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miércoles, 16 de mayo de 2012

Pequeño e insignificante tratado sobre cómo ejercer una responsable y satisfactoria praxis de la creatividad artistica.



Pequeño e insignificante tratado sobre cómo ejercer una responsable y satisfactoria praxis de la creatividad artistica.


...Algunos han de alejarse de su endiosamiento creativo, artístico, pues desde tan alta atalaya, aunque resulte increíble, poco se divisa. Otros deberían alejarse de ese absurdo alienamiento en la rebeldía. Otros se hayan profundamente perdidos en una hermética razón hegeliana, y otros en una caótica carrera intuitiva e introafectiva (emocionalismos improductivos), y todos sufriendo extremadamente por la estructura temporal de las cosas, el paso del tiempo, elemento destructor, opositor, resistente, que cabe relativizar...Todos necesitan tal vez adentrarse en su cálido Yo...Volver a casa.

...La humildad es la compañera de todo descubridor.

De la miseria del aislamiento.

María Zambrano



Una de las preguntas clásicas y cíclicas de algunos de mis alumnos, en el contexto de la enseñanza superior de las artes, es: ¿cómo se llega a ser un buen artista?. O planteada de otra manera: ¿cómo conseguir la exceléncia en una obra de arte?.

Esta cuestión, vestida de formulaciones diversas, es muy planteada por parte de entes inquietos por el vasto conocimiento de esta área del saber humano, el arte y la creatividad. Cuando hemos entrado en el asunto, en sanas tertúlias de aulario, estos, coinciden en explicar preocupados, cuan difícil les resulta superar el caos que les genera la indefinición y la entelequia que supone la cuestión. Algunos, plantean, que les resulta árduo encontrar en el complejo mundo en el que vivimos, espacios, territorios predispuestos para la dialéctica y el debate,...territorios que sirvieron antaño para resolucionar tantas inquietudes, hoy terrenos baldíos, como señalaría Benedetti en su poemario. También apuntan su sensación de aislamiento silente y la gran incomprensión por parte de un mundo que no atiende a estas cuestiones, pues son intrascendentes a la cartesiana y calculada máquina neo-liberal. Añaden además, que el profesorado, en este contexto universitario, que debiera ser cultor, ejemplificador y motivador, les resulta cada vez más, salvo contadísimas excepciones, un pozo seco, un extranjero alienado en otras incomprensibles patrias, luchas y banderas. También que muchos se perdieron en el mercenariado de la sumisión a tanta crítica de arte “curatora”, al servicio de “su majestad”, dejando de ser ellos mísmos para practicar modas y tendencias dirigidas al “no ser”, al “no pensar”, al “no molestar”.

Y así, devienen en consecuencia en este caos, más caos, entes callados, que lo observan y fagocitan todo, sin importar su calidad y apetencia, coleccionan bárbaras ideas ajenas y olvidan, no se les enseñó de otra manera, el cultivo de las propias. Ante este estatus animofágico, comentan, no les queda más remedio que remitir su inquieta cuestión a un recorrido íntimo por sus introafecciones y un llegar a sus propias conclusiones, si llegan, puesto que muchos tiran la toalla desde la desmotivación y la no consecución de respuesta.

Yo les respondo entonces, que su pregunta de ¿cómo llegar a ser un buen artista?, ya tiene en esta disertación gran parte de respuesta. Al menos, hay consciencia de oscuridad y necesidad causa-efecto de buscar luz. También, y esta es una respuesta universal, aplicable a cualquier área de conocimiento, queda aquí clara la idea de que todos huimos de la infelicidad buscando la felicidad y también de que todo esto, es una cuestión profundamente introspectiva y que en definitiva, sencillamente, la buena obra de arte procede del buen artista, alguien que cultivando su interno en valores altruistas comparte con los demás su excelencia. ¿Acaso no es todo ello un camino de crecimiento personal?.

En todo caso, a mí, y creo que a cualquiera, le resultará difícil, por no decir imposible, dar una respuesta universal a esta complicada cuestión. Personalmente, he procurado entrar siempre en este tipo de debates, con mucha prudencia y responsabilidad ética. La pregunta, debe ser contestada con sinceridad: “ No lo sé”, o “llevo años buscando esa respuesta” o simplemente uno debe expresar sus acertadas o equivocadas conclusiones, intuiciones experiencias, con atención y respeto cómo para que tu alumno deje de sentirte cómo un poseedor de la verdad y te vea más cómo otro, como él, sencillamente “buscador”. Si por mi parte hay estos atrevimientos reflexivos, ello responde a una cuestión de responsabilidad docente y desde ello, intento exponer a manera de escrito, mis personalísimas y relativas intuiciones, que no conclusiones, al respecto. Intuiciones, cabe decir, de escasa importancia, insisto, puesto que aquello que para mí puede tener validez, para otros puede dejar de tenerla.

