elegante Fernande Olivier, la cual gustaba lucir orgullosamente en el café Azón o en el café Vernín. Sana amante y modelo, distaba mucho por su intelecto y porte de las numerosas y manoseadas modelos y prostitutas que proliferaban por aquellos lares a la búsqueda de absenta, risotadas y francos para el liguero.

Imagino a Maurice de Vlaminck explicando apasionadamente a su buen amigo Andre Derain, el descubrimiento del Arte Negro a orillas del Sena en un café de Argenteuil. Y a la posterior búsqueda desenfrenada de estas iconicidades inspiradoras junto a un Pablo Picasso subyugado por las mismas desde un sentimiento mágico-fetichista y al propio Matisse, “el Doctor” o “el Profesor”, en el Museo del Trocadero, donde el doctor Hamy había reunido desde el lógico peso colonial de la república y de diferentes expediciones científicas, grandes colecciones escultóricas de ultramar. Colecciones que a Pablo empujarían en su influencia y vorágine creativa a sus culminantes “demoiselles d'Avignon”, arranque imparable de la estilización geométrica y la multiplicidad de puntos de vista propios del inminente Cubismo que rivalizaba con el Fauvismo.


Imagino a Léger recogiendo chatarra , trozos de plancha ondulada, tubos de metal motivadores de sus paisajes geométricos de corte social como sus “Desnudos en el bosque”, Imagino la valiente osadía de Robert Delaunay ,a pesar de las críticas de Rousseau el “Aduanero”, rompiendo pictóricamente en sus lienzos la Torre Eiffel desde diez puntos de vista y quince profundidades de campo. Un Rousseau precisamente de vida difícil, consagrado al arte en su periodo de jubilación, pintaba por la mañana y daba clases de solfeo por la tarde y noche para incrementar su miserable pensión. Saliendo, si el agotamiento no se lo impedía, de noche, a la calle a tocar el lánguido violín en cualquier esquina o entre sus queridas acácias del “Bois de Boulogne”.

Imagino el bochorno vivido en 1907 por el robo en el Louvre por parte del secretario del literato, poeta y crítico Guillaume Apollinaire, Géry Piéret, de dos estatuillas Ibéricas, las cuales el sujeto vendió sin dar información de la procedencia a Pablo Picasso conociendo la admiración de este por la escultura Primitiva. Este asunto trajo un gran perjuicio judicial al literato al cual la prefectura acusó injustamente de encubridor . Salido airoso del trance y distanciándose del secretario, este continuó con su cleptomanía llegando incluso a sustraer también del Louvre, la “Gioconda” de Leonardo da Vinci.

Imagino cuando La Ruche (la Colmena) fue montada en Montparnasse, en el pasaje Dantzing, por iniciativa del escultor Alfred Boucher. Aquel singular edificio con sus múltiples celdillas o espacios, construido por el equipo de Eiffel para la Exposición Universal, condenado a ser destruido, se convertiría en su nueva ubicación en un complejo de estudios artísticos ocupados entre otros por Marc Chagall, Léger, Modigliani, Archipenko, Soutine. También por poetas como Blaise Cendrars o Anatolij Lunacarskij, este último un ideólogo marxista, se había reunido en algunas ocasiones con su compatriota y correligionario Lenin en el restaurante de La Rotonda de Montparnasse en el preludio de la famosa y sangrienta Revolución de Octubre. Precisamente en La Ruche, Marc Chagall desarrollaría parte de su impecable y personalísima obra a pesar de unas condiciones de vida tan precarias que carente de materiales pintaba sobre ropa vieja de traperia. Incluso su comida se limitaba a una sardina para cada dos días, repartida en dos, la cabeza un día y la cola al día siguiente.


Imagino en mi deambular por estos boulevares y avenidas de edificios abuhardillados, que me corroboran la pequeñez de la Barcelona de mi infancia la cual deja en este instante de ser idealizada en el sentido de ser una ciudad en gran medida no innovadora en sus avenidas y edificios decimonónicos, más bien una ciudad orbital a imagen y semejanza de la influencia parisina, cómo aquí llegó en el preludio de la Primera Guerra Mundial Giorgio de Chirico, categorizando que esta ciudad era, y estoy de acuerdo, “la ciudad por antonomasia”, una especie de “Atenas en tiempos de Pericles”. También pateando la calle de Miromesnil, recuerdo el extraordinario evento que resultó la exposición en la Galería Paul Guillaume, en el numero seis de esta “hausmaniana” calle, de los “rayonistas” Larionov y Goncharova.

