En la orfandad en la que nos dejaron las soleadas candencias estivales...
Llegó el otoño y ocultó en sus lejanos ocasos anaranjados,
la poca vida latente que aún gozábamos soportar.
Y comenzamos a morir lenta y dulcemente, sumergidos en el sopor de cualquier oratorio germánico.
Y retornamos otra vez a aquella mirada que no mira nada, y a aquellos dedos que dibujaron tantas veces lo mismo en el vaho de alientos prietos.
Y llegará para algunos el último otoño, beneplácito de no llegar al invierno.
Y los mantos de hojas se confundirán con cualquier partitura, música de chelo, trenzas cortadas en cualquier cuneta de la vieja Europa... decreceres vegetales, hongos fagocitando la madera muerta.
Y los pintores seguirán pintando sus humedales, y los poetas tejiendo letras en sus somnolencias astrales.
Que Dios nos coja confesados.
Que Dios nos coja confesado.
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