Aquí no hay hojas de ruta cartesianas y axiomáticas que te lleven a la excelencia creativa, yo al menos las desconozco. Pero lo que si hay, pues esto lo he practicado y corroborado, es una vía introspectiva, personal e intransferible, asentada en la emotividad de cada cual. Tal vez todo estribe simplemente en la búsqueda de la plena satisfacción que aporta la creación desde la profundidad emocional de cada uno: yo al menos así lo he defendido siempre, el éxito, la grandeza artística, ha de ser en primer orden personal y ha de responder a una autenticidad ontológica. Y desde estos parámetros y mucho y constante trabajo se experimenta un gran crecimiento personal y de servicio al otro, y creo que ello te lleva progresivamente a sentirte un “artista en plenitud” o un “artista realizado”. Si ello se consigue, la consecuencia sin duda no puede ser otra :una excelente obra artística. De una excelente persona, aparecerá seguro un excelente artista y de un excelente artista, claro, una excelente obra.

Seguramente algunos no estarán leyendo ya estas líneas y se habrán ido del discurso, ...esperaban quizás encontrar una contundente y clara presentación de una hoja de ruta para entrar en el Olimpo. Deseándoles lo mejor, agradezco a la vez su marcha pues ello implica que como buscadores, intuyen, creen, que este no es su sendero. Pero ello, me suscita plantear en voz alta la pregunta ¿hay un sendero, camino, ruta hacia la consecución de tan idílica y ansiada conclusión, encontrar la verdad última del arte, su grandeza, su excelencia ?. Debiéramos dejar todos de ser reyezuelos y dejar de perder el tiempo y hacérselo perder a los demás. Debiéramos no tratar de encontrar fórmulas inexistentes en esos satélites externos que nos saturan de ansiedad, ego e indignación, debiéramos tal vez “volver a casa”, al hogar, dejar de deambular por esos mundos de Dios y depositarse en uno mismo y encontrar la gran paz natural que supone este auténtico, primigenio, atávico reencuentro. Y corroborar que todas las teorías existentes no son más que burdos placebos. Y que la auténtica razón final solamente llega en cuanto se han procurado depuraciones drásticas, la mayoría de ellas fundamentadas en el sacrificio, en la anulación del ego y el altruismo. Encontrar “el corazón limpio”, pues creo, siento, que el gran artista y en consecuencia la “gran obra de arte”, es aquella que procede del corazón del ser integro.

He aquí que aparece el primer escollo natural a salvar, un alejamiento de lo satélite y un reencuentro con ese YO descuidado durante tanto tiempo, al que tan sólo se le habla para entonar discriminaciones y defectos, al que pocas veces se le cuida y mima, se le escucha en su respirar, en su caminar, al que obsesivamente e insistentemente forzamos en la proyección frente a la introspección. Por cierto, proyección generalmente de una mente y un corazón poco estudiado y trabajado con la consecuente garantía del fracaso.

El primer punto, opino, respecto a cómo optimizar el trabajo creativo y artístico de cada cual, estriba en una profunda convicción en cuanto a que el trabajar incansablemente comporta siempre buenas consecuencias y resultados. Pero este punto que pudiera parecer el primigenio, es totalmente ficticio y resulta una lógica respuesta a nuestro deseo de inmediatez. Cabe no obstante una reflexión aún más primigenia respecto a este tránsito: antes de trabajar vale la pena tener las ideas claras respecto a lo que se desea trabajar. Cabe sin duda por tanto tener un objeto de conocimiento, prolegómeno, axis con el que comenzar ese extremado y nada fácil camino de la obra de arte.