Imagino el dolor de los tiempos de guerra en el 14, y las noticias de desgracia sufridas por los artistas de cualquier bando que participan en la contienda, como entre otras las graves heridas de Oscar Kokoschka, o Braque, o Apollinaire, la muerte de Auguste Macke, y el ingreso en un sanatorio por la enajenación postraumática vivida en el frente de Kirchner . Imagino también el penoso regreso de muchos artistas a sus tierras alejadas del frente como el caso de muchos españoles. También algún episodio tragicómico como cuando en un brote de funcionalidad el ejercito francés comienza a utilizar pinturas de “camouflage” siguiendo los métodos de geometrización cubistas y cómo Pablo Picasso exclama alegremente a unos militares de un convoy de artillería mimetizado en el Boulevard Raspail, “¡Somos nosotros quienes hemos inventado esto!” reivindicando así la autoría intelectual de tal recurso.


También imagino un “retorno a cierta normalidad”, con la irrupción lógica tras la traumática experiencia de la guerra de estéticas vinculadas a lo absurdo y lo provocativo como Dadá y el primer Surrealismo. También me consterna pisando estas calles, sobretodo en las inmediaciones del Hospital de la Caridad, de la terrible historia de Amedeo y Jeanne. El 24 de enero de 1920, Modigliani moría con un empeoramiento severo de su estado de salud tísico en este hospital., el origen, una pleuresía que arrastraba ni más ni menos que desde la infancia en 1895 y sus excesos con el alcohol y el opio. Al día siguiente, su compañera Jeanne Hébuterne, madre de su primera hija y embarazada de un segundo, se suicida desesperada ante el vacío que siente lanzándose desde la ventana del piso de sus padres. Retratista plural desde la pintura y la escultura de sobriedad humana, de cuencas orbitales vacías y magia africana, estilizaciones alargadas y fervoroso de Botticelli y Simone Martini, pareció alienarse definitivamente, de las maldiciones terrenales, dejando en París un hueco para siempre insalvable. En este mismo año, Duchamp insistía brillantemente en su intención de desembarazarse del aspecto físico de la pintura, cuestión que personalmente siempre me provocó antipatía en el sentido que a posteriori sería el eje motriz de tantas y tantas absurdas y gratuitas objetivizaciones y deshumanizaciones del arte.



Este anecdotario emocional Parisino, tiene lógicamente su continuidad calle a calle, año a año, pero no es mi pretensión insistir en ello rozando el aburrimiento puesto que mi esfuerzo en absoluto pretende ser ni aleccionador ni cultor ni ejemplificante. Guardando para mí tanta convulsión, riqueza, contraste de felicidad y melancolía, mi interés es, finalizando, mucho más sencillo y volátil: 


por un lado no dejan de ser estos cuadernos de viaje y lo reflexionado en ellos más que una ordenación de tanta riqueza emocional, necesaria para la posterior articulación del trabajo creativo. En un ámbito más altruista y de generosidad todo ello pretende ser siempre un claro mensaje de invitación a alumnos y amigos para que experimenten sus vidas apasionadamente y ante la constancia inamovible de la impermanencia y la certera efimeridad de la existencia, pongan en juego con fuerza y decisión sus momentos sublimes, sin duda alguna mucho más ricos cuando uno viaja y se aleja de lo cómodo y lo convencional a sus respectivas idiosincrasias para adentrarse en territorios novedosos dignos de ser clamados, cantados, exaltados y pintados.

París siempre vivirá y yo siempre seré un orgulloso “afrancesado”.

Comparto e invito encarecidamente la vivencia de un París poliédrico y pleno de millones de "parises" diferentes en el tiempo y en el espacio.


"Llenen por favor sus espíritus de nobleza, la totalidad humana de esta aventura llamada existencia lo agradecerá" 

Texto e ilustraciones

Rafael Romero.
-Obrero de Emociones-






1 comentario:

  1. Buen texto, Rafael, como dice Vila Matas, París no se acaba nunca. Demasiado grande para vivir allí, demasiado grande para perdérsela. Un saludo

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