He
recibido emocionado, una foto, remitida por mi amiga IMMA NAVARRO, se
trata de una foto de una pinturita titulada “UNOS BEBEN, OTROS
BAILAN”que en su momento, hace ya mucho tiempo, regalé a esta
querida amiga. Resulta una pintura de una serie, a la cual le perdí
el rastro, aunque la tengo presente en la memoria. Recuerdo que cada
una de estas pinturitas la fui regalando a medida que las iba
haciendo, a amistades y personas próximas. Yo siempre he sido muy
dado a regalar y ello me ha traído buenos resultados, el más
satisfactorio, el etéreo sentimiento de la satisfacción en
compartir mis emociones.
Esta
serie, curiosa, fue realizada en aquella idílica época que resultó
para mí la segunda mitad de los años 80. El espectáculo estético,
visual, lumínico, cromático, humano, que resultaban algunas
discotecas de mi ciudad, con aquella “flora urbanitas”, clanes y
tribus, devocionarios de tendencias, el suburbano, la subcultura, la
New Wave, la música de garaje,...motivó y mucho mi mano y m,i
percepción de toda aquella fenomenología. En alguno de aquellos
locales iconos de toda aquella “movida”, en algún rincón
discreto, observante en su rareza, un joven pintor, aprendiz de todo,
dibujaba y coloreaba lo que veía, ante el asombro, la sorpresa y la
incomprensión de muchos,... nunca ha sido fácil remar contra
corriente.
Gracias
Imma por este recuerdo.
Recuerdo
que me lleva a escribir unas líneas al respecto.
...”Sería
allá por el 85, tal vez el 86,...que más da, el tiempo en estas
perspectivas de recuerdo debe estipularse como relativo, tan relativo
como las idealizaciones, magnificaciones o dramatizaciones que nos
trae el recuerdo. Teníamos 18, 19 años, que más da, la edad es un
valor añadido, una etiqueta terrosa y caduca. El mundo giraba
...pensábamos que lo hacíamos girar nosotros,...pero resultó, que
tiempo después, nos percatamos que los dioses ya tenían escritos
nuestros destinos y por tanto lo inteligente resultaba dejar de
especular en lógicas ilógicas e iniciar un sacerdocio en lo
sensible, el único sacerdocio posible,...aquella idílica y
pasajera“edad de oro” no era más que, y nunca mejor dicho, una
estatua espectral de jardín botánico.
Frecuentábamos
en nuestra necesaria ignorancia, aquellas Discotecas de suelos
encerados y espejos kich, de iluminaciones de neón barato y botellas
de alcoholes insolventes bien alineadas, impolútamente presentadas. Eran
discotecas de pueblo en la ciudad, o tal vez era que la ciudad era un
pueblo.
Sonaba
Casal, fluía Casal y sus músicas y letras, letras que hablan
insistentemente del Edén, es decir letras que discernían entre el
bien y el mal, el paraíso o el infierno, aquellas, rebotaban por las paredes
de aquellas discotecas que frecuentábamos los sábados y domingos
por la tarde...yo nunca fui ave nocturna y cuando lo fui, el precio
pagado era tan alto en resacas, vértigos y pesadumbres, que valía
la pena economizarlo en la excepcionalidad de ciertos bien elegidos
momentos,... yo siempre fui muy raro, mal entendido, peor
interpretado.
Eramos
muy jóvenes e ingenuos e íbamos emocionados allá dónde nos
invitaban con aquellas entraditas de tintas de flúor que repartían
en la boca del metro. Consumición obligatoria, aquí estaba el
truco, el marketing, la cuestión. Pero nosotros, yo y mis amigos,
llegábamos flotando y creyéndonos tan importantes... El rancio
devenir de los oxidados relojes nos acabaría demostrando cuan
intrascendentes somos todos, incluyéndome a mi mismo en primer orden.
Aquellos mamarrachos de cabellos mechados, corbatas de torero canalla y tabardos de posguerra, solíamos
salir en pandilla, y como en todos los grupos sociales, convivían
todas y cada una de las fenomenologías definitorias del ser humano,...tratado de antropología, ...psicología clínica. El líder, necesario pero discutible, solía ser
el guapíto de turno, vaya, el "gilipollas de turno" con carácter tiránico, y bolsillo lleno, se
las llevaba a todas ellas, las ninfeas de estudios rasos y perfumes añejos de mercadillo, mira por dónde nos olían a gloria, para el canalla tan solo eran pasajera carnaza de uso y desecho, por los
derroteros planificados de sus agrias conveniencias. En su antagonismo, aparecía
el romántico sensible, idealista, idealizador más bien, sufridor y
sufrido, la existencia le dolía y estaba dispuesto a hacer todo lo
posible como para utópicamente ordenar el cáos. Evidentemente
saltaban chispas entre ambos extremos, pero se necesitaban el uno y
el otro para propiciar ese extraño equilibrio, esa dualidad atávica,
nuevamente entre el bien y el mal, entre la construcción y la
destrucción. Entre ambos, aparecían toda una serie de especímenes
que se aproximaban a estos extremos, generándose incluso
trasfugismos ocasionales, ley de conveniencia. Todos nos movíamos
desde nuestro ímpetu hormonal, pero yo siempre he defendido que hay
hormonas cultas y refinadas y otras mundanas y pestilentes. ¿ Y dónde
se encontraba uno en esta dualidad ?,...pues en el rol de paladín,
quijotesco y caballeresco, defendiendo ante el “monín”, el energúmeno, el gil agresor del verso, el "hijo de puta" que subyuga las débiles
voluntades,...debatiendo sobre semánticas y objetos de conocimiento
existencial, por ejemplo: “Sobre la necesidad de defender el acto
sexual como un acto amoroso”, “Sobre la necesidad de defender
aquellas músicas que escuchábamos, como algo más que una banda
sonora adecuada para los viles actos, más bien, atender a la
profundidad de sus letras y la belleza musical. Claro que esta lucha
dialéctica en el mejor de los casos, no era más que un reflejo de
lo que pasaba en cualquier ámbito, situación o momento de nuestra
sociedad..., a la opera siempre fue gente a llorar emocionádamente por
la trágica muerte del protagonista y otra a pavonearse y lucirse las perlas y bisones en
sociedad. Hoy serénamente repudio ambos extremos.
...Y
en esa unidad mínima e irreductible de nuestras respectivas
convicciones nos movíamos por la urbe, una urbe prieta y solemne,
vanguardista y moderna, nos creíamos “modernos”, eramos
“modernos”, reivindicábamos la “modernidad”, cuando ,
“pobres desgraciados”,...la modernidad se esboza con el humanismo
renacentista y se configura progresivamente con el paso del tiempo en
la eclosión ilustrada, la revolución industrial, las revoluciones
sociales y las revoluciones científicas. En esa ingenuidad, bebíamos
bebidas de vaso largo, atufados por el alquitranado aroma del tabaco
que ardía por doquier en tantas bonitas bocas convertidas en
chimeneas o piras mortuorias en las orillas del Ganges. Y bebíamos
aquellos hielos ungidos en coloniadas y afrutadas ginebras y rones y
nos creíamos británicos puesto que la excelencia de aquellas
músicas que eran nuestra banda sonora, provenían de aquellas islas
monárquicas, conservadoras y prepotentes”.
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