Para trabajar la tierra y obtener su fruto, uno debe ser, si desea tener éxito, campesino. ¿Pero que es ser campesino en la creatividad artística?. Para optimizar su trabajo y conseguir una excelente cosecha, el campesino, ha de conocer la tierra, su color, olor y sabor, textura, organolepsia, conocer la climatología, los ciclos biológicos de la botánica, las potenciales agresiones y enfermedades que afectan la salud de los vegetales, los aportes nutricionales, la influencia de los astros, la sabiduría ancestral, el legado que dejaron otros tantos sabios campesinos, incluso el refranero popular y su significado practico en tareas agrícolas. Nadie puede cultivar la tierra esperando buenos resultados si tan solo trabaja la tierra mecánicamente y sin una base de sabiduría. En el caso del creador, en nuestro contexto, plástico, ello no resulta tan resolutivo y lógico, su área de conocimiento deviene una auténtica entelequia e inconcreción. La hoja de ruta es totalmente intangible y debe ser buscada en un proceso silencioso, inconmensurable empresa, en un territorio frágil, oscuro y extraño. Estamos hablando de su propio sujeto y sus límites entre la vida y la muerte, entre la felicidad y el sufrimiento. La tierra a cultivar y que ha de dar fruto no es otra que su propio ser posicionado ante el mundo y el universo, un ser lógico y afectivo, razón e intuición. De este ser y sus introafecciones surje tras mucho trabajo y esfuerzo el fruto artístico. Así pues la unidad mínima irreductible del arte no es otra que su artífice, el ser y su YO.

Estamos hablando del artista como alguien que en definitiva desea explorar el mundo exterior desde el mundo interior, y compartir sus resultados y conclusiones con otros entes lógicos y emocionales, este es el artista, un hermeneuta, entidad metafísica, recorrido ontológico. El artista se empeña en ejercer, ante la extrañeza de la efimeridad y limitación de su ser, la revelación de misterios universales. Igual que el condenado a muerte merece gozar de un último deseo, el artista merece el categorizarse en su “tempus fugit” cómo un héroe al que le pertoca el intento de ordenar en tan poco tiempo tanto caos, el intento de encontrar un camino que nos lleve a todos sin excepción a la verdad. No hay mucha diferencia con otro tipo de buscadores, mucho más empíricos, como los científicos, en todo caso estos ejercen esa búsqueda, responsabilidad humana, desde su razón, el artista lo hace fundamentalmente desde su intuición. Pero ambos, en definitiva son alquimistas que tratan de volver visible lo invisible.

las bases educativas actuales de nuestra sociedad, se empeñan, mayoritariamente, en descartar el interno improductivo del individuo, para trabajar con él desde la más tierna infancia desde parámetros proyectivos. Tal vez corren y proliferan por ahí, tendencias placebo, como las corrientes que preconizan la suma importancia del desarrollo de la memoria emocional, pero a mí, no me acaban de convencer en cuanto a que si bien sus axiomas pueden ser interesantes, acaban siempre al servicio de ese caballero “don dinero” que es el que acaba organizando y decidiendo nuestras existencias en estas locas y ya prácticamente globales sociedades de la sumisión y la obediencia neo liberal. Claro, la dimensión introspectiva, aquella en la que dormitan los sentimientos y las emociones, interesa en su letargo pues se demuestra que el ser es mucho más productivo desde el llevar sumisamente su yo al mundo envolvente, que llevando el mundo envolvente a un yo interno sólido, ético y resolutivo. Así su mundo interior se convierte, por una simple cuestión de desconocimiento del mismo, en territorio, irreal, ficticio, lánguido y frágil. Claro, el artista cuya fuerza motriz son los sentimientos no puede proceder más que precisamente de estas interioridades, dimensiones ignotas y por tanto, en la medida que desee hacer florecer su en esencial, rico y potencial mundo creativo, deberá, no hay otro camino o posibilidad, recuperarse a sí mismo desde su re ubicación en estos enteléticos territorios. Muchos jóvenes artistas, generacionalmente, ya han sido educados en esas fenomenologías proyectivas y son más hábiles en ellas que en las internas. Por otro lado, muchas veces, los caminos de búsqueda interna, endopáticos e introafectivos, son, han sido categorizados, cómo sinónimo de debilidad e ineficacia en estas sociedades en las que el triunfo viene dado por la estricta habilidad racional y el control y mesura de las emociones, en el mejor de los casos una emotividad condicionada al servicio estricto de la razón, véase un precedente histórico afín en la Ilustración.

El yo introspectivo, es el sujeto artífice de toda nuestra experiencia artística y creativa, y ¿que ocurre si lo desconocemos?, pues que la experiencia creativa y artística no se sostendrá. Hay quien me cuestionó en cierta ocasión esta categorización al referirse a Andy Warhol en el contexto Pop-Art. Warhol, preconizaba la más drástica de las frialdades depurativa y emocionales en cuanto defender una obra aséptica en la que en sus seriaciones la idiosincrasia y el sentir del creador quedaran reducidos a la nada . Pero incluso para llegar a esta conclusión conceptual, Warhol tuvo que recurrir a sus afecciones, y este efecto llamado obra de arte tiene una causa, seguro, en un convulso mundo interno.

En este trayecto de génesis de la obra de arte, opino, que el artista debe comenzar por observar, cuestionar, reorganizar, reinventar, reivindicar, trabajar desde cuantas posibilidades sean posibles ese Yo interno. Se trata pues de reivindicar sin más, que en el Yo, se encuentra la fuerza motriz de todo artista y creador. En primer lugar puesto que carece de fisicidad y marco conceptual, siendo un territorio libre, a menudo cambiante e inimaginable además de inconmensurable, en segundo lugar puesto que carecemos de pautas pedagógicas, tutorizaciones eficaces que nos lo presenten como objeto de conocimiento y trabajo , a veces no es más que un problema de autoestima, de falta de amor hacia uno mismo, de sustentación, de cimientos, cuando en la mayoría de los casos somos tan solo fachada. El Yo interno suele dar miedo, terror a descubrirnos. La introspección, requiere por naturaleza, de mucha soledad y silencio, muchas horas de conversación con uno mismo, un dejar fluir libremente nuestros pensamientos e ideas para poder observarlas. Ello es extraordinariamente difícil, hay muchos tapones y barreras en ese camino Tal vez el tapón más difícil resulte el poder ejercer dignamente, en estas agresivas sociedades del “Tener”, la idiosincrasia del “Ser”. Y el artista “Es”, por encima de “Tener” .

El Yo interno, fuerza motriz de una creatividad y arte éticos y de bonanza no puede ser confundido con el Yo del “Ego”. Fuera de reflexiones semánticas, etimológicas y formales, cabe distinguir desde el sentido común experiencial entre un Yo de la responsabilidad y un Yo de la irresponsabilidad o el Yo ególatra. Y ello se ordena en base a una simple y bien conocida necesidad: la búsqueda de la Felicidad.

El Yo interno, llamémoslo altruista , es un misterioso territorio sine qua non al proceso creativo y artístico, un territorio por explorar y descubrir vinculado a un paulatino crecimiento personal. Este se desarrolla desde un experiencial sentido de la búsqueda de la felicidad y alejamiento del dolor y el sufrimiento y comienza a enraizar y tener fundamento en proporción al ver cada vez más a los demás cómo a uno mismo, en mayor valor en cuanto a la proximidad que no a la diferencia. Aquí aparecen las emociones y los sentimientos de paz, amor, fraternidad, compasión, etc.

El Yo llamémoslo Egoísta, apena guarda misterios y apenas es territorio ignoto, es estrictamente proyectivo y en muchas ocasiones mecanismo causa-efecto de un atroz miedo al fracaso, a la soledad y al no reconocimiento. Este, también ocasiona un crecimiento personal en cuanto a potenciar una violenta preservación en la que todo vale. En este caso más valdría hablar de él respecto a su progresivo decrecimiento configurando un ser que mengua hacia el dolor, alejándose de la felicidad.

Cada cual aprende por sus propios medios a cultivar su tierra, a ser campesino o un simple removedor de suelos baldíos. El buen fruto del campo se obtiene con mucho amor y el buen fruto artístico también. En cambio el egoísmo no da buen fruto . El motor generatriz del arte y la creatividad se fundamenta en los sentimientos, y si el artista carece de una base amorosa y altruista, de corazón limpio, el arte no pueden ser más que convulso, iracundo, desordenado y condenado, a pesar de efímeros espejismos de grandeza, sin duda megalítica, a un bien seguro fracaso.

También hay campesinos que utilizan pesticidas y agresivos y tóxicos productos químicos, para obtener rápida y anti naturalmente un fruto bellísima, pero que no causa más que problemas de salud a su consumidor. Su bolsillo seguro estará lleno, pero ¿y su corazón?. Al artista que cree frutos tóxicos desde su ego, se le ha de secar a la larga su corazón.

Si el yo altruista en constante crecimiento, es vinculado a la anterior fórmula ya nombrada de mucho y constante trabajo, el resultado no puede ser en absoluto malo y mucho menos el valor que nos procurará de felicidad, sobretodo al ser compartido desde el altruismo. No hablamos de lo discursivo, lo temático, del qué se comparte y de su estética, hablamos de su fundamento generador y de la constancia en este. De ahí se diversificarán millones de propuestas diferentes en base a millones de individualidades diferentes. Pero todas ellas bien fundamentadas.

¿Y qué cultivar?. Esto varia según la experiencia vital del campesino, sus propensiones, gustos, valores aprendidos, también valores heredados...¿que más da?, el caso es que habrá un buen fruto, ecológico, sano, ético y altruista a compartir. En el caso del creador artístico el dilema será: ¿Qué explico ¿qué comparto?. En este caso no debe preocuparse demasiado puesto que este dilema desaparece acorde al crecimiento personal, la experiencia y el constante trabajo. Hay tantas cosas por practicar, descubrir y compartir. Incerteza en el camino, claro, pero certeza en el objetivo.

Así, desde mi modesta opinión, el artista, evidentemente debe trabajar y mucho creando y produciendo, pero no antes de tener bien amueblado y decorado su territorio interno. Así como el campesino conoce y mima la tierra antes de sembrar, el artista debiera tener bien asentado y firme sus foros internos. Su Yo altruista, emotivo, sentimental debiera permanecer a flor de piel, este es su axis mundi, su motor primigenio.

Pero ¿cómo cultivar el Yo?. Generalmente es una cuestión natural que se va desarrollando a través del tiempo y la experiencia, no es en absoluto un punto de partida cerrado, no es comenzar una andadura tras reforzar el yo de las emociones y los sentimientos. Este estará forjándose siempre a lo largo de nuestra existencia. Pero si que podemos favorecerle al máximo cuanto antes, liberándonos de miedos absurdos, liberándonos de nuestros propios venenos, el odio, la envidia, la violencia. Sabemos que nuestro íntimo ser es territorio en el que poder calmar nuestras convulsas mentes, hay quien cuida su cuerpo, debemos también cuidar nuestro Yo interno, el altruista, el que nos aporta felicidad y aporta felicidad hacia los demás. Creo que es una simple cuestión de transformación, mi yo convulso me provoca ansiedad, malestar, infelicidad en definitiva y mi Yo apacible, calmado y sereno me conduce a la felicidad. Ponemos en la balanza felicidad e infelicidad y todos, sin la menor duda apostamos por la primera opción. “Calma Mental”, esa debiera ser una buena pauta, procurarla no solamente en el ámbito del creador, sino también en cualquier actividad humana. Muchos preguntan: ¿Pero cómo procurar esa Calma Mental, si tengo tantos problemas?. Es extremadamente difícil pero a la vez simple: relativizando los mismos pensando en positivo en nuestra potencial capacidad de superación. Y esto también se consigue con el paso del tiempo y en mayor proporción cuanto más bagaje tengas en estos desagradables, inevitables, pero necesarios recorridos.



Hasta ahora, podemos categorizar las siguientes cuestiones respecto a cómo ejercer una “buena”, “excelente” praxis de nuestra creatividad.

1.- Reconociendo, recuperando, revalorizando nuestro Yo interno más benéfico y discerniéndolo, separándolo del Yo burdo, el Yo del ego. Pronto, ese Yo de la autenticidad, manifiesta su riqueza emocional y sensible, pronto desde él, aparecen ganas imparables de erigir discursos compartibles a través de la creatividad de cada cual, desde el trabajo y el buen uso de habilidades y calidades técnico-procedimentales, configurando una categórica obra de Arte.

2.- Trabajando, trabajando y trabajando. Trabajar incansablemente, un trabajo, imparable, voraginoso que se irá moderando progresivamente desde la ley universal de descartar, desde nuestros criterios de “dignidad”, separar lo válido de lo inválido, una pirámide inversa de depuración que irá llevando a una obra sólida. Si no hay mucho esfuerzo y trabajo, insisto, difícilmente se logran buenas conclusiones.

Curiosamente ocurre que un Yo interno bien asentado, de autoestima, de crecimiento personal y de altruismo, ese Yo que hemos defendido como valor “sine qua non”, generatriz de una obra de arte humana y sensible, rápidamente, como valor intrínseco de un individuo creativo, ejerce sus lógicas funciones proyectivas. Es decir, que comenzamos a observar, mirar y valorar todo aquello que nos rodea, pertoca y preocupa, del llamémoslo, mundo externo. Así deviene un esteta y a la vez un pensador, siendo todas sus percepciones objeto de conocimiento y potencial creativo, en nuestro caso, en los pintores, de carácter plástico. A ello, yo le llamo fenómeno ventana., una mirada hacia el ámplio mundo. Un mundo externo que será progresivamente indisociable del interno. Habrá nacido un mundo único, que recorrer y practicar desde la más grande de las motivaciones. Cierto es que la experiencia vital respecto a lo que nos aporta el mundo es inconmensurable. Y aquí es cuando el artista abre de golpe y desde la penumbra esa ventana que le conecta con el universo y observa cual fagocitador de placenteras emociones y razones, el Todo. Todo aquello susceptible de ser vivido y experimentado, y ello lo hace desde su excelente percepción , un yo ególatra experimentará por el contrario constantemente tal ceguera que difícilmente en su limitada y pobre existencia haya una ventana abierta al universo. Y uno mira a través de este umbral y se proyecta fuerte y sólido hacia él y lo vive y lo estruja y le saca todo el “alimento mentis” necesario para seguir creciendo, y en ello ya está creando pues estamos en aquel territorio “invisible”, de la creatividad. Reordena pues lo que vive, lo cuestiona, lo metamorfosea y le da forma desde miles de lenguajes y aventuras plásticas y conceptuales, y aquí es donde tenemos la obra de arte que po es más que el resultado de una vivencia de hermoso, altruista y amoroso crecimiento personal.

Un yo altruista bien fundamentado, mucho trabajo y una universal ventana abierta cargada de sugerentes invitaciones a la aventura, he aquí, lo que yo humildemente entiendo y así lo ejerzo, como una buena praxis de la cuestión artística y creativa.



Lo que la ventana me ofrece.

Este es el punto tal vez que más me pesa comentar puesto que pudiera prestarse a malas interpretaciones. Claro, ahora toca mencionar, creo que es necesario aquello que personalmente forma parte de lo que yo he vivenciado a travésde mi particular ventana, mi relación con el mundo y que ha dado lugar a tantas iconografías en mis trabajos como pintor. Y quisiera hacerlo nuevamente con boca pequeña, más pequeña incluso que respecto a los puntos precedentes tratados en este ensayo, puesto que es ahora cuando uno debe, a la fuerza por otra parte, hablar desde el yo más íntimo. Y lo hago abriéndome las carnes, algo que a los que hemos decidido dedicarnos a la pureza plástica, nos cuesta horrores, claro, ir más allá del discurso plástico como lenguaje e ir a desgranar, ejemplificando, conceptualizando esos territorios silenciosos, no resulta nada fácil ni agradable.

Yo comencé, hace años, abriendo mi propia ventana con pretensiones filosóficas, es decir con el interrogante siempre bien presente y por lo tanto dispuesto a experienciar en búsqueda de la respuesta a tantas preguntas existenciales. Con el paso del tiempo y desde la escasa consecución de logros que no aportaban satisfacción a mis incógnitas, me fuí apartando un tanto de una infértil racionalidad para practicar la “poesis”, la poética: ser poeta, poetizarlo todo. Pero entiendo que puedan existir muchas otras posibilidades al acercarse y mirar por la ventana. En mi caso siempre ha sido todo muy calmado y sosegado, pudieran existir no menos valiosas actitudes contrarias, agresivas, convulsivas, provocativas, las cuales me temo responden a una escasa concienciación de aquel primer, primigenio valor del altruismo el cual predispone a estas praxis más pacíficas. En este punto solo cabe, con boca pequeña, insisto, hablar de la experiencia personal, yo he abierto mi propia ventana y en ella, genéricamente, siempre he divisado territorios de esperanza y optimismo dispuestos a ser compartidos desde iconografías que se han ido depurando y concretando desde mucho, incansable, voraginoso y pasional trabajo. Mi gran deseo fue siempre compartir aquello que en mis mundos inventados a mí me provocaba felicidad y a los demás pudiera provocar también felicidad. Y en esa observación de los fenómenos a partir de mi particular ventana y tanto y constante, insisto, trabajo, me he ido vinculando a aquello que he ido considerando oportuno, diversos axiomas empáticos, cuestionadores de lo “sedentario”. La amplia ventana, me ha ido mostrando, fundamentalmente desde la recomendable, por su extraordinaria riqueza, posibilidad del viaje, siempre un mundo enorme ante el que no cabe más responsabilidad que ejercer nomadéos y acercarse a muchos diversos y ricos territorios, culturales, espirituales, históricos y oníricos. Territorios, que en lo estrictamente geográfico, caprichosamente, han despertado mayor interés, mientras más se han acercado al sur y al este. Mecanismos de reconocerse uno mismo en la alteridad... el norte y el oeste siempre me resultaron improductivos. Y también he ejercido este nomadéo en el valioso territorio de lo atemporal, refugiándome, como así tantos otros también lo hicieron, en épocas pasadas, tal vez esto con más frecuéncia en la medida que uno madura, por decir más elegantemente envejece. Y ocurre al respecto, que en estos momentos, uno, a diferencia de jovialidades precedentes, ya no mira tanto al futuro, pues este es incierto, y se refugia en aquello que fue y guarda en ocasiones la tragedia y en otras la suerte de no poder volver a ser. Y en estas empatías, viajes de ventana, de ida y vuelta he añadido mi vocación por un aspecto a mi entender fundamental para este crecimiento personal, como es el valioso legado “cultor” de otro,s que precediéndonos, dejaron con exceléncia sus reflexiones escritas, pintadas, musicadas... experiencias en absoluto diferenciables en sus bases de las nuestra , pues ellos amaron igual que amamos nosotros y sufrieron igual que sufrimos nosotros y fueron efímeros igual que lo somos nosotros. Existe pues, un extraordinario legado, que en la rapidez de la deshumanización contemporánea se insiste en relegar al olvido, pues invita a pensar por encima de consumir.

Estos son pequeños matices de mi ventana, empatías, introafecciones que mueven mi máquina vital y van configurando, después de toda mi vida, desde la más tierna infancia pintando, mi idea del “hortus conclusus”, un huerto que se está acabando, pues creo, intuyo, que pocas novedades aparecerán ya en el trayecto que me quede...!con estos cuatro tomates y lechugas soy tan feliz!, no necesito mucho más.

Tan solo soy un humilde e intrascendente campesino y por lo tanto, cierro esta ventana, y la doto nuevamente de intimidad, no por recelo, más bien por respeto. Si la he abierto minimamente no es más que para invitar a que cada cual practique desde un Yo fortalecido en sus valores más amorosos, el abrir y experienciar la propia y contemplar así sus propios paisajes universales.

Matizar por último, pues no debo extenderme más en este discurso cuya finalidad es únicamente motivadora hacia este alumnado inquieto, que en ese trayecto de cultivo de una fértil tierra que ha de dar su fruto dulce y exquisito, desde un yo fundamentado en una operativa introspección causa-efecto de un mundo, universo, inconmensurable, no debe faltar una responsable hermandad artística, cuidarnos implica compartir nuestros logros, crecer juntos y ayudarnos en esta noble causa que pudiera ayudar sin duda a mejorar este muy mejorable mundo. Esta cordialidad, que no es más que una “bienfaissance” , escasa y cara, debe ocupar urgentemente el lugar que le corresponde. Al menos en nuestro contexto inmediato en la enseñanza superior de las artes.

También urge llevar nuestra amada actividad, ante el exilio forzado al cual ha sido relegada por esta deshumanizadora sociedad del “tener” frente al “ser”, a una dimensión de respeto y consideración y ello únicamente podemos lograrlo desde un alto sentido de la responsabilidad y esto, no puede pasar mas que por una sólida cultura del crecimiento personal altruista y por un incansable trabajo de calidad desde el constante esfuerzo.

Esta es la humilde opinión de este peón de albañil de las emociones.

Agradezco el tiempo dedicado a leer estas línea y espero de corazón, hayan propiciado reflexiones motivadoras hacia el crecimiento personal creativo y artístico, aquel que lleva sin duda a crear una muy buena obra y por lo tanto crear un gran ser humano puesto que la grandeza y calidad artística son inseparable de la grandeza y calidad humana.


Rafael Romero.

Pintor.
Profesor del laboratorio de materiales escultóricos y pictóricos.
Facultad de Bellas Artes. Universidad de Barcelona.

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